Por Roberto Álvarez Mur
En los últimos veinte años los procesos sociales de América Latina volvieron a poner en plano central figuras históricas como Bolívar, San Martín o al propio Ernesto Che Guevara. Uno de los testigos más tenaces de ese fenómeno fue el politólogo y sociólogo Atilio Boron, quien dialogó con Contexto sobre las pistas a tener en cuenta en los desafíos de los próximos años para un avance cultural en esta parte del mundo. Una discusión que incluye el rol de los medios masivos, el pensamiento colonialista desde la Academia y los nuevos posicionamientos del imperialismo en la actualidad.
-Luego de los procesos políticos y económicos que encabezó América Latina en la última década, ¿cuáles son los ejes para encarar la batalla cultural dentro de la Patria Grande?
-Se trata de una batalla fundamental. Si uno observa la experiencia histórica del último cuarto de siglo puede concluir que el neoliberalismo ha sido derrotado en un sentido político y ha fracasado en un punto de vista económico. Pero en el plano de la cultura aún se observa la necesidad de profundizar la discusión, aun cuando ha habido gobiernos que se han empeñado en dejar atrás los legados del liberalismo. Todo el ideario que generó el espectro neoliberal sigue teniendo en la cultura una vigencia notable, lo cual denota a un enemigo difícil de derrotar. Cuando digo esto me refiero a cómo ellos lograron insertarse, fundamentalmente, a través de los medios de comunicación de enorme alcance en América Latina. Creo que uno de los ejes para pensar la batalla es en los medios de comunicación. El otro es la educación, en todos los niveles. Sobre todo en la universitaria, en especial en países del Caribe, donde el imperio estableció mecanismos de reproducción cultural favorable a sus intereses.
«uno de los ejes para pensar la batalla es en los medios de comunicación. El otro es la educación, en todos los niveles.»
-Al momento de pensar América Latina como un colectivo cultural de pueblos, ¿qué factores nos unifican y cuáles nos limitan?
-Arranco por el hecho que tal vez es el más obvio y que convierte al nuestro en un continente especial y único en el mundo: vos podés caminar desde Ushuaia a Tijuana hablando un mismo idioma. Con esto no quiero negar los idiomas de los pueblos originarios, que abundan, ni la frontera del lenguaje castellano con el portugués, aun cuando el Brasil está mucho más abierto a la influencia de penetración del español con respecto a cincuenta años atrás. Si tomás la experiencia europea, por ejemplo, un campesino portugués en apenas quinientos kilómetros llega al norte de Francia y no sabrá cómo comunicarse. Lo mismo sucede en África, donde existe un mosaico de lenguas originarias aún vigentes y donde las lenguas coloniales como el inglés o el francés son de una pequeña minoría, que la gente del común no maneja. Lo mismo pasa en Asia. La única excepción es América. En ese sentido, hay un sentido de unión extraordinario depositado en la posibilidad de comunicarnos. Por otro lado, somos un continente que limita con el mayor centro imperial del mundo, que es Estados Unidos. Desde aquí padecemos las consecuencias de estar en la frontera con la pequeña Roma. Eso también nos da un sentido compartido a los latinos. En algunos casos, para los sectores más colonizados, esto representa una bendición.
Esto explica por qué el bolivarianismo, tan promulgado por Chávez, alcanzó una gravitación tan importante en el devenir de América Latina, donde se puede hablar de Patria Grande sin tener que dar más explicaciones. Hace apenas veinte años, quien hablaba de América Latina era observado con sospecha, acaso como un si fuese un agente cubano. Hoy en día es un discurso que se ha hecho carne, y es porque hay una realidad de fondo que emergió luego de haber sido negada por años.
-Estas ideas poseen una fuerte herencia del latinoamercanismo emergido en los sesenta, setenta, en la región. ¿Qué continuidades y qué rupturas o transformaciones hay de aquellas ideas a los procesos actuales?
-Yo diría que aquellos tiempos, en los sesenta, sí había un fuerte sentimiento latinoamericanista, pero no era un sentimiento extendido al conjunto de la población. Hoy en día el cambio es notable, te lo digo porque lo he vivido desgraciadamente por mi edad (risas). Y en los sesenta era un pensamiento que estaba recluido en sectores muy movilizados, muy activados políticamente, con un nivel de conciencia política e ideológica muy elevada, pero que sólo bajaba a un sector muy acotado. Hoy en día es un fenómeno de masas. De todos modos, allí hay una herencia muy valiosa por recoger, testimonios como la Segunda Declaración de La Habana, un elemento casi fundacional del nuevo latinoamercanismo.
«En los sesenta (el latinoamericanismo) era un pensamiento que estaba recluido en sectores muy movilizados, muy activados políticamente, con un nivel de conciencia política e ideológica muy elevada, pero que sólo bajaba a un sector muy acotado. Hoy es un fenómeno de masas.»
-¿Cómo podemos identificar en la cultura popular y cotidiana los rasgos de colonialismo y de opresión que aún operan a nivel social?
-Hay muchos rasgos de ese tipo todavía. En primer lugar, la idea de que si algo proviene de Europa o Estados Unidos es, por definición, superior o de excelencia, en especial en el mundo académico. El mundo académico es uno de los elementos de la vida social que está más colonizado.
-¿Podría desarrollar esa idea?
-Hemos dado una gran batalla y se han hecho avances, pero basta con ver los programas de estudio en las carreras de humanidades o ciencias sociales para observar la gravitación que tiene una literatura de sesgo claramente neocolonial. Esto lo señaló hace poco en su visita a Buenos Aires Enrique Dussel. Tuvo la misma aseveración. Y no sólo como problema argentino. Diría que en Argentina es donde más hemos avanzado en ese aspecto. Pero observá, por ejemplo, en cuántas carreras en sociología o ciencias políticas de nuestro país se enseña el pensamiento de Bolívar, de Martí o Mariátegui. Mirá también cuáles son los criterios de evaluación que existen en la comunidad científica argentina. Si vos publicás un pequeño paper en una revista de divulgación norteamericana tiene más ponderancia que si lo hacés en un circuito nacional.
-¿Cuál es el rol de los medios de comunicación masivos en ese sesgo colonial?
-Es fundamental. Estados Unidos y Europa poseen un mecanismo que llega a ser profundamente repugnante. Están interfiriendo continuamente los modelos culturales. La música es un claro ejemplo, con emisoras donde predomina lo extranjero debido a que nuestro folklore no se considera algo culto. Durante un debate que presencié en Ecuador, muchas organizaciones de base sostenían que el único mecanismo para enfrentar esa ofensiva brutal es elevar la voz de los de abajo, y esa voz sólo es posible a través de un nuevo paradigma de medios y el lenguaje mediático, en un escenario donde la televisión basura es fundamental para el predominio hegemónico.
-En ese sentido, ¿cuál es la estrategia que debe asumir el Estado para enfrentar ese fenómeno?
-Con políticas culturales agresivas. Y con «agresivas» obviamente no me refiero a andar a los palos, sino a una política firme de reafirmación. Una política de promoción, de apertura y de discusión. Los sectores hegemónicos han prevalecido ya que lograron cerrar el ambiente para evitar la discusión de fondo. Para no introducir voces nuevas y divergentes. Por eso es tan importante el tercio que la ley de medios conserva para los canales de televisión o las radios.
«Los sectores hegemónicos han prevalecido ya que lograron cerrar el ambiente para evitar la discusión de fondo. Para no introducir voces nuevas y divergentes. Por eso es tan importante el tercio que la ley de medios conserva para los canales de televisión o las radios.»
El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba
-¿Considera que debe entenderse como un reconocimiento por parte del imperio hacia el resurgimiento latinoamericano?, ¿o tan sólo es otra estrategia para seguir manteniendo su orden sólido?
-Creo que ambos aspectos son parte de un mismo proceso político. El objetivo de Estados Unidos siempre ha sido el de encauzar a todos los países de nuestra área en la “normalización”. Es decir, todo lo que fue vigente hasta 1959 y el triunfo de la Revolución. Lo que ellos quieren es eso. Intentaron aislar a Cuba durante 55 años, y, al no lograrlo, ahora se dan cuenta de que no tienen más remedio que reconocerla. Pero ese reconocimiento no significa dejar de lado la idea de precipitar un cambio de régimen. En tanto, a los cubanos también les es conveniente este proceso para debilitar el bloqueo que pone en serio cuestionamiento la viabilidad de una revolución. Yo, personalmente, creo que es una decisión acertada por parte de Cuba, y Estados Unidos tendrá que encarar una serie de concesiones importantes. Que esto entraña un peligro no cabe ninguna duda, pero creo que hay anticuerpos que se han logrado desde la cultura en Cuba que mantendrá su identidad intacta, sobre todo gracias al legado de dos maestros del antiimperialismo: Martí y Fidel.