Por Gabriela Calotti
El poema se titula “Madurar” y dice: “Nacimos huérfanos, crecimos a la intemperie. Envejecimos de chicos/ Nacimos a la intemperie, crecimos huérfanos, envejecimos de chicos/ Huérfanos de intemperie, envejecimos de chicos”. Lo escribió María Ester Alonso Morales, melliza de María Elena, nacidas durante el secuestro de su mamá Delfina Morales, detenida en una casa de Bernal el 13 de noviembre de 1974, es decir años antes del golpe cívico-militar pero cuando ya estaba en vigencia el terrorismo de Estado en nuestro país.
María Ester Alonso Morales, abogada y escritora, vive en Alemania y vino en esta ocasión a la Argentina para declarar, aunque fuera virtualmente, en este histórico juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de Banfield, Quilmes y “El Infierno” de Lanús dirigidas por la Policía Bonaerense. La mujer explicó el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, en un minucioso testimonio, la tarea de investigación que llevó adelante desde los 20 años para saber qué había ocurrido con su mamá, antes y después de su detención, y con su papá, Jacinto Alonso Saborido, asesinado el 7 de octubre de 1974 durante un enfrentamiento armado en la zona de Banfield.
“Mi testimonio es una reconstrucción histórica. Un trabajo de archivo que comencé en el año 1995 cuando estudiaba en la Facultad de Derecho de la UNLP. En ese momento me integré a la agrupación HIJOS”, contó María Ester al iniciar su declaración luego de que el presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, le leyera la lista de imputados.
“Mis fuentes son, principalmente, la palabra de mi madre, lo que me fue contando con pesar, con dolor y hasta con pudor como mujer por todo lo que le pasó. Y lo fui corroborando en expedientes penales, recursos de hábeas corpus, recortes periodísticos”, agregó, antes de subrayar que tiene “toda esta documentación (…) en papel y la tengo digitalizada y la pongo a disposición de la Justicia”. Aclaró que el material ya está en poder también de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).
Una semblanza de sus padres
En un primer tramo de su relato, estructurado, claro y en el que hubo emoción y la voz quebrada en algún momento, María Ester Alonso Morales contó quiénes eran sus padres, porque “antes de todo lo trágico, hubo una vida”, sentenció.
“Jacinto Alonso Saborido, mi padre, nació el 7 de marzo de 1950 en Salvatierra de Miño, en Galicia, España. Vino al país a los cuatro años y aquí lo esperaba mi abuelo, Fortunato Alonso”, contó María Ester antes de indicar que a su abuela paterna la conoció recién en los años 90.
La familia de su padre se instaló en Liniers. Él iba al Colegio Nacional y jugaba al fútbol, pero también militaba. En base a los relatos de compañeros de su padre pudo saber que “comenzó en el Partido Comunista Argentino, luego se pasó al Partido Comunista Revolucionario y terminó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP). Ahí en su militancia conoce a mi mamá”.
“Me dijeron que era un hombre muy directo, que hablaba de frente y que se vestía formal, con saco y corbata. Que parecía más grande que la edad que tenía y que siempre andaba con resfrío o tristeza”, contó.
Algunos compañeros lo recuerdan “por última vez” en el V Congreso Antiimperialista por el Socialismo que se llevó a cabo en Rosario, donde hablaron Rodolfo Ortega Peña y Silvio Frondizi, asesinados en 1974 por la temible Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
“Rosa Delfina Morales nació en 1937 en Santiago del Estero, aunque fue inscripta diez años después. No fue a la escuela. Fue la mayor de ocho hermanos. Su madre la entregó a una familia de Frías para que la críen”. Con esos “padrinos” aprendió a leer y a escribir, pero la hacían trabajar y “le ponían un banquito para que pudiera lavar los platos”, contó María Ester, para explicar el origen humilde de sus padres que abrazaron la militancia para cambiar el país. Delfina fue cocinera en restaurantes y casas de comida en Buenos Aires. Ello le permitía alquilar un cuarto en una pensión en el barrio de Once.
A Jacinto lo había conocido en una reunión del PRT. “Mi papá la acompañó a una parada de autobús y al poco tiempo vivían juntos en Once”, relató como contando una novela romántica.
Pero entonces “todo era urgente y muy intenso”. En marzo de 1974 su padre alquiló una casa en Lanús con su verdadero nombre, explicó María Ester antes de contextualizar la época sembrada por la violencia política desatada por la ultraderecha peronista encarnada en la Triple A durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, la viuda del General, quien tras su muerte accedió a la presidencia.
En ese marco político, María Ester subrayó lo ocurrido en agosto de 1974 en Catamarca, donde 16 guerrilleros del ERP fueron detenidos por el Ejército y fusilados en lo que se conoce como “La masacre de Capilla del Rosario”.
A raíz de la masacre en Catamarca, el ERP decidió lanzar una campaña de represalia para que se respetaran las convenciones de Ginebra, explicó María Ester. “Es así que mi padre y sus compañeros, haciendo cumplimiento de esa decisión, se dirigen a la casa del mayor Jaime Gimeno. Disparan una ráfaga de ametralladora. Le cruzan el paso. Alertados por los disparos, el hijo de Gimeno desde el balcón del primer piso de la casa abre fuego y cae Arístides Benjamín Suarez, mi padre es herido”, y fallece después. Otro compañero también resulta herido y un cuarto logra escapar. “Esto ocurrió en Banfield el 7 de octubre de 1974”, afirmó María Ester.
Para ese día, su mamá ya no estaba en la casa de Lanús. Al ver el nombre de su inquilino en los diarios, el propietario los denunció en la comisaría. Delfina estaba en una casa humilde de Quilmes al cuidado de Susana Gallego, “una compañera que hoy está desaparecida”, sostuvo María Ester. “Dormía, se despertaba y lloraba” porque ya sabía que Jacinto había sido muerto. De allí fue a Bernal, donde conoció a Nelfa Suárez y a María Ester Alonso, tal como se supo en este juicio por otros testimonios de sobrevivientes.
La noche del 13 de noviembre las detuvieron junto a otros compañeros, como Víctor Taboada y Dalmiro Martínez Suárez. Los acusaron de tener un arsenal de armas. Delfina, que fue llevada a la Comisaría 2ª de Bernal, nunca olvidará que aquella noche le robaron “una valija con un ajuar con la ropita que había preparado para nosotras: pañales, bombachas de goma, talco, peinecitos, batitas, escarpines. Eso se lo robaron de la casa de Bernal. Cuando nosotras nacimos no teníamos nada. Y creo que eso fue lo que más le dolió a ella”, contó esta mujer recordando palabras de su mamá que sobrevivió.
Su madre estuvo en esa comisaría del 13 al 16 de noviembre. “Ella me cuenta con mucho pesar y dificultad que ahí la llevan a una oficina, fue interrogada, torturada, golpeada y le hicieron un simulacro de fusilamiento”, contó entonces María Ester sin evitar que su voz se quebrara por la angustia y la emoción.
Nacidas en cautiverio
En su búsqueda de datos y de memoria familiar, María Ester recorrió en 2014 todos los lugares: la casa de Lanús, la casa de Bernal, la Comisaría y una esquina cercana donde entonces había una pequeña clínica.
“Todo el tiempo le querían hacer firmar un papel para que nos entregue. Le decían ‘que entregue al bebe’. Ellos no sabían que éramos dos. Mi mamá se negó constantemente”, contó María Ester.
Al descomponerse, los guardias la llevaron a esa clínica. Coparon un piso con un operativo de seguridad. El 17 de noviembre de 1974, Delfina Morales dio a luz a dos niñas, mientras los policías querían permanecer en la sala de parto y otros enfermos se quejaban porque allí estaban atendiendo a una “terrorista subversiva”.
“Mi mamá recuerda que ese día los médicos estaban escuchando la transmisión de la llegada de los restos de Evita al país. Y eso lo corroboré con un periódico Clarín que conseguí”. También se acuerda que “los médicos y las enfermeras hicieron una colecta para comprarnos ropa y comida para mi mamá”.
María Ester tuvo palabras de agradecimiento para las familias Martínez Suárez y Taboada porque “pidieron por la vida de todos” y presentaron denuncias por apremios ilegales de todos. Víctor Taboada apareció muerto en una celda del Pozo de Banfield, según un expediente por apremios ilegales al que accedió durante sus investigaciones. Su cuerpo fue robado de la morgue del cementerio de Avellaneda. En ese documento figura un croquis del Pozo de Banfield y declaraciones de los policías Juan Carlos Zamudio, José Félix Madrid, Mario Raúl Domínguez, Carlos Alberto Verónica y el comisario, que era Juan Miguel Woll.
Su madre fue trasladada a la U8 de Olmos con las dos bebitas el 19 de noviembre de 1974 por infracción a la Ley Antiterrorista 20.840.
Las humillaciones no cesaron. Días después la llevaron a declarar ante el juez Grau, y como había pasado la hora de amamantar a sus hijas “ella chorreaba líquido”. En esas condiciones “la metieron en el despacho del juez con armas y ella estaba esposada”.
El 3 de diciembre de 1974 a su madre le dicen que está en libertad, pero en realidad queda a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). El 16 de enero la trasladan a capital. “Mi mamá es expulsada del país a Perú”, cuenta María Ester. Salió de la U8 con Segunda Casado, que sigue desaparecida, precisó.
“Nosotras pasamos el primer mes de vida en Olmos. Ahí mi mamá se encuentra con Nelfa Suarez, que da a luz al hijo de Víctor Taboada. También estuvo con Nelly Ramas, con Susana Mata, que tuvo a Alejandrina Barry, con Laura Franchi, ahí nació Silvina. Yo la conozco. No sabía que habíamos sido compañeras de guardería en Olmos”, recordó María Ester.
Delfina Morales viajó a Perú custodiada. Fue recibida en el aeropuerto por un comité de solidaridad con los presos políticos. Vivió en el barrio de Miraflores, donde hacía camisolas y las teñía. Pero sus hijas se habían quedado en la Argentina al cuidado de Olga Litural, también desaparecida. Su madre volvió en el 77 con otro nombre y fue “recibida en el aeropuerto en Buenos Aires por el hermano del Che Guevara. A mí me pareció desopilante cuando me lo contó. Después escuchando otros testimonios era verdad”, confesó durante esta audiencia número 30.
María Ester y María Elena no estaban en la casa de Olga, a quien ya habían secuestrado. Delfina termina ubicando a sus hijas en una familia de La Plata cercana a familiares de los presos políticos.
“Al principio no nos querían entregar (…) Primero nos hacían encontrarnos con ella en la Plaza Moreno”, recordó. Hasta que en diciembre de 1977 viajaron con ella a Santiago del Estero para conocer a su abuela, a punto de morir.
“A partir de ahí empieza todo un periplo para ella y para nosotras como hijas. Pasamos por tres escuelas distintas. Estuvimos en un hogar escuela en Santiago del Estero como pupilas. Hasta que en 1984 pudimos volver y en el 85 volvimos las tres a La Plata. Las tres juntas otras vez”, contó nuevamente conmovida por sus propias palabras.
María Ester también tuvo que hacer un largo recorrido para recuperar su verdadera filiación y buscó la ayuda de Abuelas de Plaza de Mayo en La Plata. Su legajo por filiación fue el primero que se abrió en la Comisión por el Derecho a la Identidad.
“Lo presentamos en el Tribunal de Familia de La Plata. Era un reclamo de filiación en común acuerdo con mi mamá y mi abuela (paterna). Esto es reparar estos lazos familiares. “Soy 99,996 por ciento hija de Alfonso Saborido”, sostuvo reivindicando una vez más a su padre.
“Me preguntaron cómo me quería llamar. Yo pedí Alonso Morales para mantener con mucho orgullo el apellido materno. Así se hizo la inscripción en mi partida de nacimiento”, puntualizó y contó que yendo al Registro de las Personas en 1 y 60 para tramitar su partida una empleada de edad le dijo “¡Ahhh, estos son los chicos de la subversión!” y “sacó un paquete de un mueble y encontró la constatación de partos que era una declaración de mi mamá porque ningún médico ni partera se animó a constatar mi nacimiento”.
María Ester agradeció al Tribunal, a los compañeros y compañeras “que me acompañaron, porque hasta acá no llegué solita”, a HIJOS, a las Abuelas de Plaza de Mayo, a la APDH La Plata y a toda su familia en Galicia y en Alemania, que estuvieron siguiendo en vivo su declaración testimonial. Tras leer el breve poema del inicio de esta nota, cerró su testimonio con dos palabras: “Juicio y castigo”.
Raúl Marciano, sobreviviente del Pozo de Banfield
Aunque en este juicio Raúl Marciano declaró este martes como sobreviviente del Pozo de Banfield, antes de llegar a ese CCD pasó por varios centros de tortura y exterminio de la zona Zárate-Campana.
Era carpintero artesanal y su mujer maestra con actividad sindical. Ambos militaban en la Juventud Peronista en la zona de Escobar y él también con los curas del Tercer Mundo. Él tenía 27 o 28 años cuando un grupo de siete u ocho personas vestidas de civil disfrazadas con caretas irrumpieron a patadas en su casa de Del Viso a las tres de la madrugada. Allí vivía con su esposa, Eva Raquel de 25, y su hijo Martín, de dos años y medio.
“Martín esa noche quedó abandonado en la casa. Ha tenido relación directa con los secuestradores. Un grupo quedó en la casa. Y los vecinos también refieren el llanto y los gritos de Martín. Esa fue nuestra peor tortura. Saber que nuestro hijo estaba con esa gente”, afirmó Raúl.
Su hijo terminó siendo rescatado por su abuela paterna, pero Raúl y su esposa no supieron qué había pasado con él hasta su llegada a la cárcel y su contacto con sus familiares. “Era torturante el manejo que hacían de nuestros hijos”, aseguró angustiado.
Un mes en varios CCD y casi siete años en la cárcel
“Mi paso por el Pozo de Banfield fue uno de los últimos en el periplo que recorrí de mi cautiverio en ese mes que estuve desaparecido. Nosotros, me refiero a mi esposa Eva Raquel (…) Hoy estamos viviendo el aniversario de nuestro primer día de cautiverio hace 45 años”, afirmó.
Atados de pies y manos los subieron a “dos autos grandes Ford Falcon o Chevrolet, y ellos se quedaron en la casa. No sé cuánto tiempo con mi hijo”.
En medio de golpes, insultos e improperios los llevaron a la Comisaría de Escobar, donde los subieron a un camión celular y allí estuvieron toda la noche. “Se escuchaba que había otros compañeros presos sometidos a vejámenes de todo tipo dentro del mismo celular”.
De allí fueron a la zona de Zárate Campana, donde estuvieron en distintos centros clandestinos: Tiro Federal de Campana, al barco “Ara Murature” anclado en el Río Paraná, Arsenal Naval de Zárate y Mansión Werch.
Todos los detenidos estaban “en condiciones deplorables. No teníamos posibilidades de ir al baño y éramos permanentemente golpeados”, sostuvo.
El “Ara Murature” “fue un infierno. El peor lugar donde estuvimos”. Allí “éramos sometidos a todo tipos de golpes, torturas y vejámenes, incluso abusos contra las compañeras detenidas. Tuve la percepción de unos dos o tres abusos de compañeras detenidas. En situaciones de ese tipo los sentidos se exacerban”, por eso dijo que hablaba de percepción pues estaba vendado.
Supo que estaba la doctora Velasco, que sigue desaparecida, su esposo de apellido Morini, también desaparecido, y Alberto Mesa. En el Arsenal Naval de Zárate “fuimos torturados con picana eléctrica, golpes y todo tipo de vejámenes”. Luego los llevaron a la Mansión Werch.
En camiones cubiertos con lonas y de noche los llevaron a lo que después supieron era el Pozo de Banfield. “Pudimos saber que era el Pozo de Banfield porque cuando declaramos en Conadep hice un croquis del lugar y era totalmente coincidente con el que tenía la Conadep. Luego hicimos reconocimiento del lugar en el marco de un juicio”, contó Raúl.
Coincidiendo con otros testimonios, Raúl recordó que “subieron por una escalera angosta a un segundo piso (…) llegamos a un sitio donde había calabozos individuales”. Allí estuvieron “cinco días o algo más”. “Llegué muy golpeado y lastimado, sobre todo por las ligaduras que se me introducían en las muñecas y principalmente en los tobillos. Otros compañeros estaban peor que yo”, afirmó, antes de indicar que fue el primer lugar en el que le retiraron las vendas.
“Pudimos ver el primer lugar donde vemos personal con uniforme policial y gente de civil. Allí nos permitieron, al menos a mí, higienizarme en unos piletones y es el primer lugar donde recibimos comida. Hacía 20 días o más que estábamos detenidos. Nos dieron un guiso infame y agua. Teníamos todos muchísima sed. Hacía muchísimo tiempo que no habíamos tomado agua”, precisó.
“Si bien no recibimos tratos demasiado violentos, sí era posible escuchar todas las noches, pegando el oído al piso del calabozo, las torturas. De qué manera torturaban a la gente. Se escuchaban gritos perfectamente”, comentó Raúl.
En Banfield fue sometido a un interrogatorio “más bien de carácter político-ideológico”. Pero antes lo golpearon. Luego llegó a Coordinación Federal, donde también se escuchaban torturas y “abusaban de algunas compañeras. Es algo muy degradante y muy torturante”, sostuvo.
Poco después, en un avión para ocho o nueve personas los llevaron a Azul y de ahí a la cárcel de Sierra Chica. “Allí estuve tres años, hasta que se levanta Sierra Chica y me trasladan a La Plata. Trasladaron a todos, éramos unos 400 o más. Y en La Plata estoy poco tiempo, un mes, y paso a la cárcel nueva de Caseros. Un edificio sumamente represivo por sus características”.
En Caseros estuvo tres años “sin ver el cielo abierto”. En agosto de 1982 le dieron la libertad, pero estuvieron un año con libertad vigilada obligados a ir tres veces por semana a la comisaría local y a veces personas de la Brigada de San Martín iban a su casa, que ahora era la de sus padres porque en Del Viso les habían robado todo al momento del secuestro.
“La policía o los militares nos robaron todo lo que teníamos de valor en la casa. Salimos en libertad y no teníamos nada. Ni casa ni una cama donde dormir”, cual aves de rapiña.
Gracias a la solidaridad de los organismos de derechos humanos, de los consulados de Bélgica y de Italia y de muchos compañeros pudieron salir adelante. Sólo podían hacer changas.
“Llevo bastante tiempo hacer la vida normal”, explicó Raúl, quien pudo terminar el secundario, estudiar en la Universidad de Luján y trabajar como docente.
“En 2004 reconocimos los lugares donde habíamos estado detenidos en el caso de los juicios en los que declaramos, que fueron varios. No solamente por nosotros sino por otros compañeros”, sostuvo.
Durante sus años en la cárcel, a Martín lo veían a través de un vidrio. Recomponer el lazo llevó también su tiempo. “El primer contacto fue algo enorme, importantísimo para nosotros”, aseguró Raúl muy emocionado porque pudo abrazar a su hijo después de siete años. Conteniendo el llanto, explica ante una pregunta de Luz Santos Morón, una de las abogadas querellantes, que el nene vivía entre su abuela y sus padres en la prefabricada en la que volvieron a empezar.
Luego declaró un testigo que pidió que su testimonio no sea público. De los 18 imputados sólo estuvieron conectados a la sala virtual Guillermo Domínguez y Juan Miguel Wolk. Esto fue varias veces denunciado por las querellas. Además, sólo dos de los 18 están en la cárcel, Etchecolatz y Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.
El Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata está presidido por el juez Ricardo Basílico, a quien acompañan los jueces, también subrrogantes, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y el cuarto magistrado, Fernando Canero.
El juicio oral y público, que es virtual a raíz de la pandemia por covid-19, comenzó el 27 de octubre de 2020 por los hechos sucedidos en los CCD que funcionaron en las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús, con asiento en Avellaneda, como parte del denominado “Circuito Camps”, ante el Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata. Se trata de un proceso que unifica varias causas, totalizando 442 casos, con 18 imputados y 481 personas que brindarán testimonio.
La audiencia puede seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia (http://www.youtube.com/user/laretaguardia) y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información: www.juiciobanfieldquilmeslanus.wordpress.com.
La próxima audiencia será el martes 6 de marzo a las 9.30 hs con los testimonios de María Ester Buet, Stella Maris Soria y Norma Soria.