Por Claudia Rafael
Todavía le cuesta darse vuelta cuando escucha el grito de “¡Guido!”. Le es más fácil el eterno Pacho con que lo bautizaron hace mucho o el Ignacio que le asestaron en aquel otoño en que manos cómplices del horror lo depositaron en Olavarría. La música lo salva. Siempre. Lo devuelve a esa paz serena que se sacudió fuerte y lo volvió un rostro conocido para las mayorías. Hubo un tiempo en el que había que pelear espacios para tocar, pero hoy le llueven a raudales. En los que pentagramará los nuevos versos de una historia que hizo trizas los espejos de su propia identidad. Le empezaron a cerrar los vacíos y comenzaron a poblarse las ausencias. Y su música tuvo un sentido claro y certero que no hallaba explicaciones en esa historia pueblerina y puestera en el campo. Sus ironías habituales encontraron raíces genéticas. Por eso se ríe y piensa: a lo mejor, con ciertas letras “fui un poco Nostradamus”.
“¡No sabés cómo es mi vidaaaa!”, dice con voz histriónicamente aflautada.
-Imagino que estás saltando de una nota a la otra sin respiros…
-Totalmente, pero bueno… es un juego que ya acepté jugar.
-Será cuestión de aprender a manejar los tiempos… Ahora vayamos para atrás ¿Cómo aparece la música en la historia de tu infancia?
-Yo iba siempre con mis viejos a los bailes que había en los pueblitos de alrededor de Olavarría. Una vez, fuimos a uno en el Club Independiente, de Colonia San Miguel. Y tocaba una banda que se llamaba Aldaba, de los hermanos Martel, que eran los músicos de San Miguel. Ver tipos tocando arriba de un escenario, fue algo así como un flash. Ahí escuché tocar el teclado. Y empecé: quiero tocar el teclado, quiero tocar el teclado, quiero tocar el teclado. Así arrancó el operativo de romper las pelotas para que me mandaran. Iba dos veces por semana en bicicleta. Y me di cuenta de que eso que estaba aprendiendo ahí, iba a formar parte de mi vida para siempre.
-Ahí fue la música en vivo. Pero ¿antes de eso…?
-No. Antes de eso, nada. En el campo no se escuchaba música. No había televisión. La radio llegaba poco. El universo sonoro pasaba por otro lado. No por la música.
-Y ¿cuál era ese universo sonoro?
-Los sonidos del lugar. Los pájaros. Toda esa ambientación sonora que hay en esos lugares. Vos lo comparás con el ruido blanco que tenemos en la ciudad. Como el que uno siente ahora acá, en donde pasan miles de cosas al mismo tiempo. En el campo los sonidos son más espaciados y uno les puede prestar más atención. Son más sutiles.
-Ibas a estas fiestas populares en las que tiene tanto peso la cultura de los alemanes del Volga desde todas las perspectivas ¿Cómo te marcaba?
-Evidentemente me ha marcado bastante. Yo hice muchas cosas en ese entorno.
“YO PUEDO DECIR LO QUE QUISIERA
SER: UN FUEGO INTENSO, QUE
ALUMBRE PERO QUE NO QUEME. NO
SÉ SI LO LOGRARÉ”.
-En el tránsito por la música fuiste por distintos caminos… el jazz, el folklore, el tango ¿Hay alguna corriente musical que hoy represente mejor este presente interior tuyo?
-No, porque este presente interior mío no se diferencia mucho del presente interior de tres meses atrás. Mi identidad se va construyendo. Y lo que yo hice fue agregarle identidad a la que ya tenía. Pero mi formación, mi manera de ser, ya está. Justo se da la maravilla de que todo en mi vida ha sido ligeramente mágico, si se quiere. Y lo que había, engancha con lo que hay, con lo que viene ahora. De manera muy orgánica. Entonces no siento esa dicotomía entre lo que era y lo que soy. Y lo que seré. Soy más o menos la misma gente, nada más que ahora me conocen muchos más y tengo una familia mucho más feroz con la cual, ahora sí, empezamos a interactuar y quizás ahora cambien algunas cosas. Los afectos te van transformando y te van haciendo mejor. Pero no sé si hay una identidad musical. Porque las búsquedas estéticas a lo largo de mi vida musical han respondido a las búsquedas que ahora sigo teniendo. Búsquedas estéticas, búsquedas de verdad, desde otro lugar que no tiene que ver con la identidad sino con la búsqueda de quién es uno mirándose hacia adentro.
-¿Cómo se fue armando a lo largo de tu historia de vida el rompecabezas musical y literario interior para ir pariendo tus hijos creativos?
-Todo fue muy variado para mí. Y en el camino me encontré con cosas muy disímiles que me conformaron identitariamente. El hecho de vivir en un lugar más genérico como Olavarría, tan distinto del Rosario en el que escribe (el músico Jorge) Fandermole, hace que uno en la misma búsqueda se nutra de más cosas. En ese tomar cosas, vas agarrando un pedacito de cada situación y vas construyendo un acervo musical que te sirve como material cuando empezás a componer tu propia música.
-Recorriendo algunas de tus canciones, escuchaba Rayito de luz que dice “yo tengo un fueguito de esos y leña pa decir basta”.
-Esa letra no es mía, es de un poeta que se llama Romildo Risso y tiene toda una historia. Un día en que iba a estudiar al Teatro Roma, de Avellaneda, entré en la librería El Aleph, enfrente de la plaza y me compré un libro que se llamaba “El aromo”, que estaba fallado y tenía pegadas las hojas. Había un montón de poemas gauchescos. Y entre ellos uno que se llamaba “Un fueguito de esos”. Me gustó mucho y con algunas licencias mínimas que me tomé con el texto, armé esa música. La invitamos a Liliana (Herrero) y ella la interpretó de esa manera. Me parecía que era como el amanecer y el ocaso en el campo. Y Liliana me decía que ese rayo de luz era como encontrar la muerte.
-A mí me hizo pensar en el mar de fueguitos de Galeano. Fuegos grandes, fuegos chicos, fuegos serenos que ni el viento se entera. Y pensaba ¿qué fueguito sos vos?
-No sé. Uno no se ve cuando arde, lo ven los demás. Yo puedo decir lo que quisiera ser: un fuego intenso, que alumbre pero que no queme. No sé si lo lograré.
-Sigamos con tus canciones. En Deja Vu decís que “tal vez me vuelva a pasar que me voy a coquetear con otros caminos que pone el destino a mis pies”. ¿Te adelantaste a toda esta historia?
-Uf. Hay cosas que las leo ahora y parecen premonitorias. Cuando compuse eso, tenía que ver con pensar en cosas que vuelven a pasar muchas veces. Ese coqueteo es como una advertencia. Como decir “fijate que hay un camino, no te distraigas en tonterías”. Era un poco eso en lo que pensé cuando la escribí. Pero mucho de mi repertorio parece premonitorio y hay frases que fueron puestas con una intención y ahora, en el contexto nuevo. Decís ¡¡¡guau mirá lo que puse!!!
-Es fuerte revisar todo, ¿no? Pensaba en el título de “Espantos de agosto” que suena tan a Piazzola y que podrías cambiar a “Terremotos de agosto”.
-Es que forma parte de la casualidad mágica. Y hay millones de esas cuestiones. Porque, de hecho, en los ensayos del grupo, nos cagamos un montón de risa diciendo “ey mirá, mirá lo que puse acá”.
-Es más. Te diría que de aquí en más cuando escribas algo, te fijes bien. A ver qué terremoto nuevo provocás.
-Claro… el tipo resultó una especie de Nostradamus. (risas)
“ESTE PRESENTE INTERIOR MÍO NO
SE DIFERENCIA MUCHO DEL
PRESENTE INTERIOR DE TRES MESES
ATRÁS. MI IDENTIDAD SE VA
CONSTRUYENDO”.
-Tuviste la osadía de hacer Mujeres argentinas por Hombres argentinos. ¿Con cuál te quedás para identificarte?
-Todas tienen algo. La elección que hicieron Félix Luna y Ariel Ramírez acerca de qué mujeres elegir tiene mucho que ver con las mujeres icónicas argentinas. Y cada una representa esos valores que suelen tener las mujeres argentinas. Entonces la historia de “Dorotea, la cautiva” te retrotrae a historias actuales. Desde el cautiverio, desde esa cuestión tan fuerte de la toma de las mujeres.
-Marita, la cautiva…
-Tal cual. Podría ser ella perfectamente. Y después, Mariquita, que es la que tiene más glamour de todas. La esposa de alguien encumbrado que de alguna manera es testigo de la historia. Cartas de Guadalupe habla de una historia de amor como pocas. Las cartas que nunca llegan. Gringa chaqueña te retrotrae a las mujeres fundadoras. Manuela, la tucumana es una historia de mucha pasión, de armas tomar como Juana Azurduy. Y Rosarito Vera, maestra, es la historia de la maestra argentina que encima, te remite también a la historia de las Abuelas. Ni hablar de Alfonsina.
-Que además, tuvo una historia de amor tan convulsionada.
-Bueno, es que esa obra habla en definitiva del amor, en sus diferentes facetas. El amor en ese estado más sublime, en el más allá. Es una obra increíble. Tiene un poderoso efecto. Es la mujer como luchadora y por eso también me parece tan alucinante.
-Bueno. Podrías hacer ahora Estela, la Abuela, para agregarle a la obra.
-Y Hortensia, la abuela.
-El otro día te escuché decir que hay una justicia poética que es total y que“poéticamente los vencimos” ¿Cómo suena eso musicalmente?
-Y, eso hay que trabajarlo. Pero entra así como se dice. Cuando conscientemente creés que tenés ese nivel de verdad, las cosas se dicen así. No hay mejor manera de decir las cosas que de un modo simple. El viento fuerte que viene del río… no hay cómo decirlo de otra manera. Y en este caso es igual. La justicia poética de aparecer, de volver en tus padres de nuevo después de 30 años es una manera de vencer a la muerte que no sabe. Que no tiene oportunidad frente a los vivos. Ahora sólo falta ponerle música.
“Cuando me enteré tuve
que escapar como si fuera
un delincuente”
La restitución de la identidad de Ignacio Guido Montoya Carlotto, el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, fue diferente a los casos de los otros 114 nietos recuperados por el organismo de derechos humanos.
El 5 de agosto pasado su análisis de ADN dio positivo y a las pocas horas la identidad del nieto 114 fue publicada en los medios masivos de comunicación, a los que enfrentó en conferencia de prensa con una naturalidad asombrosa.
-Tuviste suerte de que, desde ciertas perspectivas, el cambio no tuvo esa cosa abrupta y terrible que tuvo para otros nietos restituidos.
-Pero eso por una cuestión interna. Porque desde lo externo se propiciaron todas las circunstancias como para que el cambio sea abrupto. Cuando me enteré, tuve que salir escapando como si fuera un delincuente. Tuve que andar escondiéndome. Y de la noche a la mañana pasé de ser un tipo común y silvestre a un tipo común y silvestre al que conocen todos. Estar dando notas tres horas por día. Cuando las restituciones se dan de manera difícil es por otras cuestiones que no sé si siempre tienen que ver con lo interno. De acá en adelante, deberán ser de manera más cuidada sobre todo de los medios, del poder judicial. Porque detrás de estas historias que son tan públicas hay personas. Hay un ser humano que está tratando de resolver las cosas lo mejor que puede.