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«¡Basta, ya tienen los nombres, métanlos presos!»: clamor de justicia de una sobreviviente del Pozo de Banfield

Por Gabriela Calotti

«Yo quiero decirle señor presidente: esto causa mucho dolor. No sé si se ríen los genocidas de nosotros, si les recordamos cómo nos torturaron, nos violaron… Siento que venir ante un tribunal no sirve de nada ya que los genocidas o están en sus casas o están absueltos […] por favor presidente haga justicia. Que esto no se repita nunca más. Somos tres los que quedamos vivos de Zárate. Somos respetuosos de la ley pero quiero pedirle: ya se fueron muchos compañeros. Esta gente está en su casa. Son genocidas. Que esta gente pague por lo que hizo», sostuvo Lidia Esther «la China» Biscarte en un tramo de su testimonio, el vigésimo que presenta ante un tribunal por los delitos de lesa humanidad de los que fue víctima.

Con entereza, pero también con tristeza por el paso del tiempo y la falta de justicia, Lidia, apodada «la China» por su papá y no por alguna cuestión política como pensaron sus verdugos, hizo una afirmación inesperada: «quizá sea la última vez que lo hago. Esto causa mucho dolor. Ellos jamás vieron la justicia que esperamos alcanzarla, por favor, por favor», clamó luego de mencionar a dos queridos compañeros fallecidos en los últimos meses, Daniel Lagarone y José María Iglesias, con quienes compartió cautiverio.

Biscarte insistió con su reclamo de justicia ante el presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, porque justamente en septiembre pasado el Tribunal Oral Federal Nº 2 de San Martín que integra el juez Walter Venditti, magistrado que también forma parte del TOF Nº 1 que lleva adelante este juicio, absolvió en la Causa Campo de Mayo al médico Edgardo Omar Di Nápoli acusado de delitos de lesa humanidad contra veinte víctimas que estuvieron cautivas en el barco ARA Murature en Zárate. Biscarte reconoció claramente a Di Nápoli como la persona que controlaba las sesiones de tortura. Ella estuvo en ese barco que funcionaba como Centro Clandestino de Detención (CCD).

En el marco de la 16° Audiencia de este juicio que comenzó 45 años después de los hechos que se juzgan, se escucharon otros dos testimonios, también de víctimas de la zona norte, Escobar, Zárate y Campana, donde funcionó un intenso circuito del terror que comprendió varios espacios navales. Por ellos pasó también Gustavo Javier Fernández, sobreviviente del Pozo de Quilmes, detenido en agosto de 1976, junto a su hermano Carlos, que permanece desaparecido. Asimismo prestó declaración Orlando Edmundo Ubiedo, hermano de Valerio Salvador Ubiedo, quien estuvo secuestrado en el Pozo de Banfield y falleció años atrás de una enfermedad.

El circuito del horror de Lidia Biscarte

Sobrevivió al Pozo de Banfield, en realidad a la Brigada de Banfield de la Policía Bonaerense, aunque durante tres meses fue trasladada por al menos cinco CCD en la zona norte, en particular en Zárate, donde vivía y por lo tanto conocía.

Lidia tenía 29 años y dos hijos. Vivía en una villa de Zárate. Trabajaba en una empresa de limpieza que se ocupaba de las oficinas que las firmas Techint Albano, Pilotes Trevi, Vialidad Nacional y Mecánica del Suelo tenían allí en el puente Zárate-Brazo Largo que estaba en plena construcción.

Trabajó seis años como empleada de maestranza para una empresa que nunca le hizo aportes jubilatorios y por eso “sigo trabajando”, aseguró ante el Tribunal. Lidia, que tiene ahora 74 años, era por entonces delegada.

El 27 de marzo de 1976, en horas de la madrugada, una patota irrumpió en su casa prefabricada. Años después supo que afuera había agentes de Gendarmería, Prefectura y policía de Zárate.

Se la llevaron en camisón y envuelta en una sábana a la Comisaría de Zárate. Allí conoció la picana. «Me dan ‘máquina’, me echan agua, me retuercen los pechos, ya desnuda totalmente», relató. De allí a la Prefectura de Zárate donde le partieron los dientes de un culatazo. Lidia iba reconociendo estos lugares por ruidos particulares, porque estaban cerca de su casa.

«Sabía que estaba en Prefectura porque allí atracaba la balsa civil. Cuando atracaba la balsa temblaba todo y escuchaba al amarrador que decía ‘tirame el picado’», aseguró, antes de indicar que en un «Falcon o un Torino»la llevaron después al Arsenal de Zárate, que reconoció porque estaba el ferry nuevo que se llamaba «Tabaré» y tenía «un silbato especial».

«Ahí nos tienen unos cuantos días. Ahí empiezan las violaciones. Ya habían empezado pero no tan tremendas como ahí […] Nos manguereaban para después venir y violarnos», sostuvo sin olvidar a «los compañeros que pedían por nosotras».

Una madrugada la subieron al barco Murature. «Sé que era ese barco porque había pescadores que los hicieron retirar. Cuando salí en libertad ellos me contaron que era de ese barco de donde se escuchaban gritos. Digo esto porque en otros juicios lo han negado», sostuvo tajante. Después recordó cuando le hacían «el submarino en el río […] ahí vi la muerte por la asfixia».

En el Arsenal vio «un montón de cadáveres» y está segura de que muchos compañeros muertos quedaron debajo del Casino de Oficiales. «Ojalá haya un terremoto y saque a todos los compañeros que quedaron adentro. Vi la máquina excavadora», enfatizó, antes de continuar con el periplo: Tiro Federal de Campana y Tigre, donde recuerda una pileta llena de cadáveres y recuerda a Parra, el del grupo chileno Los Jaivas. De allí le siguen la Comisaría de Moreno y el Pozo de Banfield.

Al describir las condiciones de cautiverio en Banfield aseguró que «éramos veinte, treinta, apilados como animales, con las manos atadas, vendados». Estábamos «semidesnudas. Ahí no nos dieron comida. Éramos animales. Había orines, materia fecal. ¡Por eso mi pedido es basta: ya tienen los nombres, métanlos presos!», exclamó Lidia Biscarte dirigiéndose al presidente del Tribunal. También en Banfield hubo violaciones. «Escuché a Teresita cuando la estaban violando también. Una chica jovencita. Éramos todas jóvenes. Yo estaba muy lastimada».

De ese tramo de su secuestro recordó cuando trajeron a la celda a Osvaldo Souto. «Ya lo trajeron semi muerto. Vomitó con sangre arriba de mis piernas», precisó. De ello se dio cuenta cuando la trasladaron a Campo de Mayo y las hicieron bañar.

Después de tres meses de CCD, de donde recordó también «al señor Ernesto padre e hijo, el señor Lugato padre e hijo, los dos hermanos Barrientos, a la doctora Velazco y a su esposo», la llevaron a la cárcel de Olmos y luego a Devoto. La liberaron en enero de 1979. Volver a empezar fue difícil pero «de la gente de mi villa tuve todo el apoyo. Me ayudaron económicamente. De traerme un plato de comida», comentó. Una amiga le consiguió trabajo de tejedora, que hacía en su casa mientras cuidaba a su padre. «Después las cosas fueron cambiando», añadió.

Sin embargo, 40 años más tarde Lidia Biscarte sigue pidiendo justicia. «Creemos en la justicia. No somos como ellos. Antes de morirme quiero saber que esta gente estará presa», dijo de forma contundente.

Los hermanos Fernández en Luján

Gustavo Javier Fernández, sobreviviente de la Brigada de Quilmes de la Bonaerense, conocida como Pozo de Quilmes, a donde fue llevado en agosto de 1976, subrayó como un «compromiso» el hecho de volver a declarar en un juicio.

Dirigiéndose al juez Basílico, Fernández afirmó: «Como usted entenderá, soy un sobreviviente de esa etapa tan jodida donde desaparecieron y murieron 30 mil compañeros […] Es mi deber denunciar todas estas cosas por las cuales hemos pasado lamentablemente en nuestro país».

Él tenía 22 años y su hermano Carlos, que tenía 26, permanece desaparecido. Ambos militaban desde 1972 en la Juventud Peronista montonera en la ciudad de Luján, donde hacían trabajo barrial.

Su hermano era ceramista y responsable político de una de las corrientes en las que se había escindido la JP local. Tenía un taller en su casa, estaba casado y tenía dos hijas. En algún momento decidió alejarse «un tiempo de la militancia activa».

A partir del 24 de marzo de 1976 en Luján empezaron a producirse muchos secuestros. Él decide irse a Capital Federal, quedándose una noche en cada casa que podía. Su hermano ya era profesor de cerámica en la Escuela de Arte de Luján, que fue uno de los blancos de la represión en esa localidad. Decían «que era un lugar muy politizado».

«Varios alumnos fueron luego desaparecidos. Había un ensañamiento con ese lugar. Cuando mi hermano ve que la situación se pone difícil, decide irse a la Capital para volver a conectarse con la gente de Montoneros», relató Gustavo antes de indicar que luego de irrumpir en la casa de su madre y de su hermano entre junio y julio de 1976, un denominado «Comando Genta» los detiene en una casa que les había prestado Miguel Prince.

De ese comando afirmó que iban «vestidos de civil y a cara descubierta» y recordó que su cuñada reconoció a uno de sus integrantes desfilando el Día de la Bandera en Luján.

Se repite la misma práctica de las patotas armadas. «Revuelven todo, rompen cosas. Y de ahí nos sacan y nos suben en dos autos y nos llevan a un lugar que supimos que era la Superintendencia de Seguridad Federal en la calle Moreno. Había mucha gente». De allí los trasladan a la Comisaría 2ª de Avellaneda, perteneciente a la Policía Federal.

«Ahí me torturan, picana, durante bastante tiempo y sé que a él le hicieron lo mismo. Las preguntas eran sobre nombres de gente de Luján a los que consideraban subversivos, entre comillas. Me doy cuenta de que no tienen conocimiento de cómo funcionaban los grupos en Lujan», relató Gustavo, antes de explicar que luego lo volvieron a poner en la misma celda que su hermano y que este le cuenta que «lo habían torturado mucho y le preguntaban mucho por la Escuela de Arte y por Ricardo Palazo», un estudiante que fue secuestrado y sigue desaparecido.

Bolsas en la cabeza, golpes con un palo en los hombros y en la espalda. «En un momento, ya no podía gritar del dolor. Ya no me respondía el cuerpo. Llaman a una persona y le dicen que por el momento paren», cuenta, dando a entender que había un médico que controlaba las sesiones de tortura.

Estuvieron hasta mediados de septiembre. «Llegamos a estar seis días seguidos sin comer». Allí compartieron cautiverio «con Carlos Ochoa, de Cañuelas; con otro que tenía una herida en el tobillo; con un chico de 15 años que estaba muy asustado. Era de La Plata y decía que tenía familiares que trabajaban en la justicia y había una chica de General Rodríguez», relató. Ahí también trajeron a Miguel Prince y a cinco o seis uruguayos.

El traslado siguiente será al Pozo de Quilmes. «Hay una escalera muy empinada y caracol. Nos ponen en celdas que eran chicas». Allí no tuvieron tortura y recibían algo de comida. Conoció a Néstor Busso, que le enseñó a hablar con las manos, y a Edi Shapiro.

Estuvieron en el Pozo de Quilmes hasta el 29 de septiembre. El 1° de octubre, en un campo en la zona de Luján, logra escaparse del Falcon en el que lo llevaban. Sus verdugos habían parado en una casa a comer. Un compañero de militancia lo ayudó a localizar a su tío, quien lo llevó a Baradero y con su novia se fue a Chivilcoy «yendo por caminos de tierra», para evitar algún control en la ruta.

«De mi hermano no supe más nada. Sigue desaparecido», aseguró. En aquel entonces, su madre tuvo la ayuda de Emilio Fermín Mignone, cuya hija había sido secuestrada, para presentar un Hábeas Corpus a fines de 1976.

«Estuve varios años sin documentos», recordó Gustavo Fernández. Le daba miedo pedirlos. Así trabajó «en un horno de ladrillos, de albañil, todo en negro, donde no me pedía documentación. No salíamos de noche». De a poco se empezó a comunicar con su mamá. «Mi hermano nunca supo que su esposa estaba embarazada. Tuvo su tercera hija, que nació en mayo de 1977».

Los hermanos Ubiedo

Orlando Edmundo Ubiedo contó el martes ante el tribunal la historia de su hermano Valerio Salvador, sobreviviente del Pozo de Banfield, fallecido en el año 2000, a causa, según él, de una bacteria que se agarró durante sus años en la cárcel de Sierra Chica y la U9 de La Plata.

Valerio tenía 40 años, trabajaba en el Molino San Sebastián de Escobar y era delegado de la Unión Obrera Molinera. Fue secuestrado dos veces. La primera vez se lo llevaron en la primera semana de marzo del 76 de la casa de su tío donde se reunían para los cumpleaños. «Vino el Ejército y (Luis Abelardo) Patti», excomisario y ex intendente de Escobar. Lo torturaron y lo largaron a la mañana del domingo.

«Después del golpe, Patti estuvo frente a su casa vigilando y el 2 de abril lo secuestra con el Ejército y se lo llevan. Me contó que pudo ver a través de la venda que estaba en el Pozo de Banfield. Ahí le daban una manzana.
También lo habían golpeado porque estuvo enyesado. Dice que lo golpearon con una Itaka. Le quebraron una costilla», relató Orlando recordando las charlas que tuvo con su hermano después de recobrar la libertad.

Durante su secuestro en el Pozo de Banfield vio a la doctora Velazco, a José García, a Daniel Lagarone y a Blanca Buda. Lo llevaron a la cárcel de Mercedes, de ahí a Sierra Chica y luego a la U9 de La Plata. En 1981 recuperó la libertad.

Valerio falleció en el año 2000. «Le agarró una bacteria infecciosa que para mí se la agarró en la cárcel, porque en Sierra Chica estuvieron mucho tiempo encerrados. Estaban 23 horas encerrados y le abrían la puerta una hora para que miraran para afuera. Yo creo que él se enfermó ahí. La bacteria infecciosa le comió todas las vertebras, las venas, lo mató».

Su papá era militante político y delegado gremial en Entre Ríos. De esa provincia habían llegado al norte bonaerense para trabajar en un horno de ladrillos. Su padre murió cuando su hermano estaba desaparecido. «Él no pudo aguantar la tristeza», señaló Orlando.

Fue una familia perseguida. Patti iba con el Ejército a menudo a la casa de su tío. «A mi tío lo tenían aterrorizado. Le hicieron romper todos los pisos» acusándolo de esconder armas, comentó.

Gustavo era secretario general del sindicato de los rurales y estaba en el Consejo Directivo de la CGT zona norte. Lo secuestraron en septiembre de 1974 junto a Gastón Gonzalve y a Ana María Granados. Aparecieron días después en la Policía Federal de San Martín.

«Mi hermano era delegado. No era político. Era un delegado gremial. Nada más que eso. Esta es la historia que me contó mi hermano. Es eso señor juez», concluyó Orlando.

De los 18 imputados en este juicio, entre estos Miguel Osvaldo Etchecolatz, Juan Miguel Wolk y el médico José Antonio Bergés, solo dos están en la cárcel. El resto en sus domicilios. Casi ninguno está asistiendo a las audiencias virtuales de este juicio. Apenas aparecen algunos abogados defensores.

La próxima audiencia será el martes 9 de marzo a las 10:30 hs. Las mismas pueden seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria.