La red social evidencia que hemos evolucionado solo a medias, asevera el escritor Juan Villoro. Dice: «Es demasiado rápida para nosotros. Cuando pensamos lo que queremos decir, ya lo enviamos». ¿Qué pasa, entonces, con nuestra imagen? Algo similar, quizás lo que sentimos cuando nuestra madre le muestra a nuestras parejas las fotos que nos sacamos haciendo el payaso, parcial o completamente desnudos, con un corte de pelo caduco o con la ropa que elegimos la primera noche que salimos con nuestros amigos.
La identidad en esta era, dice el polaco Zygmunt Bauman, se construye como la costra volcánica: capas de viva magma que van muriendo y endureciéndose, cambiando el aspecto de la montaña. El afán de la época, dice el filósofo, es la identidad flexible: cambiar la foto de perfil constantemente, cuando creamos vernos mejor, cuando tengamos pareja nueva, cuando el flequillo esté en un buen día o cuando la mascota parezca feliz. Nos desvivimos por saber cómo nos miran y qué relato construye el otro de nosotros mismos, ¿pero sabemos qué implica ser mirados?
«La muestra tiene que ver con entender la vulnerabilidad a la que te exponés en una red social»
Este sábado 12 de septiembre, Falopapas exhibe “Stalk”, una serie de retratos que hizo a partir de fotografías que tomó de sus contactos de Facebook. El artista no conoce a las personas, ni les pidió permiso para pintarlas. Simplemente tomó una muestra de todo lo que como comunidad de una red dejamos ver y lo puso en evidencia a través de una serie de obras que lo muestran más conciso y maduro en su estilo de raigambre pop.
¿Qué apareció primero: las ganas de retratar o las de hablar de la identidad?
El año pasado había empezado a hacer retratos en acrílico a partir de trabajos de fotógrafos amigos. Ya estaba queriendo hacer algo con el retrato, pero no encontraba cómo encararlo. Buscaba que estuvieran conceptualizados y desde ahí desarrollar una serie. Fui poniendo en crisis lo que iba haciendo hasta llegar a creer que estaría bueno hacer algo con fotos tomadas del perfil de Facebook de terceros, aprovechando el dominio libre de esa imagen. Ahí empecé a ahondar en el concepto, y una vez que la idea estuvo firme, volví a encarar el retrato pero ya desde otro lado: esa paleta compleja de los trabajos en acrílico se redujo a lo lineal del fibrón y a la monocromía. Esta muestra habla de las miradas y de la gestualidad, tanto de los personajes como del trazo.
¿Cómo fue el proceso de selección de las fotos de las personas a retratar?
Armé una carpeta donde ponía las fotos que descargaba. Era gente que me parecía que tenía un atractivo interesante. Es decir, partí de fotografías que no hice ni mandé a hacer, sino que estaban ahí. Entonces, muchas veces la restricción era la malísima calidad de la fotografía, que arruinaban la pose y los rasgos. Por otro lado estaba el ridículo, que yo quise evitar. No me interesaba ridiculizar a nadie, sino mostrar algo lindo. Y lo otro que pesó es que hay un estereotipo de belleza existente, por el cual comprendemos que ciertas fotos forman parte de una belleza, que no tiene nada que ver con el género ni nada de eso. Además, fui cuidadoso en el sentido de que el dibujo acentúa los rasgos de manera muy fuerte. Y si no sos cuidadoso aparece enseguida la exageración, que es lo que puede ofender. Ya bastante imponente va a ser para la persona ver un retrato suyo en un 1,80 mts por 1,30 mts.
¿Cuál es la obra: los retratos, o el stalkeo, el proceso de selección, la pintura, y luego enfrentar a esos involuntarios modelos a sus propios retratos?
Todo fue contemplado. La pintura habla de por sí: lo que vas a ver es una muestra de retratos. Lo demás lo podés descifrar a partir de un texto curatorial o de los personajes que estén dando vueltas en la muestra. Obviamente está la idea de especular con qué va a pasar ahí, en el momento de la exposición. Y estaba la intención de poner en evidencia a Facebook y hasta dónde estás entendiendo que con esas imágenes, por las que firmás un contrato con términos y condiciones donde dice que no tenés ningún derecho de autor sobre ellas sino que son de libre uso, cualquiera puede hacer lo que se le ocurra. Tiene que ver con entender la vulnerabilidad a la que te exponés en una red social.
¿Por qué creés que dos obras, como la tuya y la del fotógrafo Zanarenco, se dieron simultáneamente con un objetivo similar: el de retratar a los anónimos como personas públicas?
Cuando empecé con los retratos en acrílico no lo conocía a él. Es raro porque desde la fotografía logra multiplicar y mostrar de manera muy fuerte, haciendo el proceso inverso al mío: retratando para subir a Facebook. Lo que hace es poner a todos –músicos, productores, barmans, público- al mismo nivel y retratarlos a todos por igual. Esta muestra también hace eso. No importa quiénes son ni qué están haciendo, y de algún modo todos pasan a ser personas públicas.
¿De qué momento tuyo hablan estas obras?
Creo que hablan de un lugar de tranquilidad, donde pude reducir toda esa paleta y esa explosión de color que arrastro del grafitti y del stencil. Acá freno un poco. Es encarar una monocromía, algo muy lineal, que es gestual desde ahí y no desde el expresionismo del color y del chorreado que caracterizaron mi obra anterior. Me parece que está bueno y que habla de un proceso en el que me asenté un poco. Es la primera obra que hago en mi nuevo taller, donde estoy solo y tengo una tranquilidad a partir de que los tiempos son míos. Habla un poco de eso, de un espacio más amable, donde podés trabajar solo con un fibrón y un color e igualmente hacer algo que te satisfaga y te deje tranquilo. También vengo de cuestiones personales que atravesaron el proceso, pero que no lo interrumpieron. El taller creo que ayudó mucho a la reducción estilística y conceptual; que sea un lugar organizado y cómodo, donde si quiero puedo escuchar tres programas seguidos de Dolina en lugar de bandas y bandas, te cambia la perspectiva y eso se nota.