Por Ramiro García Morete
«¿Como dejar de intentar? / Si voy a llegar vaga de barrio / calle de tierra y de barro / donde pasábamos las tardes pateando / de un barrio de calle de tierra y de barro / donde pasábamos las tardes rapeando». Quince minutos, diecisiete segundos. Cuando cargó el corte final para el full álbum de YouTube se sobresaltó ante la duración y lo engañoso que puede ser el tiempo. Si apenas un mes atrás la computadora -esa especie corporativa que se revela en los momentos menos atinados- había colapsado y forzado a grabar nuevamente las vocales de «We Can´ t Touch the Sky». Y no hace tanto, incluso esa otra máquina casi perfecta que es el cuerpo humano también se había sublevado y la había dejado sin la voz poderosa, versátil y rítmica que cultivó a través de los años y los géneros. La que arrojaría sus primeras rimas en las tardes marplatenses del barrio de Echepare. Precisamente una foto de aquellos años adolescentes, «todos con botellas de vino, gediendo» sería la idea inicial de portada en plan Nas o Biggie o tantxs otrxs. «Es como una línea de tiempo de mi vida», dirá luego sobre el disco.
Pero el tiempo no siempre es lineal y menos en la música. Como las estructuras mismas de las canciones que pueden cambiar o como ese tema que -por alguna razón cantaba- en vivo «como si fuera el de Mala Fama». Y que terminaría incluyendo un pulso de cumbia. Es que las canciones -que son porciones de tiempo sin tiempo- también se toman el suyo. Y ella entendería que había que tocarlas antes de grabarlas y que esa decisión implica el más arduo de los ejercicios: la paciencia. Muchas horas en la casa de Juan Pellizza, cerca de Malvinas, en su cuarto de «2×2», con el mismo empapelado de rombos de cuando era niñe, con una alfombra de ajedrez y su familia presente para compartir meriendas o cenas. Baterista y productor, sería el complemento perfecto con Rodwin Boonstra, productor y… bajista. «Fue a propósito», acotará ella.
Quince minutos, diecisiete segundos. Y cuatro años, los que hace que volvió de Ecuador a MDQ para ya mover definitivamente a LP con el fin de «para grabar mi disco». «Cuatro años me tomó hacerlo», pensó. «No -corregiría Camila, entrañable amiga, musicalizadora y gestora cultural de la ciudad-. Cuatro años te tomó conocer a la gente indicada para grabar el disco». Y es que con mentalidad de girlboss y hambre de clase trabajadora, montaría un auténtico equipo que no solo implica buenos músicos sino bailarinas, vestuario, escenografía y realización audiovisual. «Somos 38 personas, contándome a mi», dirá sobre la presentación de este EP que en verdad es un disco por peso y recorrido simbólico: Del barrio a la tarima. Una suerte de retrospectiva personal con más groove que melancolía y una riquísima mixtura de géneros que van del R&B al dem bow, pasando por el disco, neo soul, el lounge y cierto aroma latino. Modulaciones, cambios de ritmos, armonías vocales y una producción meticulosa para potenciar líricas sobre las distintas maneras de empoderarse, ya sea desde el género, la mente, el cuerpo o -¿de qué otra manera?- todo junto. El tiempo engaña a veces pero al final no miente, que es algo distinto. Y en este cuarto de hora quizá no quepa una vida, pero sí la sensación que para La Negra Buggiani este es su momento y este su tiempo.
«Lo que tiene este disco es que lo toqué antes de grabarlo y fui armando las canciones -introduce La Negra-. Estos temas fueron cambiando y eso fue gracias al público. Y entonces veía qué sucedía con la gente». Respecto al tono de retrospectiva del álbum que comienza con una épica intro de cuerdas, «salió sin pensarlo. Siempre fue contar mi historia, a la Negra cuando era chica y ese review. Lo demás se fue transformando más de la negra actual, del discurso feminista y jugar con esas texturas musicales. Yendo y viniendo. Siento que es una convivencia de la historia de mi vida…hasta acá. Ya conté lo que era». Y añade: «Era una carta de presentación que me debía. Tiré toda la carne al asador. No nos quedó ningún estilo de música por explorar (risas). Toda la música que escuché está ahí».
Más allá de algunos triggers y demás, el disco posee un sonido esencialmente orgánico en tiempos donde la música llamada urbana es dominada por lo digital: «En ese sentido, yo soy media tradi. Aparte era como el sueño del primer disco que sonara bastante orgánico. Por supuesto hay refuerzos de Ableton y se da esa conjunción. Pero pensá que mis dos productores uno es bajista y el otro baterista. ¡Es la dupla perfecta! Fue a propósito. Y después sucede que realmente estoy rodeada de musiques. Una de mis mejores amigas es cellista, por ejemplo, y se encargó de la apertura. Si algo me gusta es trabajar con mucha gente y más que nada compartir».
La Negra cuenta que debió dosificar las ansiedades en pos de un resultado más sólido: «Creo que es parte del equipo que tengo alrededor. Soy muy manija… No tanto con los proyectos de otros. Managerando o laburando de productora soy más paciente. Esto fue un re laburo de paciencia, de educación, de entender un tiempo que no era el del mainstream. Es re importante saber separar que somos dos mundos diferentes. Que apuntamos a hacer algo profesional pero no somos lo mismo. Hay gente que ve que artistas como Duki sacan un video todos lo días y creen que es fácil».
El 5 de noviembre a las 20 será presentado en la Sala 420 (entradas en alpogo.com) con una puesta inusual para el llamado under. «Ayer tuve seis horas de ensayo. Es medio una comedia musical, al que siempre hice: bailar, actuar. Tengo que condensar todo. El disco también estas cositas medio de risa burlona o coritos medio actuado. Me apoyé un poco en eso. Y hay de todo. Bailarinas, actores, registro audiovisual, styling, estenografía, visuales. ¡En el escenario seremos dieciocho! Es una bocha ser productora y ser artista. Lo estoy viviendo como algo independiente pero no precario. Tenemos que ser re mil profesionales».