«Hay cosas que no se hacen porque se ordenen. No creo que ningún hombre pueda violar a una mujer porque se lo mandan de arriba», respondió rotundamente y con firmeza Nilda Ema Eloy al ser interrogada en el histórico juicio de 2006 contra Miguel Osvaldo Etchecolatz, director de la Brigada de Investigaciones de la Policía bonaerense que regenteaba los centros clandestinos de detención que integraban el Circuito Camps. Su testimonio, grabado aquel día, fue exhibido este martes en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de la policía bonaerense de Quilmes y Banfield, conocidas como «Pozos», y en la II Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda, conocida como El Infierno.
En El Infierno, Nilda Eloy estuvo secuestrada entre el 1° de noviembre y el 31 de diciembre de 1976. Allí fue «violada en reiteradas oportunidades» por el entonces cabo de guardia Miguel Ángel Ferreyro, uno de los imputados que goza de detención domiciliaria en esta causa unificada.
Durante su extenso y detallado testimonio, Eloy explicó que fue detenida la medianoche del 1° de octubre de 1976 en la casa de sus padres, en La Plata. Etchecolatz dirigía vestido de civil la patota de unos veinte hombres que no dudaron en golpear a sus padres y a su hermano. A ella le vendaron los ojos y le ataron las manos y se la llevaron en un Dodge 1500 celeste. Tenía diecinueve años. Había ido a Bellas Artes y estaba en segundo año de Medicina. Años después, en los noventa, reconoció en un programa de televisión a quien dirigía la patota: «Me quedé paralizada», aseguró.
Etchecolatz, que se hacía llamar «el coronel», es uno de los principales acusados en este juicio, pues fue director general de Investigaciones de la Policía bonaerense, que controlaba los 29 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que funcionaron en el llamado Circuito Camps.
Eloy relató lo que en su testimonio denominó con sarcasmo «el turismo por el Circuito Camps». El día de su secuestro fue llevada a La Cacha, en las afueras de La Plata, donde inclusive un sacerdote al que le decían «padre Manolete», que resultó ser monseñor Callejas, le decía que pusiera las manos adelante y se las pisaba. Golpes, torturas con picana eléctrica, vejaciones, violación y simulacros de fusilamiento tuvieron lugar durante su secuestro en condiciones inhumanas, donde las y los secuestrados pasaban días sin beber ni comer, hacinados en pequeños calabozos.
De La Cacha fue trasladada al Pozo de Quilmes. «Allí estaban Emilce Moler y Patricia Mirada. Yo estaba toda negra. Toda quemada», contó antes de mencionar que «pasaba un supuesto médico que nos manoseaba con Pancután». De allí la trasladaron –siempre junto a otros secuestrados– al Pozo de Arana, donde «se torturaba todo el día». A mediados de octubre de 1976 la llevaron a su «cuarto lugar de detención, que podría ser El Vesubio». A lo largo de su relato, Eloy fue nombrando no solo a otras mujeres y hombres con los que estuvo secuestrada, sino también a represores por sus apodos o sus apellidos.
En El Infierno fue torturada con un elemento que le introdujeron en sus genitales. «Era una cureta quirúrgica con una escobilla de finos alambres en el extremo» hasta donde llegaban descargas eléctricas, relató Eloy, instrumentista quirúrgica, que por momentos cerraba los ojos como si buceara en su memoria, conteniendo las lágrimas y haciendo silencios.
Durante largos periodos fue la única mujer en El Infierno, donde su calabozo quedaba abierto. «Quedé como la única mujer permanente para todo lo que se les ocurriera», como torturarla para que gritara y hacerle creer a hombres detenidos que tenían allí a su madre o su hermana.
Ferreyro fue uno de los violadores. «A Ferreyro lo reconocí en el Juicio por la Verdad [en 1998 en La Plata]. Lo denuncié por violación», sostuvo en su testimonio aplastante. El martes, Ferreyro ni siquiera vio la audiencia de forma remota.
De El Infierno fue trasladada a la Comisaría 3ª de Lanús, antesala de su paso a disposición del Poder Ejecutuvo Nacional. Allí estaban «Emilce, Patricia, Marta Enriquez, Cristina Rodríguez y entre los varones estaban Néstor Praderio, Rubén Schaposnik, Horacio Salerno, Walter Docters, Gustavo Calotti. Luego llegó Pablo Díaz y José María Noviello».
Su familia pudo saber que ella seguía con vida por la familia de Emilce. Nilda y otra compañera, Mercedes, tuvieron que esperar hasta agosto para ser «blanqueadas». «Estábamos desesperadas, porque no figurábamos en ningún lado».
El 22 de agosto de 1977 fue trasladada a la cárcel de Devoto. Recuperó la libertad a principios de 1979.
Cuando durante su testimonio en 2006 el juez Carlos Rozanski le preguntó a Eloy si quería hacer una pausa, su respuesta fue aplastante: «No puedo parar, son demasiados años de silencio».
Eloy integró la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos y fue referente de la lucha por la aparición con vida de Jorge Julio López, desaparecido por segunda vez el día de lectura de los alegatos del juicio contra Etchecolatz.
Reconocida por su personalidad y su larga cabellera canosa, falleció el 12 de noviembre de 2017 de cáncer.
Alcides Chiesa
Alcides Antonio Chiesa, que en 1977 estudiaba cine en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, fue detenido el 15 de octubre de ese año en la casa de sus padres y llevado a la Brigada de Investigaciones que enseguida identificó porque vivía en Quilmes, donde había nacido, según el testimonio que prestó en el juicio por el Circuito Camps efectuado en 2011 en La Plata y que fue exhibido el martes en el juicio por los Pozos.
Sin saber nunca por qué motivo lo secuestraron, sobrevivió al Pozo de Quilmes y a Puesto Vasco. Cree que lo secuestraron porque tenía un amigo militante y sindicalista, Juan Antonio Ginés, acribillado en su casa junto a su mujer días antes. Alcides estuvo detenido en la cárcel de Rawson y en la Unidad 9 de La Plata hasta el 21 de junio de 1981.
«Me torturaban casi todos los días atado de pies y manos», explicó sobre sus primeras semanas en el Pozo de Quilmes, donde también tuvieron en cautiverio a su esposa Norma. Su padre estuvo detenido desaparecido durante dos meses.
«Me interrogaban sobre actividades sindicales en el cine. Yo era un estudiante», explicó Chiesa, que relató el día en que lo fue a ver a su celda en Quilmes otro de los imputados en este juicio, el médico de la Bonaerense Jorge Antonio Bergés. «Se me había infectado una pierna por la picana». «Le vi la cara porque me bajó la venda. Me dio unas pastillas, tomé la primera y me provocó una reacción alérgica». Luego explicó que lo curó un guardia al que llamaban «El tío», que era «el único que tenía cierto rasgo humano» entre los represores.
Chiesa evitó brindar demasiados detalles personales sobre su secuestro y posterior detención en dos cárceles, pero compartió lo que pensaba en cautiverio. «Uno no era nada como ser humano […] Esa sensación que los mismos acusados ahí tampoco entienden porque ellos tienen la posibilidad de defenderse», aseguró hablando pausadamente y luego de darse vuelta para mirar a los verdugos, entre ellos Etchecolatz, que en 2011 estaban sentados detrás suyo en el juicio.
«Es muy difícil meterse en la cabeza de ellos con los pensamientos de uno», afirmó Chiesa aquel día en el que dijo que los represores eran además saqueadores.
Durante su relato ante el juez Rozanski, Alcides Chiesa agradeció no haber sabido cuando lo trasladaron a Rawson en avión que tiraban gente de los aviones, «porque me hubiera dado un paro cardíaco».
El día que fue puesto en libertad «me raparon. A la noche me largaron y corrí hacia una esquina y estaban mis padres esperándome. Así contado, no tiene mucho drama, pero fue dramático», concluía este sobreviviente del Pozo de Quilmes que marchó al exilio en Alemania y falleció en abril de 2017 a los 69 años.
Autor de documentales y ficciones como Desembarcos, Amigomio y Dixit, Chiesa recibió su título de la ENERC en 2015.
Los testimonios de Nilda Eloy y Alcides Chiesa serán incorporados a la causa, tal como se hizo con los de Adriana Calvo y Cristina Gioglio, también fallecidas.
Los represores con más impunidad
Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale, este último capitán del Ejército en el Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata, los únicos dos imputados que cumplen cárcel efectiva, pues los otros dieciséis están en domiciliaria, avisaron a través de una «empleada penitenciaria» que no bajarían a la sala para seguir las audiencias de forma virtual, burlándose una vez más de víctimas y querellas. Otros imputados desactivaron las cámaras de sus computadoras, de forma que se desconoce realmente si estuvieron del otro lado o no.
Las abogadas querellantes Guadalupe Godoy y Luz Santos Morón expresaron inmediatamente su preocupación frente a esa situación al inicio de la audiencia. La primera se refirió a las «informalidades que empiezan a producirse» en este juicio.
«Queremos juicios reales y no juicios declamativos […] pese a la situación de pandemia. En estas circunstancias no se está garantizando la presencia [virtual] de los imputados». Pidió entonces que el tribunal garantice que los imputados sigan las audiencias de forma virtual. Otras querellas, también representadas por abogadas como Josefina Rodrigo, Miriam Espinoza y Florencia Tittarelli, adhirieron a estos planteos. También adhirió Ana Oberling por la Fiscalía.
El presidente del Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, el juez subrogante Ricardo Basílico, afirmó que no va a tolerar la desconexión de los imputados, pero admitió que puedan tener desactivadas las cámaras o estar representados por sus abogados, como hicieron Etchecolatz y Di Pasquale.
Miles de personas se han conectado a la audiencia para seguir desde diversas plataformas un juicio que esperan desde hace más de cuarenta años.
El juicio continuará el martes 24 de noviembre. El Tribunal debe tomar indagatoria aún a dos imputados: Eduardo Samuel De Lío, que fue jefe del Batallón Depósitos de Arsenales 601, quien, según su abogado, está internado en una clínica en San Isidro; y Ricardo Armando Fernández, jefe del grupo de actividades especiales del Destacamento de Inteligencia 101, ya condenado por su participación en La Cacha.