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Cuba: la solidaridad merece el Nobel

«Decenas de miles de médicos cubanos han prestado servicios internacionalistas en los lugares más apartados e inhóspitos. Un día dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y sorpresivos contra ningún ‘oscuro rincón del mundo’; pero que, en cambio, nuestro país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más ‘oscuros rincones del mundo’. Médicos y no bombas, médicos y no armas inteligentes, de certera puntería», afirmó en 2003, en su discurso en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz. El tiempo, una vez más, destacó aquellas palabras del dirigente cubano.

La industria cultural norteamericana, durante décadas, se encargó de construir la idea de que cuando el mundo estuviera en peligro serían los soldados con alto nivel de entrenamiento y armas muy sofisticadas los que salvarían a la humanidad con osados actos individuales. La realidad mostró que los héroes actuales no visten como Rambo, no portan pesadas armas, ni actúan de manera solitaria. Los héroes actuales tienen guardapolvos blancos, estetoscopios alrededor de sus cuellos y trabajan de forma conjunta y organizada, con la solidaridad y el amor a la humanidad como sus principales banderas.

«Patria es humanidad», dijo José Martí. «Un mundo mejor es posible», repitió en innumerables oportunidades Fidel Castro. La solidaridad es un valor inclaudicable de esa pequeña isla caribeña que hace seis décadas sufre un brutal bloqueo económico, comercial y financiero por parte de la principal potencia mundial, Estados Unidos. Un bloqueo que se profundizó durante el gobierno del neofascista Donald Trump.

Ni siquiera esa nefasta política consiguió que deje de flamear en Cuba la bandera de la solidaridad. Como bien señala el periodista Gustavo Veiga en un artículo publicado en el matutino Página/12 titulado «Un símbolo de Cuba va por el Premio Nobel», los profesionales de la salud cubanos cumplen tareas en 46 naciones y cinco territorios sin autonomía y «hasta 2020 integraron sus misiones 9 mil trabajadores de la salud que les brindaron asistencia a unos 4 millones de personas y les salvaron la vida a más de 89 mil […] En Haití también cumplieron un rol clave en la epidemia de cólera de 2010 donde asistieron a más de 400 mil personas».

La pandemia puso a prueba los valores de nuestras sociedades y sacó lo mejor y lo peor de cada una de ellas y de sus sistemas políticos.

Desde la aparición del primer caso de coronavirus, el 17 de noviembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, China, hasta el 1° de febrero de 2020, según los datos publicados por la Universidad Johns Hopkins, se han registrado más de 103.058.750 casos y han fallecido 2.230.190 personas.

Los gobiernos neoliberales abandonaron a su suerte a la mayoría de su población, dejando indefensos a los más vulnerables. Las políticas de achicamiento del Estado dejaron los sistemas de salud totalmente debilitados, restrictivos e incapaces de enfrentar la pandemia.

Las potencias económicas comenzaron a competir entre ellas –hasta llegar al punto del robo descarado– y lucharon por acaparar respiradores y medicamentos para atender a los pacientes con covid-19. Como ejemplo extremo, el gobierno de facto de Jeanine Áñez, en Bolivia, aprovechó la crisis para hacer un enorme y descarado negociado con la compra con sobreprecio de respiradores que ni siquiera llegaron al país. Ejemplos nefastos en los que primó el egoísmo, el saqueo, el abandono de la población y los negociados abundaron en 2020.

En este contexto, el gobierno de Cuba se esforzó por cuidar a su población y mantener activas las brigadas médicas Henry Reeve en asistencia a los países asolados por la pandemia. Estos actos de humanidad profunda llevaron a que, por pedidos que llegaron desde distintas partes del mundo, estén nominadas al Premio Nobel de la Paz 2021.

La solidaridad merece ser una bandera de la humanidad. La solidaridad merece el Premio Nobel.


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