Por Manuel Protto Baglione
¿Qué hacer? fue la célebre pregunta que lanzó el dirigente bolchevique Vladímir Lenin a principios del siglo XX. Se preguntaba qué era necesario hacer para construir el sujeto revolucionario proletario y crear el Estado comunista con los campesinos y obreros rusos. Sí, todo en masculino. Bastante agua debe haber corrido bajo el puente para que 120 años después la pregunta sea qué hacer con los machos, es decir, con los varones machistas.
Es imprescindible saber qué herramientas tiene la sociedad para combatir las formas patriarcales de la masculinidad, y buscar permanentemente formas nuevas de abrir caminos a las masculinidades no hegemónicas.
Podemos hacer una división precaria pero útil para abordar esta cuestión. Por un lado, es imprescindible ejercer un poder coercitivo sobre distintos comportamientos y situaciones, que va desde el castigo sobre los varones violentos hasta las medidas para garantizar paridad de género en las listas de candidatas y candidatos a legisladores y la obligatoriedad de incorporar personas trans en el Estado. Por otro lado, este poder necesita ser legitimado a través de la transformación de nuestra cultura, que es un proceso lento y necesariamente dialógico, comprendiendo los límites que a la educación popular le plantea el hecho de que el educando no sea un oprimido sino un opresor.
Es posible y necesario que esos dos vectores converjan dialécticamente, evitando ciertas posiciones que clausuran la posibilidad de generar cambios. En primer lugar, debemos procurar no caer en el punitivismo, que no significa descartar absolutamente la función y la necesidad de la pena, sino que nos invita a formular otros fundamentos para la misma que no son aquellos impuestos por la razón moderna.
También debemos combatir la mirada liberal sobre el género, que solo ve diferencias y no desigualdades. Es la que subyace en la frase «La heterosexualidad es parte de la diversidad sexual», lanzada en su momento por la gestión macrista de la Secretaría de Derechos Humanos, y la que enarbolan quienes afirman que los varones son tan víctimas del patriarcado como las mujeres.
Esta lista, incompleta, no podría cerrarse sin una convocatoria a combatir el etnocentrismo y el clasismo en las intervenciones en torno al género. Persisten en nuestra sociedad imaginarios que asocian la pobreza con un deterioro moral que explicaría una mayor prevalencia de situaciones de abuso, cuando esto no es cierto. Y, al mismo tiempo, una pedagogía para la deconstrucción de la masculinidad hegemónica necesariamente debe ser popular, debe comprender la diversidad de culturas que forman nuestro pueblo, pero sin caer en un relativismo que naturalice prácticas de sometimiento al presentarlas como costumbres.
El desafío de construir masculinidades alternativas es muy grande. ¿Cómo «convencer» a quienes han sido privilegiados toda su vida de que renuncien a ello? Es relativamente poco lo que sabemos con respecto a las masculinidades alternativas: tenemos claro qué varones no queremos que existan más, pero la creación de nuevas experiencias es un terreno donde la creatividad resulta imprescindible.
Pero a su vez es un desafío impostergable, porque para socavar el patriarcado primero es necesario desenterrarlo, y sus raíces en las subjetividades son la clave para generar transformaciones que, aun siendo lentas, son las únicas que pueden garantizar la construcción de sociedades igualitarias. A la vez, sin ir en detrimento de esto, es importante además, de la voluntad política de cambiar lo que se puede cambiar, tener la sabiduría para comprender la diferencia con aquello que no se puede cambiar. Es decir, necesitamos construir argumentos e información que permitan reconocer los límites del diálogo, las circunstancias en la cual lo correcto es el apartamiento social del violento (¿se puede «volver» del feminicidio? ¿Del abuso sexual infantil?), o la delación de amigos y compañeros para romper los pactos de complicidad.
En la historia argentina hay diversas interpelaciones a los varones para construir formas diferentes de procesar su identidad de género. Las Madres y Abuelas tomando la Plaza de Mayo, la ternura y el orgullo de Jáuregui, la reflexión y el arte corrosivo de Perlongher, Cristina y Néstor conformando una sociedad política y amorosa de iguales (la posibilidad para miles de admirar a alguien que no sea un varón).
Desde ese sustrato, construyendo discursos con vocación contrahegemónica, capaces de interpelar cada vez a más personas, y escuchando con mucha atención a las nuevas generaciones, colectivos y experiencias que van incorporando los cambios, es necesario revisar todo: el arte, el trabajo, la salud, la educación, la sexualidad, hasta que no quede ningún ámbito donde la naturalización de los privilegios sea la primera opción para los varones.