Por Ramiro García Morete
«Una casa es una posibilidad premoldeada» (L. Schvartzman). Era una de esas mesas antiguas deslizables, con una abertura en el medio. Allí colocarían la cámara mirando hacia abajo y harían luces con papel celofán y telgopor. Sebastián, hermano de su amigo, estudiaba diseño y junto a sus compañeros corrían esa noche contra una entrega de la facultad. Si bien vivía a unas cuadras de Plaza Moreno, el recién llegado de Roca «ranchaba en ese departamento de 2 y 60, más cueva». Al ver después esas fotos, no lo podría creer.
Correría entonces el año ´96 y también se enamoraría de Inrockuptibles, publicación que no solo «militaría» sino en la que trabajaría varios años a partir de 2003. Allí mismo aprendería y se vincularía silenciosamente con la obra de nombres como Nora Lezano o el histórico editor Renaud Monfourny. Paralelamente se iría constituyendo como una de las voces principales de Radio Universidad, apoyado en su estilo preciso, moderado y sutil. Esa impronta -heredada de esa escuela que personificará en su maestro y amigo Oscar Jalil- le había permitido un buen recorrido en la gráfica y la crítica musical.
Pero algo dentro de él limitaba ese trayecto. «Si no mejoraba mi escritura iba a quedar en el camino», recordará. «Estoy aburrido», le confesaría al mismo Jalil en La Bicicletería una noche de 2008. Ese mismo año se compraría una Lumix con lente Leica. Y es que lejos de «hacer un taller», su inquietud parecía inclinarse más hacia la imagen. Como cuando al tomar la ruta o la calle o lo que fuera, su mente proyecta en luz y no en palabras. «Yo quiero hacer esto», había pensando en Inrocks, igual que tras aquella noche en el departamento cueva cuando le pidió a Sebastián que le enseñara. «Y desde ahí no paré más».
Entonces tenía una pocket y luego vendría la Reflex y revelar un rollo semanal en Kinecolor y las primeras fotos a bandas como Plupart y la Nikon d90 que le compraría a Manuel Cascallar. Junto a él y Martín Bonetto sellarían una amistad cuyo grupo de WhatsApp llamado sugerentemente «Auto rehabilitación» lo hallaría compartiendo conocimientos a la par. Y es que el rótulo de fotógrafo es algo que finalmente asumiría con el tiempo. Más precisamente, estima, con aquella muestra en el Malvinas del libro Versión Tinta sobre bandas platenses, alrededor de 2015.
Por entonces su flickr, iniciado en 2008, rebasaría de notables retratos urbanos, ingeniosos recortes e instantáneas ruteras en plan americana. «Hay una mirada medio vintage, indie, costumbrista, glamorosa pero hasta ahí», vacilará en la ardua labor de definirse a la par de reconocer a referentes como Stephen Shore.
«No enamorarse de uno mismo», dirá sobre su estilo periodístico ajeno a la estridencia y que se proyecta en su impronta fotográfica: atento al detalle y la expresividad externa o ajena. Por eso posiblemente perciba prescindible y ampuloso este prólogo, siendo él más proclive a ser observador y no observado.
Y algo de ello sucedería en los casi siete años musicalizando las noches de los distintos locales de Antares. Allí vería a sus compañeras y amigas, cada una con marcada personalidad pero a la vez con algunos rasgos comunes: cierta edad entre los 25 y 35, intereses artísticos que iban desde la poesía a la música y una depurada conciencia estética. Personas con ideas y cosas que decir, inclusive a través su apariencia. «Una situación de llevar la estética al día a día -evocará-. Un día aparecía una con el pelo azul o con un tatuaje nuevo o una campera de colores. Eso a mí me llamaba la atención». De esa manera y con absoluta predisposición de las protagonistas, comenzaría a retratarlas. Sin un horizonte concreto en mano, su trabajo no solo interpelaría estas personalidades y rostros potentes sino sus espacios.
En principio, cabe decir, por una cuestión de seguridad. Pero de a poco descubría nuevamente que había allí universos particulares y a la vez recurrentes: casas o departamentos viejos, con paredes ajadas o mobiliario vetusto, pero delicadamente resignificadas e intervenidas con criterio y belleza. «Glamour de bajo presupuesto» y el «arroz blanco que se come sobre un juego incompleto de vajilla victoriana», graficará Leandro de Martinelli. Sería junto a este editor que en los primeros meses del año darían forma de relato fotográfico a este proceso iniciado en 2017. Y sería la lúcida pluma de Lucía Schvartzman quien lo completase con un notable ensayo glosado sobre ese «romance estéril» que se produce entre inquilinxs y esa «fuerza amable» que imponen esas casas. Propiedad Horizontal lleva por nombre el libro de preciosa publicación a cargo de Firpo Casa Editora. Y que confirma en Ariel Valeri que la fotografía no es un lugar de paso sino un cálido hogar. O como se llame ese espacio donde habitan nuestras constelaciones de objetos, luces y sombras.
«Es un relato fotográfico y textual de un momento de la vida platense», introduce Valeri. Y extiende: «Entiendo que es un libro que también puede leerse en otros lugares y hacer lo propio. En Rosario, Córdoba, capital o el conurbano se dan las mismas mudanzas. Pero La Plata es mi universo y lo vivo con mucha intensidad».
Los espacios retratados son «como un mashup entre el PH, el departamento y la casa antigua, que por lo general son las que se alquilan. Mixturado con la identidad que le da cada persona que la habita, cuando no hay familia o hay una convivencia más informal. A veces viven muy poco tiempo y otras mucho. Conozco una amiga que vive hace más de cinco años y ya es la casa de ella. Pero quizá en un mes no viven más ahí y será de otros. Con la misma rapidez que se van, llegan otras personas y hacen lo mismo, que es decorar esas casas viejas maltratadas por el tiempo. Ves patrones que se repiten: paredes descascaradas, patios internos, esa puerta vieja que no cierra. Y a eso se suma lo que cada uno trae». Pero aclara: «No es un estudio antropológico».
En esos encuentros personales y sin más que su propia cámara, la búsqueda se orientó hacia «el retrato. No sé si tiene un nombre… son como una especie de perfil. Había un entrecruzamiento con la moda y la foto más de editorial, que se puede asociar a una marca. Pero al no haber nada comercial de por medio, se dio esa estética pero casera». Aunque «mentiría si dijera que estaban con lo puesto. A veces llevaba yo la ropa. Me las imaginaba con determinada remera o colores». Y se despega absolutamente de cualquier intención documental o hiperrealista: «Me gusta el tratamiento estético tanto en el momento como posterior. El trabajo de colores, la luz que rodea o lo que está detrás: un gato, un termotanque. Que convivan armoniosamente. No buscaba una foto de ellas en su lugar. Había decisiones mías que podían ser más de recorte. No hago fotoperiodismo».
Como hemos señalado, las sesiones solían ser mano a mano o excepcionalmente alguien más que habitara la casa asistía improvisadamente. «Yo lo veía por el lado de tranquilidad -comenta Valeri-. Cuando hacés una sesión y no está ese halo profesional que por lo general tienen las fotos de músicos o modelos, que está el iluminador y otra gente…el retratado la está pasando como el orto. Esto nos lo tomábamos más como un juego pero siempre buscando que la foto fuera buena. Yo no quería ir a pasar el tiempo y después subirlo a Instagram. Quería que el retrato me impactara».
No solo por modestia sino por fundamento, Valeri sugiere que el libro bien podría llevar firma compartida con Lucía Schvartzman, poeta cuyo texto «sobre casas vacías, contratos de alquiler, Big Bang y carnicerías» dialoga con las fotografías sin obviedad ni refuerzo semántico. «Leandro me preguntó quién podía escribir algo y pensé automáticamente en ella porque la conocía, me gustaba lo que escribía y sentía que iba a entender bien, porque ella lo había vivido. Además fue una de las primeras personas que se prestó a ser fotografiada. Ella es súper tímida y me dijo: mirá que yo no sé posar. Tampoco sé sacar, le respondí». Y agrega: «Me gustó que sea un libro que si querés solo podés leer y después pasar a las fotos. Hay dos miradas. La de ella… y las fotos».
A futuro, Valeri tiene «algunas ideas en mente que pueden ir por el lado de mi familia. Otra puede ser el costado rutero y más urbano, que me gusta mucho. Porque el mundo este de las chicas lo voy a seguir… pero por recomendación, por ahí debo dejarlo reposar un poco, probar otra cosa para volver y encararlo. Me quedó una energía pero tengo que soltar».
Propiedad Horizontal puede obtenerse escribiendo a: firpocasaeditora@gmail.com