Por Florencia Abelleira
Cuando en la madrugada del jueves se desató la lluvia, los vecinos de las zonas inundables de la ciudad de La Plata despertaron sobresaltados. Después de la tragedia del 2 de abril de 2013 es difícil no alarmarse cuando llega una tormenta.
Como es habitual, colapsaron las calles de tierra, las cañerías tapadas de basura, los pozos cloacales. Siempre, quienes se inundan primero son los expulsados del casco urbano, los que improvisan un hogar de techo de chapa y piso –con suerte– de cemento.
Colapsaron las calles de tierra, las cañerías tapadas de basura, los pozos cloacales.
Pero también, a raíz de la falta de planificación urbana, se inundaron algunos barrios como Parque Sicardi, que en los últimos años se pobló de casas construidas sobre humedales sin un adecuado mapa hidráulico. La zona es un bañado y el agua que antes corría naturalmente ahora se topa con las casas que hacen de barrera y no tiene por donde drenar.
Los barrios de San Carlos, Villa Garibaldi, Parque Sicardi y Villa Castels fueron los más críticos. Aunque lo cierto es que la situación que vivieron los vecinos anteanoche es historia vieja. Cada vez que hay tormenta eléctrica ellos ya saben que lo más probable es que el agua se filtre por debajo de la puerta.
Los barrios de San Carlos, Villa Garibaldi, Parque Sicardi y Villa Castels fueron los más críticos.
Cuando la lluvia paró el jueves al mediodía, los vecinos de la calle 116 entre 96 y 97 lo primero que hicieron fue abrir puertas y ventanas y empezar a escurrir el agua. Las casas emanaban olor a humedad estancada que se mezclaba con el aire cargado de barro. Verónica estaba en la puerta de su casa descalza, sosteniendo un cachorro en brazos: «Él nos avisó que nos estábamos inundando. A las 3 de la mañana me despertaron sus ladridos y cuando bajé vi el agua en mi casa. El perro estaba flotando».
Detrás de Verónica había una escalera de cemento sin revocar que llevaba al primer piso. Allí es donde su cachorro se salvó del agua. El suelo –también de cemento– estaba húmedo y la lavandina aún no había alcanzado a limpiar el barro. «Esto era un asco, había rebalsado una cloaca».
Lo mismo les pasó a Nadia y a Roberto, una pareja con nenes de tres, cuatro y cinco años. Los tres estaban en una cama, mirando dibujitos animados. Nadia contó que estuvieron todo el día ahí porque no podían pisar el suelo mojado.
El olor era el mismo que en cada casa: a inundación. Mezcla de tierra, mierda y lavandina. Sobre la cocina-living-comedor de Nadia y Roberto colgaba un foco con unos cables improvisados. La mujer miró el techo y contó que el agua se filtra por la madera: «Espero que no haga cortocircuito porque eso todavía está mojado».
Roberto trabaja en una obra de construcción de viviendas del Plan Procrear en Romero, pero la lluvia lo dejó aislado y no pudo ir a trabajar. «Cuando nos despertamos ya estaba el agua adentro y no pudimos levantar nada», contó.
Lo inesperado
A una cuadra de allí, Lida fue rescatada dentro de su propia casa por su marido. Es la primera vez en 35 años que se inunda. El agua subió por la calle 97 y llegó primero a su jardín y luego entró a su casa, que queda sobre 96: «Era como un río. Se escuchaba el agua que golpeaba contra las paredes como si estuvieras arriba de un barco. Era un sonido espantoso».
En ninguna calle ni en ningún hogar había personal municipal asistiendo a las familias para que puedan retomar sus vidas.
Lida estaba en una de las habitaciones y la presión del agua no le dejaba abrir la puerta. Su marido y sus hijas la ayudaron a salir y esperaron a que el agua baje: «Nosotros estamos en un pedazo que es alto. Yo estoy acá desde hace 35 años y es la primera vez que nos inundamos. El agua llegó a la altura de la ventana. Nos entró 50 centímetros adentro y afuera unos 70. Perdimos muebles y se nos estropeó todo».
Por la tarde, el cielo se despejó y el sol ayudó a secar lo mojado. El caudal del arroyo Maldonado corría con fuerza, pero un pato se daba el lujo de nadar con calma. Los vecinos limpiaban sus casas y se ayudaban entre ellos. En ninguna calle ni en ningún hogar había personal municipal asistiendo a las familias para que puedan retomar sus vidas.
Verónica volvía a limpiar el piso por tercera o cuarta vez: “Este barrio está re abandonado, mirá la zanja», señaló a un metro de la entrada de su casa unos pozos de agua marrón estancada. Pero luego de decir eso siguió limpiando, porque el olor no se aguantaba y las tormentas la acostumbraron a que el agua corre, se filtra, moja, ensucia y hay que sacarla.