Los Palabreros son cuatro narradores orales que recorren el país llevando consigo la literatura de Roberto Fontanarrosa, el Negro. Se conocieron en un taller de narración oral en 2005, dirigido por la reconocida cuentacuentos Dora Apo, quien fue mentora del cuarteto.
Ayer por la tarde visitaron La Plata en el Complejo Bibliotecario Francisco López Merino, y dieron homenaje al cuentista, historietista y dibujante rosarino. Una escena en la que construyen, desde 2009, la mesa de los galanes: aquellos personajes del Negro tomados de sus propias tertulias vespertinas con amigos, que se juntaban por las tardecitas a hablar de fútbol, mujeres, fracasos y victorias cotidianas, en el bar que ya es historia de la literatura argentina, El Cairo.
“En las prácticas del taller de Dora Apo mechábamos los cuentos de Fontanarrosa durante los trabajos, hasta que decidimos armar un guión y empezar a darle forma al homenaje.”
Los Palabreros son pioneros de la narración oral en el país. Lo que los juntó en aquel taller de Dora Apo fue la obra de Fontanarrosa, de la que los cuatro se confesaron fervientes lectores, con las temáticas que atraviesan los cuentos: el fútbol y la amistad. Debajo del buzo de Cosme González, como no podía faltar, se dejan ver las franjas azules y amarillas de la camiseta del Canalla Rosario Central, lista para interpretar el inolvidable cuento “19 de diciembre de 1971”, sobre aquella tarde en que Central le ganó 1-0 a Newell’s en la semifinal del Torneo Nacional, en el Monumental.
“En las prácticas del taller de Dora Apo mechábamos los cuentos de Fontanarrosa durante los trabajos, hasta que decidimos armar un guión y empezar a darle forma al homenaje”, dice Cosme.
Han visitado Bariloche, pueblos de la provincia de Buenos Aires, Tacuarembó (Uruguay), Rosario, y el próximo mes estarán en Mar del Plata.
“Nuestra amistad se forjó a medida que fuimos creciendo como grupo. Antes no nos habíamos visto nunca. En ese sentido, rompemos con eso de que los amigos son de toda la vida. Somos hombres grandes y en el presente nos resulta difícil pensar la vida sin hacer esto juntos”, dice Gino Piccinni.
“Nuestra amistad se forjó a medida que fuimos creciendo como grupo.»
La amistad está presente en las historias del Negro, en las conversaciones de sus personajes con todas sus miserias y pasiones, sea en la mesa del bar, en la previa de un picado en un barrio rosarino o en la popular de una cancha. Esa habilidad característica de Fontanarrosa para construir diálogos dinámicos y fluidos, repletos del lunfardo que se escucha en cualquier esquina de ciudad argentina (y nadie putea como él en la literatura), producto de prestar oído a las desventuras y anécdotas de sus cercanos.
Esa oralidad de mesa de café o cerveza que resuena en el oído al leer a Fontanarrosa está cerca de la narrativa oral: “A diferencia de la lectura y escritura introspectiva y solitaria, la nuestra es solidaria, estamos continuamente expresando con palabras, gestos y ademanes lo que queremos decir, como una entrega al público”, afirma Cosme.
La dinámica de la obra la explica Gino: “Ricardo es un fanfarrón de la mesa de los galanes que se las sabe todas y se manda la parte de haber conocido a Fontanarrosa, y eso nos sirve como entrada para que los demás contemos nuestras historias”.
Los cuentos interpretados recorrieron las temáticas centrales del escritor: en “La barrera”, un nene solitario utiliza elementos de la cocina para armar arcos de fútbol y destruir la casa; “Te digo más” da cuenta de la invasión cultural yanqui a modo crítico y cómico a la vez; las historias de relaciones con mujeres fueron “Destino de mujer” y “La iniciación”.
Los Palabreros sostienen que eligieron El Cairo con sus mesas y conversaciones por ser rasgo que define la ficción del Negro. Allí toma forma su universo literario, que no es ni más ni menos que la vida de la ciudad de Rosario, con las anécdotas de sus personajes y sus barrios futboleros. Muy similar a Osvaldo Soriano, que ubicó su mundo en Colonia Vela, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, para hablar de toda la Argentina de los setenta; como Jorge Amado con Bahía en Brasil y la explotación de los terratenientes; o García Márquez y Macondo para hablar de las desgracias que produce la United Fruit Company en Colombia y toda América Latina.
Muy posiblemente el Negro, un tipo de bajo perfil que le escapó siempre a la fama inevitable por su trabajo, se hubiera sentido un poco incómodo al ser homenajeado, aunque no hubiera dejado de lanzar más de una carcajada con las interpretaciones de Los Palabreros.