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Formica: quizá no estén listos, pero a sus hijos les encantará

Por Ramiro García Morete

El tío, médico de unos 50 años y oyente de Norah Jones, iba manejando a su Fiat 1 nuevo. “Saqué un disco”, le diría antes de hacer sonar “Lágrimas”. Un tema que, según describirá, “empieza sospechoso, con esa voz nasal y que luego se va desarrollando y van agregando los chistes del rock”. Al llegar el solo de guitarra, vería la mano del tío afuera de la ventanilla, moviéndose al compás. Y llegando al segundo estribillo, a los hijos revoleando la cabeza en el asiento trasero. El tema funcionaba por sí mismo, concluiría con asombro y orgullo.

Pero por más que repita la palabra y siempre juegue al borde de la parodia (“soldado del rock”), en el fondo es cualquier cosa menos un chiste. ¿Cómo ha de serlo si “desde hace catorce años estás todos los días mirando un instrumento”? Puntualmente, la Epiphone Sg G-310 con los logos de Emily The Strange. La misma que compró tras vender la bici, las cartas Magic y ¡la play! “Un chico de clase media de City Bell no te larga la play por nada”, aseverará. Pero él, analiza, se pudo “correr de ese lugar”. Y es que en el Polimodal “ya era el raro”. Aunque una parte de sí mismo cante “yo quiero ser igual a todos”, nunca lo terminaría de ser. Y ya fuera aquel trabajo en la heladería a la que dirige una canción o esas temporadas en la costa “durmiendo con dieciséis chabones”, todo giraría siempre en torno a ella: la guitarra. O la placa o la computadora o lo que fuera necesario para hacer música. “¿Cómo no hacerle un homenaje?”, se preguntará con la misma pasión que refuta esa falacia reincidente de que el rock está muerto. Un simple play en un auto ajeno corrobora lo contrario.

Mudado a Tolosa y agradeciendo no tocar en vivo (aunque suene raro), dedicaría el 2020 a planear su disco de rock&roll a la par de la facultad y de dar clases de música. Pero como todo en él, la idea de rock&roll sería un poco menos lineal. Y muy lejana a esa lectura conservadora que algunes hacen del género más libre de la música popular. Inspirado por los ochenta, no solo desde el celebrado pop sino también desde el vilipendiado metal y la música japonesa, sumaría también la influencia de cancionistas como Cristóbal Briceño y Lucas Martí. Referencias ideales para una composición desprejuiciada acorde a su propia fusión de ironía y pasión brutal en iguales dosis. Sería en el estudio de Martí donde la notable formación alrededor de sus temas se resolvería en solo dos días. Aunque él asegure que no es de los que ya sabe cómo va a sonar un disco apenas lo compone. El resultado sería un hermoso álbum lleno de melodías épicas e histrionismo, pero también lleno de criterio, sutileza y sensibilidad. “Todas las guitarras van al cielo” es lo nuevo de Fran Formica, artista inquieto que ya está pensando en un disco a puro Ableton. Pero que sabe que no es que las guitarras mueran y vayan al cielo, sino que nos elevan en vida de esta tierra casi muerta.

“Es mi capricho de rock -introduce Formica-. Pasé tanto tiempo practicando este género, que dije: vamos a hacerlo valer. Y también soy yo extrañando. Porque hago la música que tengo ganas de escuchar. Y extrañaba un poco de rock&roll. Es mi capricho, mis ganas de tocarlo en vivo, mis ganas de que vuelva el género como protagonista. Como un anhelo falso o que no puedo decir en voz alta en las reuniones”. Yendo al disco en sí, expresa sin arrogancia: “Me parece bastante buen disco. Estoy sorprendido. Lo odié durante un tiempo. No sé si el proceso de otras personas es así. Primero odio lo que es mío, después lo amo, y en ese ida y vuelta ahora lo estoy queriendo. Me está pareciendo que no escuché un rock&roll así, que no le encuentro lugar. Sí sé de donde vienen los recursos, pero la mezcla es toda una cosa rara. Bienvenida sea”.

“Lo flashero es que no escuché ningún tipo de rock -continúa hablando del proceso-. Seguí a full japoneses y mucha canción autor. Briceño, Lucas Martí… viste que con las canciones no importa mucho como estén vestidas, qué tengan puesto. Podría haber grabado con una electroacústica. Pero fuimos a un estudio y esa es la consecuencia. No hubo una búsqueda sino más una consecuencia. Hay músicos que desde el día 1 saben cómo van a sonar. Yo lo grabé en dos”. Acompañado por Nicolás Gilio (sintes), Lucía Cermelo (bajo y coros) y Lucas Inchausti (batería), agrega: “El disco es gente tocando. Y tocando durante dos días. Edité dos cosas. No agregué más. Después me dedique a juntar plata para mezclarlo, para masterizarlo. Y pensé en no sacarlo. Me comí todos los viajes que me podía haber comido. En algún momento tengo ganas de hacer algo que les haga bailar a mis amigos. Tengo una amiga traductora, uno contador, uno en un kiosco. Les chupó un huevo mi disco… qué ganas de hacer algo para que bailen”.

Ese conflicto entre la “normalidad” y “lo raro”, el rechazo y el orgullo, parecen atravesar –al menos- al narrador de sus canciones. “El narrador mira muchas pelis. Le re cabe el drama. Lo fue desde los 13 a los 22, pero después se acabaron los dramas. Alguno de pareja, alguna boludez, pero ya no. Aunque sí me quedó ese residuo y todo lo escribo con una carga dramática mayor”.

Respecto a una posible presentación, “todos me dicen que tengo que tocar. No sé si tengo ganas. No quiero tocar. No tengo ganas. Me enoja pensar en tocar. ¿Sabés cómo quiero tocar solo con una electroacústica y viajando por el país? Eso me tiene tienta”. 

(Foto: Manuel Cascallar)

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