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Jallalla la vida

Por Fabián Aguilar

La virgencita, si crees con fé, te cumple lo que le pides.
Norma Arnes, Cochabamba.

La Virgen de Copacabana es digna de devoción por parte de toda la comunidad boliviana. A ella se aferran miles de feligreses alrededor del mundo para encomendar sus acciones y el porvenir de sus vidas y familias. Su tradición llegó a la ciudad de La Plata y el país de la mano de inmigrantes bolivianos que durante las últimas cuatro décadas han sembrado raíces de su cultura nativa en los nutridos cascos urbanos. Abuelas, hijos y nietos han perpetuado a su modo una de las devociones más antiguas de América Latina.

Luego de varios intentos de parte de Francisco Tito Yupanqui, descendiente de Incas, de realizar la escultura simbólica de la Virgen de Copacabana, finalmente fue entronizada en el año 1583 en una humilde capilla de adobe y piedras. Su historia carga con la tradición religiosa de la conquista española y con saberes y cultos ancestrales de la península de Copacabana, en cercanías al legendario Lago Titicaca, lugar sagrado de los Incas. De allí, la construcción religiosa en torno a la «Santísima Virgen de la Candelaria, Nuestra Señora de Copacabana».

La celebración religiosa posee gran relevancia por la composición de migrantes bolivianos que han llegado al país y la ciudad, asentados en distintos barrios de La Plata, como Altos de San Lorenzo, Los Hornos, Abasto y Hernández, o Berisso y Ensenada, y que participan de esta comunión entre vecinos. Vinculados todos principalmente a la Federación Boliviana en La Plata, a partir de esto se entretejen lazos de amistad y fraternidad entre paisanos, se colaboran en distintos aspectos, como el trabajo y la vivienda.

“Veneramos a la Virgen de Copacabana porque es la patrona de nuestro país Bolivia. El día oficial es el primer domingo de agosto, pero por razones de tiempo no pudimos hacerlo en esa fecha. Además, con eso unificamos a la comunidad boliviana en cualquier lado. Para nosotros la unidad es muy importante”, explica Honorio, pasante de la procesión y vecino de Altos de San Lorenzo.

Impenetrables

La procesión había sido coordinada por la Asociación Pluricultural San Lorenzo y distintos vecinos de la localidad que optaron por manifestarse sembrando cultura. Era la segunda vez que hacían la actividad en el predio. Para la ocasión, habían sido invitadas distintas agrupaciones de baile, vecinos y público en general para confraternizar con las costumbres bolivianas.

Claudio, vecino del barrio Altos de San Lorenzo, cuenta que para él es fundamental la construcción de espacios en donde la colectividad boliviana se pueda expresar reconociendo sus saberes y tradiciones en comunidad. “Tuvimos un tiempo en que éramos objeto de ataques, robos y desmanes. Pero decidimos organizarnos. Cuando estamos unidos somos impenetrables”, comenta, y reconoce que el esfuerzo ha sido mucho, pero que se mantienen con el apoyo de los «pasantes» de colectividades de otras localidades, entre ellas Berisso y Tolosa.

“Tuvimos un tiempo en que éramos objeto de ataques, robos y desmanes. Pero decidimos organizarnos. cuando estamos unidos somos impenetrables.”

Las procesiones

Procesión de la Virgen de Copacabana La Plata (Foto: Fabián Aguilar).

La jornada inició alrededor de las 13hs en inmediaciones de las calles 85 y 28, en Altos de San Lorenzo, una barriada de los límites de La Plata. Luego de la corta procesión, se celebró la misa en un terreno cedido cordialmente por los representantes de la Virgen de Fátima, la señora aparecida en Europa a tres pastorcitos a principios de siglo XX. Allí los feligreses se llenaron de plegarias, y uno a uno acercaron llaves, rosarios, imágenes de santos y distintas ofrendas. Un auto con decoración de billetes, bandejas plateadas, rosas, peluches y atuendos de baile aportaba, en cercanías a la tarima, el sonido.

LOS FELIGRESES SE LLENARON DE PLEGARIAS, Y UNO A UNO ACERCARON LLAVES, ROSARIOS, IMÁGENES DE SANTOS Y DISTINTAS OFRENDAS. UN AUTO CON DECORACIÓN DE BILLETES, BANDEJAS PLATEADAS, ROSAS, PELUCHES Y ATUENDOS DE BAILE APORTABA, EN CERCANÍAS A LA TARIMA, EL SONIDO.

El sábado el sol inclemente e inesperado de una tarde de invierno hacia mella en los más de cien asistentes al evento. Los gustos gastronómicos estaban acompañados de jolgoriosas bebidas que, a falta de la tradicional chicha –a base de maíz–, mezclaron anís y frutas como la naranja, ananá, maracuyá y frutilla. Todas estaban acompañadas por el añadido de un componente secreto. La cerveza no faltó y, por cada vaso servido, un trago era regado al suelo en agradecimiento a la Pachamama.

Los bailes ancestrales iniciaron con la presentación de bailarines tinkus, coordinados por un capitán que resulta elegido por consenso, y cuyas funciones se centran en crear nuevos pasos, adherir nuevos integrantes y dejar toda su experiencia en la enseñanza y baile de nuevos interesados. Los colores de los tinkus llaman la atención. Son trajes de hilo y lana, con la decoración sujeta a criterio del grupo.

Suelen llevar una manta en la cabeza, sombrero de plumas y adornos, chumbis (bufandas), abarcas para los pies, tobillera, pantalón, remera y saco. Los trajes son traídos en su mayoría de Bolivia, por su economía y conocimiento en confección. “Tenemos más calor nosotros que ellas. (Los trajes) Son todos de lana y con el calor te mata”, comenta Weymar, bailarín del grupo Tinku yadev sele.

Además del tinku existen otros bailes distintivos de la región boliviana: Cochabamba tiene al caporal, La Paz la morenada, Sucre la pugia, entre otras. Todos bailarán en la jornada como muestra de devoción a la Virgen de Copacabana.

David García es argentino de padres bolivianos, y bailarín tinku. Dice que le gusta llevar la tradición heredada de sus padres. “Para mí es un placer”, asegura alegre a la espera del momento de los bailes. Su compañera Yamila llegó hace poco tiempo a vivir al barrio Altos de San Lorenzo. Su contacto con el baile se dio por la amistad con los chicos que ya eran parte del grupo. Fueron ellos quienes se encargaron de enseñarle coreografías y el gusto por encarnar la tradición boliviana.

-¿Qué representa para vos reproducir esta cultura de Bolivia?

-Yo bailo porque me gusta, porque cuando bailo siento alegría, siento pasión, me gusta bailar. También por representar el país de mis padres.

Procesión de la Virgen de Copacabana La Plata (Foto: Fabián Aguilar).

Esta tradición es celebrada por migrantes bolivianos que anualmente se reúnen en distintos barrios de La Plata, siendo la concentración de Tolosa la de mayor convocatoria en el Gran La Plata. Opera como el producto del proceso de colonización vivido hace más de quinientos años en América, que dejó aspectos como la religiosidad, vinculando mitos y leyendas propias de estas tierras con imágenes y creencias de Europa.

De allí, la Virgen de Copacabana, una especie de simbiosis del catolicismo incrustado en los terrenos y saberes de pueblos aborígenes americanos, que en su significación reivindica los planteos quechuas de Sumak Kawsay y Sumak Qamaña (buen vivir de los pueblos, en lengua quechua).

LA VIRGEN DE COPACABANA, UNA ESPECIE DE SIMBIOSIS DEL CATOLICISMO INCRUSTADO EN LOS TERRENOS Y SABERES DE PUEBLOS ABORÍGENES AMERICANOS, QUE EN SU SIGNIFICACIÓN REVINDICA LOS PLANTEOS QUECHUAS DE SUMAK KAWSAY Y SUMAK QAMAÑA (BUEN VIVIR DE LOS PUEBLOS, EN LENGUA QUECHUA).

En medio del campo quemado y arado, iluminada bajo la luz esplendorosa del sol, flameaba la bandera wiphala junto a las de Bolivia y Argentina. Tres territorios en los cuales la tradición se acentúa. Se escuchaba a una mujer: “Wiphala es milenaria y ancestral. Ustedes se hacen los responsables de cada una”, y entregaba en mano dos banderas la resto de los asistentes.

Nilda es salteña, de naciones quechuas y aymaras, y vive en La Plata hace más de diez años. Lleva sombrero de sol con cintilla whiphala, remera roja, falda negra, y de su cuello cuelgan un pequeño morral y algunos collares.

En sus palabras denota gran conocimiento cultural de tradiciones y del territorio americano. Explica que estas fiestas, “además de la religiosidad católica, son en lo profundo y base la resistencia, continuidad, fuerza y vitalidad milenaria y ancestral que continúa en el presente, con proyección de futuro. Eso son las fiestas de los santos que nosotros los paisanos festejamos”.

Procesión de la Virgen de Copacabana La Plata (Foto: Fabián Aguilar).

Cada tanto un hombre peruano animaba, micrófono en mano, las festividades. Daba el paso para que un nuevo grupo hiciera sus demostraciones en medio de la tierra seca que, junto al papel picado, abundaba el terreno. El grito de ánimo ¡Jallalla la vida! se entonaba a viva voz.

Los habitantes de casas aledañas se acercaron para admirar la cultura de sus vecinos bolivianos. Pasada la tarde, el puesto de pelotas y choripanes se hicieron lugar junto a las carpas que invitaban a degustar salchipapas, manzanas y frutillas acarameladas.

La noche cayó entre danzas de morenada y caporales en medio de un atardecer anubarrado de rojos en lienzo azul del cielo, y la alegría puesta en que aún la jornada era joven. Fue tanta la expresión amistosa que se vivió, que bailarines dieron muestras de Tacunaka, juego de pelea en donde “la fuerza impera en la nobleza de cada ser.”

Cueca y huaynos entonados por bandas musicales hicieron que siguiera el festejo en compañía de las fraternidades y grupos de baile. En general, todo aquel que quería se mudaba de la plaza a la casa del pasante don Honorio. La virgen regresó a su rincón de veneración, espacio de mayor iluminación y decorado en el lugar. Nuevamente ofrendas, sonrisas, comidas y bebidas, fueron pan de todos los que se juntaron hasta el amanecer.

Un hombre que en la tarde había estado en lágrimas recordando su región nativa y el esfuerzo y dolor producto de la ausencia de sus hijos, migrantes en España, ahora danzaba fervoroso en medio de la casa, junto a los tinkus y caporales. En sus manos alzaba la bandera multicolor a cuadros de la wiphala. Uno a uno hacían parte del círculo central creado a cielo abierto para adorar con el rumbear de cuerpos la santa Virgen de Copacabana en una cálida noche de invierno.

Procesión de la Virgen de Copacabana La Plata (Foto: Fabián Aguilar).