Por María Belén Rosales*
“Tensa”, “enojadísima”, “ maniquea”, “le quedan 73 días en el poder”, así arranca el editorial del periodista Osvaldo Pepe en Clarín del 28 de septiembre, titulado: “La Presidenta maleva”.
Advertimos a nivel de la retórica periodística de la línea editorial de Clarín desde 2007, y, especialmente, en la columna “Del editor al lector” de Pepe, la alusión a los excesos de la Presidenta de la Nación respecto del maquillaje y la vestimenta. También se hizo hincapié de manera recurrente en el exceso de autoridad o la beligerancia política de las alocuciones de Cristina Fernández de Kirchner como cuestionamiento fundante del modo en que una mujer “debería” ejercer el poder político. El periodista dispara: “quizá por eso, en particular luego de la muerte de Kirchner, tomó la decisión de gobernar como un hombre. Mejor dicho: ‘A lo macho’. Con temperamento ‘barra brava’ si hiciese falta y con un lenguaje más cercano a las prepotencias barriobajeras que a los usos y costumbres de un jefe de Estado, sea hombre o mujer”.
estos rasgos que desafían el modelo de femineidad históricamente y culturalmente construidos son cuestionados tan ferozmente como el uso de la palabra pública.
En definitiva, estos rasgos que desafían el modelo de femineidad históricamente y culturalmente construidos son cuestionados tan ferozmente como el uso de la palabra pública de la máxima autoridad del país vía cadena nacional. El periodista de Clarín, además de resaltar que 39 fue el número de veces que la Presidenta se comunicó públicamente con el país, agregó sin concesiones respecto de su condición de mujer que “es llamativo cómo masculinizó su estilo. Una presidenta puede ser enérgica y para eso no es necesario hablar a los gritos o tener gesto acre: esas frecuentes actitudes suyas pueden dejarla a la intemperie como infortunada metáfora borgeana de un antiguo malevo de barrio, pero sin poesía”.
Durante estos años, políticas y funcionarias de diversa filiación partidaria han acaparado buena parte de la escena pública. Antes de señalar los límites de esta nueva visibilidad, hay que dejar claro que la sola presencia de estas mujeres en la vida pública es un paso adelante, a pesar de que aún no significa una mejora en la construcción de equidad política de las mujeres en lo general. Ahora bien, ¿cuál es el estatus de estas mujeres políticas? Si la administración del poder es un área eminentemente masculina, pues entonces, ¿que les corresponde administrar a las mujeres? En el desarrollo de sus carreras, en el modo en que tratan y son tratadas por los otros miembros de la esfera pública –nos referimos principalmente a políticos varones y periodistas–, es evidente que estas mujeres no comparten la misma posición simbólica que sus colegas varones; pues, cuando se exaltan sus virtudes o prácticas, como cuando se las denosta o desacredita, se las trata en tanto mujeres y no en tanto políticas. Es decir, no terminan de ser consideradas sujetos plenos de la política, porque la política continúa, a pesar de su presencia, siendo un territorio de hombres.
los discursos y las representaciones que se repiten y difunden en los medios sobre las mujeres en política están atravesados por una serie de significaciones asociadas a la moda-frivolidad, el envejecimiento, los desbordes emocionales que “repercutirían” en la toma de decisiones.
En este orden, al mirar desde una perspectiva de género, desde el Laboratorio de Comunicación y Género observamos cómo aparecen narradas las mujeres que se desempeñan en la arena política. En primer lugar, queda de manifiesto la exigencia social de adaptarse a los modelos ideales femeninos: decoro y sumisión.
Asimismo vemos cómo los discursos y las representaciones que se repiten y difunden en los medios sobre las mujeres en política están atravesados por una serie de significaciones asociadas a la moda-frivolidad, el envejecimiento, los desbordes emocionales que “repercutirían” en la toma de decisiones y que contribuyen al mantenimiento de un orden discursivo que excluye simbólicamente a las mujeres y “lo femenino” de la política legítima: la política de machos alejada de lo íntimo, de lo irreductiblemente propio: el deseo, la pulsión, la intimidad del corazón, la riqueza de los propios pensamientos/emociones frente a las demandas “sociales”. Aspecto no privativo de lo privado.
Este poder político macho es aquel que coacciona, el que excluye, el que prescribe y construye sus lógicas de ejercicio del poder político patriarcal desde, en y por una razón lógico-racional en rigor de milicia: alejada del corazón, la empatía y las emociones, jerárquica, configurada en cadenas de mandos que ensanchan las obsecuencias, siempre distante de la posibilidad de la construcción de nuevos modos de poder con lógicas de diálogo, una política de la pregunta y de la comunicación pública, derecho y deber al mismo tiempo de todo funcionario presidencial.
El uso de la cadena nacional como práctica de comunicación no sólo reviste una dimensión dialogal (no silenciada), abierta al trato y la llegada directa al pueblo –que en tal caso abre el juego a la respuesta, la tensión y las resistencias–, sino también al intento de ir por el fortalecimiento del lazo comunal, que sólo se logra en el campo de la comunicación, la conversación y el diálogo, cuya práctica no ha dejado de ser transformadora en el plano cultural y sobre todo en las lógicas del ejercicio de político en nuestro país, que ha sabido conocer la palabra única del poder político-económico concentrado, el estatus de verdad con el que se erigió y su poder de silenciamiento.
* Laboratorio de Comunicación y Género. Facultad de Periodismo y Comunicación Social.