Por Ramiro García Morete
La banda de los hermanos Varela lanza “El Baile del fin del mundo”, un álbum que conjugar el pop más moderno con el clásico, líricas delicadas y la sensación de que cuando algo acaba, algo empieza
“Quiero que juguemos juntos, que seamos el mundo/decorar la vida y que no importe/ lo que quieran los demás”. Lautaro “tuvo la maravillosa idea o algo como el rayo de la inspiración” – contará Nahuel- y pidió una guitarra para su cumpleaños número diez u once. Una criolla de dudosa calidad colgada en una disquería de Parque Chacabuco. Su hermano no sabe bien porqué. O sí. Si bien en casa de madre bailarina y padre docente de semiología (y afín a la escritura) “el arte no estaba mal visto”, no había una profunda melomanía ni tradición de músicos. Es cierto que ya en el vientre les hacían escuchar Almendra y luego el doble cassettera reproduciría cintas de Baglietto o Gieco. También es verdad que ambos harían el jardín en el Instituto Vocacional de Arte. Pero siempre habría algo con las melodías, incluso antes de descubrir bandas por los canales de música o indagar en Spinetta.
Siempre las melodías. Como cuando las canciones emergen yendo por ahí, ya fuera una caminata por el barrio (“Jardines”) o en el bondi (“Cuando sea primavera”). Como cuando ni siquiera sabían tocar instrumentos, pero armaron aquel primer ensayo en su cuarto donde un cajón del armario sostenía un palillo y a la vez este un platillo para un amigo que era mejor amigo que baterista. En aquellos años de primaria en los que conocerían a Jano, ambos inventarían canciones a capella como esa de invencible rima: “Baboso ¿qué le ven a las tetas de grandioso?”. Una mirada crítica de ciertos paradigmas que evidentemente asomaba, igual que la amplitud de gustos que incluiría más adelante Floyd, Queen o Electric Light Orchestra. Pero aquella guitarra- que Lautaro estudiaría con profesor y Nahuel mirando videos, al principio- le daría mayor solvencia a un juego que siempre habían tomado muy en serio y un marco armónico que desde entonces brotarían en cantidad.
Unos años después-ya con Elena en la batería, Nahuel en guitarra , Lautaro en teclado y ambos hermanos componiendo y cantando- llegarían álbumes y EP´s donde en cierto modo la transición del rock al pop se daría fluidamente sin abandonar ninguno de ambos . Pero con una impronta cada vez más rítmica y adhesiva con bandas como La Casa Azul como buena referencia. A la par de la publicación de “Brindis” (2018) surgirían las canciones que desembocarían en su último y muy logrado álbum (ya con Jano en la bata), donde se mezclan el pop más estridente y la balada, las sonoridades más modernas y las influencias más tradicionales. “Estribillo del corazón, clasicismos o riff rock/ me cobijan y golpean el desamparo” abre esta verdadera celebración de ritmo, luz y sonido situada en una imaginaria última fiesta, como registro de una época y el principio de otra. Canciones como “Macho” dan a entender que “El baile del fin del mundo” no responde tanto a una pandemia que ni imaginaron como sí a la caída de ciertos paradigmas. Todo esto, por supuesto, sin literalidades, envuelto por precisos arreglos y sostenido en indelebles melodías. De esas que se pueden cantar en la calle, en un bondi o en tu cuarto. Esas por las que vale la pena jugar y jugársela aunque el mundo a veces duele tanto, que parece que se llega a su fin. Pero que no se siente mal cantando con La Taza Calva.
“Es un disco colorido- introduce Nahuel-. También es agridulce como la mayoría de las cosas que hacemos. Y creo que es un disco que acompaña”. Respecto al significativo título, “se llamaba así antes de la pandemia. Ya había una sensación o una textura en la vida que nos rodea, la vida moderna que lleva un poco a eso. Pero hay que tener cierta perspectiva más macro. Nací en el 1995. Ya hay muchos fines del mundo que experimenté. En el 2000 se iba a terminar. Luego el 2012…y ahora. Siempre pareciera que en el tiempo que uno llega es el fin del mundo o el peor momento”. Y simplifica: “No deja de ser una imagen que se nos ocurrió: gente juntándose por última vez esperando la hora en que se termina el mundo. Nos pareció una imagen romántica”.
En “El baile…” la banda potencia algunos recursos sonoros contemporáneos como samples o pitcheos así como la influencia del pop japonés “pero siempre dentro de los intereses que tenemos. Tomar recursos de diferentes épocas y diferentes géneros para extender el lenguaje. No se trata de nuevo ni viejo: lo que nos gusta y nos interesa lo usamos y vamos abriendo las fronteras lo mayor posible. Y además los elementos son recursos musicales. Son como palabras: si encontrás donde ponerlas podes hacer que el poema sea mejor”.
Con temas que podrían ser radiales –si es que las juventudes escucharan radio- la banda no desatiende la dimensión política: “No desde un lado típico. Hay a veces facilismos. Como si para tener conciencia hubiera que decir ´malditos políticos’. Lo nuestro sí es político en una manera de ver el mundo. Se han dado muchos cambios en la historia y tampoco sé si es bueno creer que todo el mundo termine en lo inmediato. Pero sí que hay cambios que se han dado que de alguna manera pusieron en tela de juicio muchas de las cosas con las crecimos muchas generaciones”.
A las hora de componer, generalmente lo hacen por separado y sin computadoras a la vista: “La verdad es que somos en ese sentido vieja escuela. Las canciones cuando se presentan están con una guitarra o con un piano. En nuestro caso hay una cosa que por ahí es una particularidad que es la búsqueda melódica”. Si bien muchas canciones salen en movimiento o en la calle y “tiene que ver una idea, un brillito, un rayo, también somos sentarnos y componer. Es como hacer gimnasia”. Y completa: “Como componemos mucho tampoco podemos decir que hacemos un estilo solo. Dentro del caldo hay instrumentales, géneros diversos. Pero sí me parece que la búsqueda inconsciente siempre es lo melódico”.