Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

«Ladrona»: hablemos sin propiedad

Esto es «inútil y divertido», dirá. ¿Y acaso no es esa quizá la gracia capital del arte? Es decir, carecer de función en un mundo donde todo debe inferir alguna utilidad, algún rédito. La rosa es sin porqué, decía un escritor que dijo un filósofo. Es su falta de sentido lo que hace sagrada a las canciones, interpretó una actriz a un rockero.

Esta nota es un robo, diremos. O al menos, esto ya se hizo antes: discutir los difusos y arbitrarios límites sobre la propiedad de una obra o un acto creativo. Aunque la creación correspondería más bien a una esfera superior y mística que no cuestionaremos aquí… Lxs seres humanxs apenas recreamos y no es poca cosa. Tomamos elementos conocidos y en algunas ocasiones los desordenamos generando algo aparentemente nuevo.En otras ocasiones apenas replicamos.

¿Y cuál sería el problema? ¿La falta de originalidad? Sí, esa superstición que algunxs anteponen o confunden con la autenticidad. La originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro. Puede que lo haya dicho Goethe o que Marukami expresara algo similar mucho tiempo después. Que todo tiene que ver con todo lo puede haber pensado Hegel o Pancho Ibáñez, así como la Brujita Verón hablaría de semiosis infinita ¿no? ¿A quién le importa la autoría de las cosas, las ideas, las obras? ¿Qué se esconde detrás de una firma? ¿El dinero, el ego, la trascendencia? ¿Todo eso? ¿No es acaso la verdadera consagración alcanzar el anonimato, como escribió Atahualpa? ¿O habrá sido Antonietta Paule Pepin Fitzpatric, esa compañera que por mandatos de época no registraba su coautoría en tantas canciones?

Esto es una copia, pensó. ¿O un robo? Los grandes artistas copian, los genios roban. Quizá haya que dejar de pensar en grandes artistas o genios. Lo cierto es que el año pasado, mientras asistía al taller de Creadores de Imágenes y precisamente intervenía imágenes, tomaría la referencia de otrxs artistas para emular recursos. «Me gusta como dobla esta foto en cuatro», pensaba. Pero al ser «una imagen distinta, resultado distinto». Y enseguida notaría en la carpeta «Refes» de su computadora que contaba con «más material de todas la referencias, musicales, literarias, visuales, que obra propia. Y para mí generar un archivo se podía convertir en una suerte de obra». También notaría con orgullo que al final de una muestra del taller, alguien tomaría el fanzine que había dejado a la vista. Cien años de perdón, habrá pensado.

Poeta, editora y periodista, Juliana Celle tomaría sin embargo distancia de esas actividades durante la pandemia y se involucraría -de un modo lúdico pero no por ello menos genuino- con las disertaciones sobre apropiacionismo, derechos de autor, copyright y demás. ¿A través de un libro, de un ensayo, de una ponencia? No: un perfil de Instagram. ¿O qué lugar mejor que Internet y las redes sociales, donde todo se comparte, todo resignifica, todo se disuelve? LADRONA (@_ladrona_) es la cuenta y esto es algo de lo que cuenta. 

«Básicamente es una cuenta de IG y nada más que eso -simplifica Celle-. No es un servicio ni un producto. Es casi un troll de arte. Un espacio donde yo vuelco ideas que tengo en relación a la copia, al apropiacionismo, los derechos de autor, el arte. Y para generar un poco de polémica con algunas provocaciones. Pero sinceramente no recibí tantas quejas como me hubiera gustado. La gente acuerda bastante». Y tras reírse de su «decepción» revela cierto método formativo que implica: «Me da una excusa para estudiar, ya que siempre fue un tema que me gustó mucho. Los seguidores del perfil me recomiendan un documental o me compro un libro que pienso que ocasionalmente puede servir».

Celle entiende que internet potencia y renueva estas viejas discusiones: «Cuando leo de gente que se queja que le robaron algo en Internet ¿para qué lo subiste? Si está disponible para todos. Como si nunca hubiéramos descargado una canción o no miráramos una película en Cuevana. Desnuda esa hipocresía: yo quiero robar todo pero no quiero que roben lo que yo pongo en Internet».

Resulta casi absurdo ocultar referencias, inspiraciones e intertexto en cualquier esfera humana, pero más en el arte cuya esencia es netamente tradicional. «Es algo que no se exige en otras cosas. Cuando una se pone a cocinar usa la receta de la madre o el truco del amigo para leudar la harina. Cuando decora su casa vio 400 revistas o Pinterest que te orientan dentro de tu propio gusto. Uno copia igual. Pero nadie dice que robaste. A nadie le importa tanto». Y añade: «Seguir reproduciendo esa exigencia de originalidad es dejar afuera. Si no sos genial, no tenés el don, mejor no lo hagas y seguimos quedando entre nosotros pocos. Ser democrático es que nunca te frene porque ya está hecho. En la conformación de nuestros estilos obviamente tenemos referentes».

En un poemario, Celle escribió preciosos versos sobre una mudanza: «Guardé mi vida entera en / 12 cajas y /10 bolsas / Todas dicen: Frágil». Luego recordó que «una chica había escrito antes prácticamente lo mismo: ‘En diez bolsas de residuo cabe mi pasado…’Analía Fernández Fucks… Encima era medio una doble mía (risas)… trabajaba en radio, periodista… me acuerdo que me fotocopiaron el libro. ¿Entendés? Nos hemos educado con fotocopias, nunca comprando un libro». Y de la misma manera en que las ideas no tienen dueño, «después encontré autoras que tenían un fanzine con forma de casita» (Todo está en las casitas es un fanzine que publicó con Plateada).

Una disyuntiva respecto a la propiedad intelectual surge de una discusión ineludible: la económica. Así como parte del encanto del arte es sortear la lógica capitalista, a la vez hay una necesidad de que lxs artistas se reconozcan como trabajadorxs y puedan sustentarse. «Yo perdí la inocencia y abandoné toda ilusión de vivir de lo que me gustaba hacer. Incluso del periodismo que quizá sería más posible que el arte. Me quedé afuera de ese juego, pero no significa que no apoye a los artistas. Quizá más desde la acciones y no las palabras. En la pandemia me la pasé comprando rifas, entradas online y demás para bancar a mis amigues». Y deja en claro: «En relación a los derechos de autor tengo una postura y es que si alguien con mayor poder económico le roba a un artista autogestivo obviamente voy .a estar en contra, porque con ese poder no necesita. Si Adidas le roba un diseño a un artista de La Plata y lo estampa obviamente lo voy a ver mal. Mi propuesta es: hagámosla al revés. Que los artistas under le robemos a los grandes, a lo Robin Hood. Y burlémonos de lo que pasa con la cuestiones de derechos y el concepto de originalidad que sostiene que haya una elite muy pequeña. Se ve en las artes plásticas. Ahí se ve muy claro como nuestros amigos venden reproducciones a trescientos pesos mientras un Picasso a millones de dólares. Lo mismo que en todo el sistema capitalista». 

Celle recuerda lo ocurrido con la fotógrafa Nora Lezano cuando denunció a la artista Mariana Esquivel por una pintura basada en la fotografía que realizó al grupo Mi Amigo Invencible. «Si la pintora no hubiera presentado al concurso, Nora se hubiera sentido halagada. Pero como Esquivel ganó 80 mil pesos, se sintió estafada».

Celle menciona también «un texto de cien años de Virginia Wolf donde plantea algo muy cierto: «Probablemente todas las canciones o poesías ‘anónimas’ fueron escritas por mujeres». Y desde una publicación provoca: «Si el sistema de derechos de autor fue creado por y para los hombres ¿por qué querríamos pertenecer? Ser LADRONA es mi personal Vendetta antipatriarcal y anticapitalista».

«Hay colectivos que tensionan ese lugar de la autoria -destaca Celle-. Porque está ligada a los egos y distorsiona los mensajes. Por ejemplo MAFIA (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs) son varias personas que acordaron criterios políticos y estéticos de cobertura de actividades y todas se publican en nombre del colectivo. Y no importa porque para el objetivo y misión ya están comunicando lo que tienen que comunicar».

Para el cierre (de la nota, pues la discusión es infinita como la red semiótica), es lapidaria a la hora de señalar cuando le molesta una «copia» o un «robo»: «Cuando se hacen los boludos». O como escribió un gran ladrón: «Para vivir fuera de la ley, hay que ser honesto».

Lista de «videos ladrones»: