Por Ramiro García Morete
“Flor: vos tenés luz una luz especial. No dejes que te la apaguen”. Con solo cinco años, las clases de teatro y las palabras de su profesora Gabriela oficiarían de refugio ante la hostilidad del Alfred Nobel. Se trata de un colegio privado al que llegó por una beca y en el que durante años no le “perdonarían” su color de piel ni ser de Etchepare. En ese barrio marplatense crecería rodeada de música las veinticuatro horas, con una madre profesora y amante del folklore, entre sobremesas de domingos y cancioneros. Su padre –con quien escucharían discos como “Voodo Lounge” de los Stones al tomar el auto– era algo más rockero, pero a la vez no le huía al bombo y menos a las payadas.
Quizá de ahí asimilaría la capacidad de rimar e improvisar, mucho antes de ranchar de adolescente con Callejeros Natos Crew y ser la única mujer. Si bien siempre escribiría –como hoy lo hace en cuadernos o hasta el ticket de ese súper chino que pasa buena música– no era tan fácil entonces escupir barras. Pero sí podía cantar. Como en aquel tema de Nach, cuando el Mono –uno de los tantos amigos del barrio al que su padre le daba pequeñas changas– pintaba los postigos y sorprendida encontró coros melódicos en un tema de rap. Durante una semana de trabajo, ambos repartirían labores (rimas él, estribo ella) con la misma afinidad que hoy crea con su amigo y productor Rodwin. Y con el mismo espíritu colectivo que recuperó cuando dejó aquel colegio nefasto y pasó a una pública (la 55), cuyos amigues aún conserva.
Pero también con la misma autodeterminación con que decidiría a los 17 dejar cargando un bolso y un micrófono para dedicarse a la música en Brasil. Destacada por sus arreglos corales, sin embargo lo suyo sería la voz principal. “El escenario es mi lugar”, dirá al referirse a sus experiencias teatrales, como la del Payró en una obra en torno a los Beatles. Como siempre, todo en torno a la música. “Living the groove” se llamaría paradójicamente esta agrupación de “weirdos” musicales con la que además de organizarse junto a otrxs artistxs callejeros, recorrerían parte de Brasil y hasta otro país. Viviendo el groove, precisamente ella, poseedora de un envidiable sentido rítmico y expresivo a la hora de atacar la base, cruzando coordenadas con Lauryn Hill y Hurricane G. Medio en inglés, medio en castellano, como la música de su casa natal y como iría constituyendo su propia voz tratando de conciliar su amor por estilos como la música disco y las calles de su barrio. Mitad style, mitad conciencia… o nada de mitades: todo mucho y todo pleno. Así suena, así se viste, así baila, empoderada y colorida, para soltar ideología sin dejar de ´vacilarla´ o estar ´chillin´.
“Soy negra de piel y de alma/respiro soul/El mar me trae calma/me gusta el sol”, diría como carta de presentación de una carrera solista breve con el aval de un camino sólido previo. Mezclando r&b, boombap y hasta dem bow, con la misma fluidez que se mezclan los acentos adheridos en el recorrido, la radicada en La Plata clama en su último corte: “Mírame bien, reconóceme enojada/mírame bien si ya no vuelvo, no te quedes callada/mírame bien, si yo no vuelvo me tenés que reconocer”. Del barrio a la tarima, como quien sabe que cualquiera se proyecta con los focos rutilantes de la escena pero no todxs brillan con luz propia. Y si esa luz se comparte con otras, tamaño fuego se arma. Para prender la pista, una tuca y –si es necesario– la calle, La Negra Buggiani.
“Mirame bien” –según cuenta la artista– se trata de simbolizar “la lucha transfeminista. La idea era participar de un disco de mujeres en Mardel hasta que me terminé enterando que la persona que lo gestionaba era un machirulo. Como saqué el tema del disco que preparo, pensé: hay que resignificarlo”. A partir de la cuarentena, se armó una cadena de colaboraciones: Tamara Stella produjo musicalmente, La Popi aportó sus rimas y Fer Ortega Passalaqua su violín, Corcha el master de la mezcla de Lucas Soldavilla, Camila Gramaglia la portada y con imágenes de la Colectiva Audiovisual Feminista un video que fue editado por Rocío Perla. “Se trata de demostrar que si entre nosotras no nos cuidamos y visualizamos, es difícil. Más allá de alguna política pública, es una realidad que aumentaron los femicidios en cuarentena y los casos de violencia en los hogares. Es una realidad a como antes, pero quizá las mujeres podían tener espacios para juntarse y ahora está todo peor. Fue un poco ese aporte, visualizando y construyendo desde el colectivo”.
En “Santa María”, esa oda a las bondades del Cannabis, no pierde de vista tampoco la causa: “Nos metieron en la cabeza al príncipe azul. Me gusta más el verde y el plebeyo más aún”. “Es algo re loco –comenta– pensando en todas las letras y cómo se involucran. Ese ni lo pensé, me fumé una seca zarpada de unas flores y salió el tema de una. ¡Y me gustó!”. Buggiani cuenta que en general es de “escribir y escribir y escribir” mucho. “Sin música. Cuadernos… muy vieja escuela. No me gusta en la compu, tampoco en el celu. La dinámica surge desde la escritura más que de la música. El juego de palabras, tratar de ser metafórica. Y en cuanto a la rítmica, siempre me pongo un metrónomo o estoy buscando en donde ir a apuntar, siempre lo voy analizando. Se termina de dar forma con Rodo cuando nos juntamos. Es un trabajo re mil de equipo”. Con su “plaquita, compu y mic” en la habitación, Buggiani también experimenta improvisando sobre “bases random”.
“En cuanto al flow y las melodías las armo yo, me gusta jugar con la música disco. Hay mucho en mis melodías”. Y agrega: “Me gusta groovearla. Es una de las cosas principales de laburar con Rodwin. Él toca el bajo y soy fan de los bajos. Me ceban. Fue una persona con la que conecté en compartir música. Cuando descubrimos que éramos fans del disco dijimos: me gusta groovearla, te gusta groovearla… ¡vamos a groovearla! Todas las veces es primero escuchar música. La inspiración surge mucho de escuchar a otros artistas, me genera. Decir: quiero conseguir este sonido, ¿qué es lo que está pasando? ¿cómo lo hace?, el análisis musical, tener las referencias”.
Con mucha impronta en su modo de cantar, reconoce que fue un desafío, fue transferir las influencias anglosajonas al español. “Antes pensaba que solo podía cantar en inglés. Por ese sonido que tiene la lengua. Mi gran laburo para llegar a cómo digo las palabras. Resignificar mi lengua nativa y cómo obtener esa sonoridad de mi propio idioma. Me ha pasado que me pregunten ¿por qué no cantas en español o por qué ese estribillo está en inglés? Me lo cuestioné, porque la idea es que todes me entiendan. Pero también es mi identidad. Soy fiel a lo que crecí escuchando”.
Actualmente, Buggiani está produciendo su primer EP: «Del Barrio a la Tarima», con fecha de lanzamiento para diciembre de este año, gracias a haber sido seleccionada para la beca PAR de la UNLP. “Ya está maquetado. Pero habrá instrumentos que se van a grabar de manera orgánica”. La portada –proyectada con su amigo Joaquín Lescano– remitirá a su crecimiento en Etchepare, ya que así se llamará el primer tema: “Bombo y caja. Un guiño a los noventa. El sonido con el que arranqué. Y el EP termina con uno más disco”.