Por Ramiro García Morete
“¿Y si no hacemos un té en esta noche de lluvia y después nos vamos a romper las sábanas con furia?”. Comenzó “como un chiste”, dirá. O como un juego, mejor dicho. Corría el mes de mayo, la noche dejaba caer la lluvia y en la casa de Hernández la pareja se preparaba un té. “Esto amerita una canción”, sugirió e improvisó el estribillo cantándole jocosamente a su compañera para guardar un precario registro en su celular. Así de simple, tal como la escena cotidiana y amena que describe la canción.
Así de simple, como no siempre lo es. Quizá porque antes de enloquecer con el Ableton a principios del año pasado, siempre lo carcomió la ansiedad de esperar a los ensayos y hacer mil pruebas hasta concretar una canción. Quizá porque la propuesta de Lúmine (destacable banda que integra) exige mayor complejidad y caminar muchas más notas con su Jazz Bass Fretless. O quizá fuera la pesada omnipresencia de los grandes autores del rock nacional. Como Spinetta, quien sonaba contantemente a través de su padre. Este saxofonista aficionado legaría tempranamente a su hijo el estudio por ese complejo instrumento que seguiría al ingresar a Bellas Artes. Aunque a los diez serían The Beatles (¿cuándo no?) y las inolvidables líneas de “Michelle” las que despertarían la intriga por el bajo.
La guitarra también aparecería, aunque signada por aquella traumática rotura accidental a cargo de una amiga de su hermana al sentarse sobre la flamante electroacústica. Con Pilar -hermana que deslindaremos del “trágico” hecho- y otros amigos de la escuela formarían una banda heterodoxa en estilo. Arrancando una adolescencia en la cual sus amistades adherían a sonidos más crudos como Nirvana, Red Hot Chili Peppers o Aerosmith, Jamiroquai emergería como una fascinación. No solo por sus bailes, esos que junto a sus estudios de teatro alimentaron su conciencia y soltura escénica. Sino básicamente por esos arreglos de bajo que practicaba al llegar a la tardecita de vuelta del colegio.
Sin perder ese gusto por lo elegante, encontraría una forma menos virtuosa pero sí eficaz en la relectura del pop y soft rock de bandas de origen indie y proyección comercial de la escena nacional. Jugando sobre esa base, se permitiría licencias varias a nivel lírico e instrumental. Así de simple y como un juego, le gustaría al punto de trabajar con Adriano Martino y editar un adelanto de lo que en el futuro puede llegar a ser un disco. La adhesiva “Noche de lluvia” ofrece numerosos detalles ocultos, con un pulido tratamiento del sonido y claras reminiscencias a los ´80. Pero lo hace con la misma ligereza que posiblemente siente Marcos Fava, este joven que comprendió que algunas veces a la música -como la lluvia- hay que sencillamente dejarla caer.
“Algo que pensé como cliché, nos terminó gustando -reconoce Fava-. Era un chiste hasta que dejo de serlo”. Y agrega: “Me basé mucho en las bandas de indie pop como Conociendo Rusia o Bandalos Chinos. Usé muchos recursos que ellos usan o lo más parecido a lo que se me ocurría en mi cabeza respecto canciones que ahora se escuchan. Y también si le metí cosas mías, como el solo de guitarra o la parte de bajo”.
Fava asume que el tema resulta liberador en cierto punto: “Durante mucho tiempo estuve frustrado por la composición por esto que decís: en Lúmine es todo más poético o complejo quizá. Siempre intenté componer así, imitando a los grandes… tipo Spinetta. Nunca me gustó cómo me salió. Quizá mi estilo y mi esencia están en lo simple. No me preocupo quizá tanto por lo poético y lo complejo sino pensar por lo que quiero decir. Un lenguaje más terrenal”.
Respecto a su rol como vocalista cuenta que antes le daba “mucha vergüenza cantar. Pero como con Lumine hacía muchas segundas voces, de a poco me fui soltando”. Y grabar solo le brindó “otra seguridad. Me hizo soltar más y poder probar cosas a ver si me salían o no. En el estudio quizá no me animaría a hacer los saltos de ´Noche de lluvia´”.
Mientras prepara algunos temas para publicar a la brevedad, imagina poder presentarse una vez pasada la pandemia: “Me encantaría. De hecho últimamente pienso las composiciones no solo desde lo musical sino desde el vivo, desde la performance. Qué podría ser en vivo, pensando gestos o movimientos. Me fascina bailar y hacer el personaje en el escenario. Es algo que me encanta”.