Por Ramiro García Morete
“Las estaciones pasan volando/con la violencia de un proyectil/Vamos tramando algo, acelerando/Si el precipicio te enfoca de atrás/¿Qué sombra das?”. Quizá haya sido después de un concierto solista, cuya convocatoria no fue la esperada. Y que hoy para qué, y que hoy pasará y que hoy me rendí. Algo que puede ocurrirle inclusive a uno de los mejores y más prolíficos compositores de la ciudad, ya fuera al frente de Los Valses actualmente, de “Orquesta de Perros u otros proyectos colectivos o solitarios. Quizá fueron algunas pérdidas irreparables, de esas que obligan a reformular todo. Algo que también puede pasar a cualquiera, pero aunque sabía que ocurriría, había llegado hasta allí con la fortuna del “plantel completo”. Con todo un precipicio por detrás, solo restaría mirar al frente.
“En tres palabras -escribió un tal Robert Frost- puedo resumir cuanto he aprendido de la vida: esta sigue adelante”. Desde esa frontera llamada mediana edad, habría que tramar algo nuevo. Tal vez del mismo modo que sus canciones: piezas construidas con cuidado casi orfebre, narradas en pequeños planos con sutileza y elegante poética. Pero donde el relato no está acabado y entre sus huecos respira ese elemento esencial que es lo imponderable. Las canciones, como la vida, desafían cualquier intento de control y hay que aceptar que parte de ellas no dependen de uno.
Aun así cuando pergeñara el muy recomendable taller de canciones que hoy lleva a cabo donde a pesar de su experiencia se posiciona “no tanto desde la docencia sino como alguien que contagia el entusiasmo”. Hablará al respecto de “acercar posiciones” entre su pasión y el sustento económico, después de tantos años en empleos como el del kiosko donde escribía aquellas arrasadoras y brutales canciones cuando las entendía como un “brazo armado del psiconálisis”. Pero el tiempo -ese gran asunto alrededor de todo esto- lo haría reconocerse como un auténtico obrero de la canción. Quizá por ello llamaría “La trama panal” a ese taller y potencialmente al disco que no iba a ser en principio más que esa canción homónima.
Pero nuevamente el imprevisto (que no siempre es ingrato sino lo contrario) lo cruzaría con Francisco Cadierno y -de su mano- con nuevos socios de aventuras como Nahuel Acosta y Matías Olmedo. Con Cadierno como arreglador, las canciones que inicialmente poseían un aire folkie se proyectaría a una dimensión impensada por su autor. Con una armado de tres cellos, contrabajo y rhodes, la orquestación otorgaría a las bellas melodías de Vidal un sonido que -jocosa pero no tan desacertadamente- podría llamarse “bleatlesco rioplatense”. Y es que entre aires Eleanor Rigby Y Acho Estol, el songwriter reinventaría nuevamente su sonido y demostraría su versatilidad a la hora de cantar. “Sobrevida” surgiría entonces como un nuevo disco de Pablo Matías Vidal: breve pero consistente, con más sentimiento que sentimentalismo, con más memoria que nostalgia, íntimo pero no autorreferencial. Y con la sensación de que la muerte está ahí todo el tiempo no solo para recordarnos que el gran final sino los pequeños principios. Pues lo importante -como bien sabe la flor que se abre y se cierra según las estaciones- es que hay vida después de la vida.
“Es un disco de cuatro canciones que me propuse hacer a fines del año pasado -introduce Vidal-. Y que me permitió evacuar o encausar algunos pensamientos y sensaciones. Un cúmulo de cuestiones del ánimo, mente y corazón que no estaba pudiendo procesar por otras vías”. Y desarrolla: “Hay algo que es bastante universal con el paso del tiempo. Negamos que vamos a morir, es la naturaleza humana. Las señales que va dando el cuerpo y el mundo te hacen ver que sí, que hay un final que es para todos. Y en mi vida se empezaron a registrar algunas bajas de significación. Me consideraba un afortunado porque,al margen de mis abuelos que se fueron cuando era chico, después venía con el plantel completo. Yo sabía que iba a llegar, que iba a tener que lidiar con la ausencia, con la falta. Y bueno… en algún momento empezó a suceder”. Por eso el título tiene que ver con la “manera de relacionarse con lo que queda del tiempo para uno, desde hoy y hasta el último día. Esa es mi sensación con el término ´Sobrevida´, asociado a la supervivencia y a que todos tenemos un tiempo por delante”.
Curioso es que terminó de cerrar el concepto al unir una canción reciente con una inconclusa de veinte años atrás, cuando quizá había otra perspectiva en relación al dolor pero también al modo de abordarlo artísticamente: “Es paradójico. La segunda parte del tema es de un texto que escribí a los 18 y tiene un poco más que ver con cierto desborde cuando se es más joven y el coqueteo estético con la muerte, el suicido y el reviente. Parece algo que uno lo hace más como un juego o intentando generar una provocación. Pensarlo hoy me parece una nimiedad. Pero era algo que necesité escribir. Lo loco es como veinte años después me termina cerrando para acabar de darle forma a una canción”.
“Yo establezco sociedades -expresa respecto a su asociación con Cadierno y el modo en que el sonido se sus canciones se configura en la interacción-. En mis discos solistas y en las bandas también. Con los años comprendí que hay ciertas partes del proceso que me interesan y en las que me considero apto. Y otras en las cuales no. Me gusta poder compartir la experiencia de grabar el disco con alguien más. Yo dejo trabajar. Tengo las cosas claras, sé lo que quiero en algunas cosas y en otras no tanto. Y dejo que ese gris lo complete otra persona. Y en el caso de Fran la elección no podría haber sido mejor. Una persona con la que me da gusto trabajar. Siento que llevó mis canciones lugares imaginados hasta ahora. De su mano fui conociendo a otras personas como Nahuel Acosta o Matías Olmedo (de estudios El Zumbido). Cumplís años y pensás que no hay lugar para conocer personas que ocupen lugar de cierta significancia. Sin embargo, en el palo de la música sigo conociendo. Te puedo ir diciendo que no va a ser el último disco con ellos”.
Mientras tanto, Vidal se encuentra dando un taller de canciones que en cierto modo representa un ejercicio de reconocerse a sí mismo: “Absolutamente. Va cambiando la percepción que uno tiene del oficio y hasta qué punto la gratificación es atinente al espíritu o también puede pensar en otra tipo de gratificación material. Me costó mucho. Había un divorcio entre mi forma de ganarme el dinero y la pasión por este oficio. Con el tiempo por suerte pude ir madurando y acercando posiciones. Puedo hacerlo a través de lo que sé hacer. Por más que no tenga formación académica. Por todo lo recorrido, pensado y trabajado en esos años pude armar algo para transmitir a otras personas interesadas el oficio de hacer canciones, el juego, la práctica. No diría que es docencia. Intento ser alguien que contagia el entusiasmo. Las experiencias que me he ido encontrando son variadas, riquísimas y me di cuenta que mucha gente necesita cantar, tiene algo para decir, algo adentro que de otra forma no lo puede sacar. El paso uno es intentar destrabar. Después la parte poética o mística, de la canción”.
En relación a su propio y actual modo compositivo, “me pasa que cada vez pienso menos al escribir. Me fui aferrando a ese momento de gracia, de palabras , sonoridad y de rimas apropiándose. Ese momento en el que estás en un cuerpo a cuerpo muy íntimo con el nacimiento de la canción e ciernes. Hay que extraer de ese momento lo máximo que ese pueda. Bombearle al subsuelo de la canción todo el petróleo que puedas. Y después sí recurrir a instancias racionales, que no está mal. He recurrido a la razón como al inconsciente, la sobriedad como la psicodelia. Y de todas las experiencias extraje. Hoy por hoy es un poco como vos decís: voy armando la escenografía con ciertas palabras, sin ser demasiado explicito pero sin ser vago como para que parezca una letra cósmica y que no hay conexión. Que sea lo suficientemente clara y la suficientemente ambigua, para que sepas lo que está pasando pero a la vez tengas espacio para perderte un poco. Como una una suerte de sueño. Hace años dejé de lado el látigo y la primera persona».