Por Gabriela Calotti
Por primera vez desde aquel secuestro, los hermanos Acuña prestaron testimonio hoy en el marco de la Audiencia número 32 del juicio por los delitos perpetrados en los llamados Pozos de Banfield, de Quilmes y El Infierno de Lanús, que lleva adelante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata.
Sus relatos, virtuales en este juicio debido a la pandemia, ilustraron una vez más la situación política reinante en el país en los meses previos al golpe cívico-militar y el funcionamiento, ya en ese momento, de varias dependencias policiales y militares como centros clandestinos de detención (CCD) como Comisarías del Conurbano y de La Plata, la Brigada de Quilmes y Campo de Mayo, entre otros.
Filemón Acuña tenía veinticinco años y trabajaba en la planta de la automotriz francesa Peugeot, muy cerca de su casa. Tenía militancia política. Vivía con su mujer, María Rosa Ortiz, y con su hermano Fabio, tres años menor.
La madrugada del 26 de noviembre de 1975 fueron secuestrados por un grupo de seis o siete hombres armados y de civil.
«Más o menos a las tres de la mañana nos tiran la puerta abajo. En la casa estaban mi hermano y mi compañera y la pareja de un vecino que estaba viviendo en mi casa. Al allanar mi casa actuaron como una banda. No dijeron ser policías ni nada. Robaron todo lo que pudieron», afirmó Filemón Acuña al iniciar su relato.
El modus operandi de los grupos de tareas represivos era el que se multiplicaría por doquier en los meses siguientes al golpe. «Nos levantan. Me interrogan a mí. Nos vendan y nos llevan a un destino desconocido, que supongo que sería la Comisaría de Lanús o Banfield», recordó.
«Esa misma madrugada me amarran a una cama de metal y comienzan los interrogatorios, las torturas, con picanas y golpes, por mi actividad supuestamente subversiva. Me acusan de tal cosa. Me torturan durante unas cuantas horas», relató, antes de asegurar que «escuchaba gritos en ese lugar de otras personas torturadas».
«Tres o cuatro días estuve así en esa cama metálica, en esa posición. Al cabo de tres o cuatro días me sacan de ahí y paso a un calabozo», precisó.
«Al cabo de unos días nos llevan a la Brigada de Quilmes, y ahí durante más o menos tres días estuvimos con los ojos vendados. Luego nos retiran eso y estábamos en un régimen abierto, pero no teníamos comida, poco baño, poca agua, muy restringido», explicó Acuña antes de precisar que allí estuvo «alojado con ocho personas, estaban los hermanos Leonardo y Néstor Blanco, los hermanos Canale y había una pareja de uruguayos».
De allí, él y su hermano fueron trasladados a la Comisaría 7ª de La Plata por «personal uniformado», y de allí a Campo de Mayo por «personal del Ejército», aseguró. «Los traslados eran terribles, a golpes y patadas», sostuvo el testigo.
Hacia el 15 de diciembre de 1975 lo llevaron a la cárcel de Devoto y le informaron que estaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).
Poco después fueron llevados a la Unidad 7 de Resistencia, provincia del Chaco, donde les notificaron la acusación del Juzgado Nº 3 de La Plata por «tenencia de propaganda».
A partir del golpe de Estado, y hasta después del Mundial de Fútbol de 1978, «estuvimos incomunicados. Apenas suben los militares nos cortan toda visita y contacto con el exterior», que concluyó cuando la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) visitó el país, recordó.
Más de cinco años después los trasladaron a la Unidad 9 de La Plata, luego de lo cual recuperaron la libertad, vigilada. Fabio obtuvo la libertad vigilada en noviembre de 1981 y Filemón en abril de 1982.
Al salir de la Unidad 9, Filemón tuvo cinco días para ir al domicilio que había indicado en la provincia de Formosa, donde los primeros meses fueron muy duros. «Tenía constantemente a la policía encima mío. Durante un año estuve casi sin posibilidades de trabajar. Conseguía trabajo, llegaba la policía y le decía a los que me daban trabajo que era un sujeto peligroso y me quedaba sin trabajo».
Su hermano, cabo segundo de la Prefectura
Fabio Acuña tenía veintitrés años y era cabo segundo de la Prefectura Naval Argentina. La noche del 25 de noviembre salió de la guardia a las diez de la noche y, como de costumbre, «en el Luna Park tomaba el colectivo Río de la Plata» rumbo a Gutiérrez. Bajaba en la rotonda de Alpargatas.
Pero esa noche fue diferente. «Subo y en ese momento me sigue una persona que se sienta al lado mío […] Me bajo y ese señor sigue. Esa noche me detienen», relató al Tribunal. «Ya me estaban siguiendo», reflexionaría más tarde.
A su casa «entraron violentamente», los llevaron a una comisaría y de allí a la Brigada de Quilmes. Fabio se salvó de la tortura física, pero al cabo de tantos años de su memoria se borraron días y fechas de los traslados junto a su hermano entre CCD y unidades penitenciarias, donde estaban junto a otros secuestrados y presos políticos.
Sí le quedó grabado el encierro en la Unidad 7 del Chaco, donde permanecieron seis años. «No era una cárcel sino un campo de concentración» donde estuvieron «aislados totalmente».
«Creo que de los sesenta kilos que tenía, no llegaba a los cuarenta» allí, recordó Fabio, antes de indicar que de su pabellón sacarían a presos fusilados en la Masacre de Margarita Belén.
En Chaco lo interrogó un juez que lo acusó de «tenencia de propaganda», dijo. De la Unidad 7 «fui a parar a una cárcel en La Plata», que sería la Unidad 9. Salió con libertad vigilada en noviembre de 1981.
María Rosa Ortiz, la mujer de su hermano, secuestrada junto a ellos, fue liberada en 1979 pero no corrió la misma suerte una prima de los Acuña, Dionisia Cano, que trabajaba como empleada doméstica en Capital Federal y de la cual nunca más supieron nada.
Fabio Acuña intentó entrar nuevamente en Prefectura pero «no me aceptaron. Me dijeron que me había portado mal», comentó con cierta ingenuidad este hombre de 69 años que no pudo evitar las lágrimas. «No pensé en llegar a esta situación», confió Fabio al retomar su declaración tras una breve pausa. «Es una lucha que llevo hasta ahora. No partirme en dos o en pedazos», aseguró.
Al recuperar su libertad se fue a Formosa y vive en la casa que era de sus padres. A raíz de los golpes y las patadas tuvo que ser operado de un tumor en el estómago.
«Fue injusto conmigo. Intenté volver a entrar a Prefectura pero no quisieron», volvió a decir casi al final de su declaración, y aseguró que «no tenía ninguna actividad política ni militancia».
El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la policía bonaerense de Banfield, de Quilmes y de Lanús es resultado de tres causas unificadas en la causa 737. Hay sólo dieciocho imputados y apenas dos de ellos están en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.
El juicio oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia por covid-19. Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio.
El tribunal está presidido por el juez Ricardo Basílico, acompañado por los magistrados Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero, todos ellos subrogantes.
Las audiencias pueden seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria.
Para obtener más información, consultar el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.
La próxima audiencia será el martes 13 de julio a las 9 hs.