Por Gustavo F. González [1]
Son días desesperanzadores para la mayoría de los encuestadores que pueblan el universo multimedial de nuestro país. Errores de guarismo a la luz de los resultados electorales en La Rioja, Santa Fe, Río Negro, Salta y Capital Federal. Las previsiones para las PASO de agosto o las generales de octubre pueden tener uno u otro ganador en la órbita nacional o en la provincia de Buenos Aires según el encuestador, para quién trabaje, el método (telefónica, domiciliaria o combinada), la fecha de realización y, por qué no, quién le paga.
La justificación de la diferencia en los guarismos entre las encuestas preelectorales y el resultado electoral es diversa. Que no midieron bien, que proyectaron resultados amparados en un clima instalado en los medios, que en el caso de los errores en Capital Federal trataron de ayudar al candidato macrista dándolo por ganador buscando un apoyo en votos en ese sentido, que el yerro estaba dentro del margen de error de la encuesta por lo que no cabe la crítica, que la culpa de la noticia previa de “Rodríguez Larreta gana con holgura” tiene que ver con el titular (responsabilidad del medio y no del encuestador), etcétera.
La justificación de la diferencia en los guarismos entre las encuestas preelectorales y el resultado electoral es diversa.
Lo cierto –y esto es en lo que me detendré– es que no se ha mencionado un dato que fue señalado en la ultima reunión de la WAPOR (Asociación Mundial para la Investigación de la Opinión Pública) como un tema que se viene vislumbrando y que puede ser la causa de los errores de las encuestas preelectorales que se vienen registrando en el mundo: el BIG DATA.
Me explico: la sistematización empírica de auscultación ciudadana data de los años 1930, con origen básicamente en Estados Unidos, a partir de los avances en matemática estadística que permiten la técnica del muestreo, y del afianzamiento de una ciencia social que permite preguntarle a un individuo su opinión, que es la psicología.
Entendido que era posible preguntarle a una persona su opinión y que la sumatoria de las opiniones individuales constituían el decir de la opinión pública, la pregunta que sobrevendría era cómo se forma una opinión.
La pregunta que se hizo en la WAPOR fue si no había que empezar a analizar las redes sociales, los seguidores, los hashtags, los Tweets, los WhatsApp, etc.
Sin detenernos en la dinámica histórica que significó llegar a este punto, se considera actualmente que valores (gustos, apetencias “lo que me parece, me gustaría”), esquemas (procesos cognitivos, “lo que sé, lo que estudié”) e identificación de grupos (“qué pienso yo que dirían mi familia, mis amigos, mi compañeros de estudio, de trabajo” sobre un tema determinado) son la base a partir de la cual explicar la formación y el cambio de las opiniones individuales de las personas.
La irrupción de las redes sociales, la constitución de miles de millones de personas como consumidores pero productores a la vez de información y contenidos, rompiendo la hegemonía histórica de los diarios primeros, luego la radio, posteriormente la televisión y por último la primera Internet que no nos permitía interactuar, ha provocado cambios económicos, políticos, culturales, sociales, de intercambio de opiniones y sentidos, de pareceres y miradas, de problematizaciones y complejizaciones.
La pregunta que se hizo entonces en la WAPOR fue si no había que empezar a analizar las redes sociales, los seguidores, los hashtags, los tweets, los whatsapp, etcétera; es decir, ese intercambio en tiempo real entre personas y su impacto en los procesos de formación de las opiniones. Las posturas afirmativas venían de los mayores exponentes en la materia a nivel mundial, por supuesto que algunos lo relativizaron, ahincados en la demostrable segmentación de muchas de las redes sociales; pero también es cierto que es una dinámica de participación imparable que engloba cada vez más a las personas.
Quienes postulaban la importancia de incluir los usos de las redes sociales en los estudios de opinión pública señalaban que estos no van a reemplazar los métodos tradicionales de encuestas domiciliarias o telefónicas, por caso, pero sí que los van a complementar.
En síntesis, lo que me sorprende del debate acerca de los errores en las encuestas preelectorales es que se reconozca la importancia de las redes sociales para establecer una campaña política, que el candidato las resignifique hablando directamente con sus electores, que armen grupos en sus comandos de campaña para que interactúen en las redes, etcétera, pero que a la hora de medir opiniones no se las considere.
¿De qué forma analizar su incidencia en los procesos de formación y cambio de las opiniones? Ese es otro debate.
[1] Director del CICEOP, Centro de Investigación y Capacitación en Estudios de Opinión Pública. Profesor Adjunto de la Cátedra I de Opinión Pública, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.