Del 8 al 10 de junio se realizará la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, Estados Unidos. El Gobierno norteamericano decidió impedir la participación de Cuba, Venezuela y Nicaragua en el encuentro. En rechazo a estas exclusiones, varios mandatarios de la región decidieron no asistir, entre los que se destacan las figuras de la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, y los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador, y de Bolivia, Luis Arce.
El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, brindó una conferencia para expresar su rechazo a lo que denominó «un espectáculo de tinte neocolonial».
A continuación el discurso, completo del presidente de Cuba.
Compañeras, compañeros, permítanme comenzar con palabras que tienen más de un siglo: «Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos».
Lo dejó escrito José Martí hace 130 años, después de asistir a la Conferencia Monetaria, un convite interesado del pujante Estados Unidos a las jóvenes repúblicas de Nuestra América en aquel entonces.
Acreditado por el gobierno de Uruguay, país del que era cónsul general en Nueva York desde 1887, Martí, al parecer, casi fue excluido por inexplicables demoras y excusas mentirosas del Departamento de Estado.
Aquella conferencia fracasó y se afirma que a ello contribuyó decisivamente el cubano, quien escribiría posteriormente un profundo y demoledor análisis, dictado por su conciencia, sobre los peligros a los que se exponía Nuestra América de aceptar la unión monetaria.
De frente, sin eufemismos de ninguna índole, Martí definió en esas líneas la incapacidad de los Estados Unidos para entender a sus vecinos del sur. Cito: «Creen en la superioridad incontrastable de ‘la raza anglosajona contra la raza latina’. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros».
«Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más -como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla-, ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos?». Fin de la cita.
Las preguntas de Martí contienen en sí mismas las respuestas.
Pocos textos hay más visionarios sobre la política de Estados Unidos hacia nuestras tierras de América, una política que la ambición desmedida del imperio ha congelado en el tiempo, al negarse a escuchar las voces que no se le someten.
Quien lo dude, que ponga esas palabras frente a la concepción excluyente de la IX Cumbre de las Américas y comprobará su absoluta vigencia.
El dogma filosófico que siempre acompañó a esa insaciable ambición es el llamado Destino Manifiesto, arraigada convicción de naturaleza racista y supremacista, cuyo enunciado conceptual que le sirvió de contexto es la Doctrina Monroe.
Sin renunciar a ninguna de esas dos concepciones, el Gobierno estadounidense convocó la IX Cumbre hemisférica en la ciudad de Los Ángeles, con participación discriminatoria e insuficiente representación regional.
En el caso de Cuba, la exclusión no fue solo contra el Gobierno, sino también contra los representantes de la sociedad civil y los actores sociales, incluidos nuestros jóvenes. Los Estados Unidos no se conforman ya con determinar quién y cómo debe ser el Gobierno cubano. Ahora se proponen definir quiénes son los representantes de la sociedad civil, y qué actores sociales son legítimos y cuáles no.
Permítanme volver a la historia, que siempre esconde tantas lecciones.
Entre enero y febrero de 1928, Cuba fue la sede de la Sexta Conferencia Panamericana, una de las malas semillas de la OEA y de las actuales Cumbres de las Américas. El presidente de turno en la isla era Gerardo Machado, sátrapa de triste memoria que sería derrotado por sublevación popular en 1933.
No hay historiador serio que ignore que «la elección de Cuba como sede de aquella conferencia respondía a la situación subordinada que tenía la isla respecto de los Estados Unidos. Éramos un protectorado yanqui, así que las invitaciones ni siquiera salieron de La Habana. Las tramitó el encargado de negocios de Cuba en Washington».
A pesar de esa subordinación que Machado y su equipo adornaron con encendidos actos de genuflexión, el entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, llegó en un barco de guerra y en las fotos de la época puede vérsele en compañía de su esposa, no junto a su par de Cuba sino varios metros delante.
La orden de los amos del «patio trasero» a los responsables de la política cubana fue evitar cualquier discusión incómoda. Las recientes intervenciones en Haití y Nicaragua habían calentado el ambiente y había que evitar que las discusiones molestaran los oídos imperiales.
Dicen que, en un viaje anterior a Estados Unidos, con tal de obtener la sede, Machado se había comprometido con Coolidge a evitar cualquier planteamiento o denuncia y a ofrecer el más servil apoyo a los norteamericanos.
Tocó al embajador cubano en Washington el repudiable honor de complacer al poderoso visitante con un elogio de la intervención que todavía insulta: «No nos podemos unir al coro general de no intervención -dijo- porque la palabra ‘intervención’, en mi país, ha sido palabra de gloria, ha sido palabra de honor, ha sido palabra de triunfo; ha sido palabra de libertad; ha sido la independencia».
A un gobierno como aquel que recibió a Coolidge lo invitarían gustosos los organizadores de la Cumbre de las Américas 2022, como lo hicieron hace 94 años con el indiscutido dictador Gerardo Machado, derrotado cinco años después por la Revolución del 33.
Pero esa es la Cuba que desapareció para siempre del mapa de la subordinación política con la Revolución de 1959.
Los remito al histórico discurso del general de Ejército y líder de la Revolución cubana en la Cumbre de las Américas de Panamá, en el año 2015. Con todo el tiempo que nos quitaron en el uso de la palabra en las Cumbres anteriores, Raúl dejó sentados los principios que garantizarían una relación más fértil entre las dos Américas.
Cito: «Las relaciones hemisféricas, en mi opinión, han de cambiar profundamente, en particular en los ámbitos político, económico y cultural; para que, basadas en el Derecho Internacional y en el ejercicio de la autodeterminación y la igualdad soberana, se centren en el desarrollo de vínculos mutuamente provechosos y en la cooperación para servir a los intereses de todas nuestras naciones y a los objetivos que se proclaman». Fin de la cita.
Cambió Cuba, cambia Nuestra América, pero el imperio no cambia.
Sobre el carácter excluyente y discriminatorio del evento que tendrá lugar entre el 8 y el 10 de junio en Los Ángeles, ya el Gobierno revolucionario se pronunció con firmeza.
Se conoce el repudio que esa selectividad oportunista ha provocado en la mayoría de los Gobiernos de la región, así como la clara y firme posición asumida por varios de ellos, junto a las notables ausencias a la cita como rechazo a la exclusión.
También tienen antecedentes en la historia estas confrontaciones entre políticas injerencistas y políticas soberanas.
En 1994, cuando el Gobierno de los Estados Unidos convocó la primera de estas cumbres y excluyó a Cuba, el comandante en jefe Fidel Castro Ruz resumió la esencia de la prepotencia imperial en una frase: «¡Cuánta cobardía, mediocridad y miseria política refleja realmente tal exclusión!», dijo Fidel.
El Gobierno estadounidense de entonces, en la euforia del supuesto fin de la Guerra Fría, trató de valerse de nuestros más preciados símbolos para atraer de nuevo a los pueblos de Nuestra América a un ya olvidado proyecto de recolonización: el ALCA.
Y osó hablar de la Cumbre de las Américas como «el sueño realizado de Simón Bolívar». «Nada más faltó decir que era también la realización de los sueños de Martí», le respondió Fidel desde un acto histórico en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el que coincidía por primera vez con el joven y ya impresionante político bolivariano Hugo Chávez.
Apenas once años después, en otro acto histórico que exaltó la Cumbre de los Pueblos por encima de la de los jefes de Estado, con su célebre grito: «ALCA, ALCA, al Carajo…» en Mar del Plata, Hugo Chávez le pondría epitafio al proyecto de recolonización de Nuestra América. Los sueños de Bolívar y Martí se estaban cumpliendo.
Contra esta América Latina que llama las cosas por su nombre y no pide permiso para ejercer sus soberanos derechos, se elaboró la lista de los excluidos.
Nos honra encabezar esa lista junto a los líderes de Venezuela y Nicaragua y junto a ustedes, genuinos representantes de nuestro pueblo. Como nos honra la gallarda solidaridad de Andrés Manuel López Obrador, de Lucho Arce, de Xiomara Castro, de los líderes caribeños que han rechazado enfáticamente las exclusiones y de otros que seguramente lo harán en el transcurso de la propia Cumbre.
En pocas horas podremos confirmar qué se logrará o qué propuestas se harán en Los Ángeles, más allá de la pompa inaugural y de la foto del presidente anfitrión con quienes asistan. El espectáculo publicitario dirigido a la politiquería interna de los Estados Unidos no podrá ocultar la falta de interés real de ese Gobierno por atender los problemas más graves e inmediatos de los pueblos de América Latina y el Caribe.
Pueden revisarse los documentos oficiales y los discursos de políticos y funcionarios del Gobierno estadounidense de los últimos años. Las escasas referencias a nuestra parte del mundo reflejan la profunda incomprensión sobre las realidades actuales de una región con identidad propia, cuyos pueblos tienen ansias acumuladas de justicia, sufren el subdesarrollo y la creciente desigualdad, y no soportan más el continuo robo de sus riquezas naturales y la explotación incrementada de sus trabajadores.
Tampoco soportan la presión e intromisión de los Estados Unidos para forzar a Gobiernos soberanos a asumir políticas que benefician a las grandes empresas transnacionales, para tratar de lograr obediencia y castigar cuando esta no se logra. Rechazan el papel de las instituciones creadas por los Estados Unidos, como la OEA y el resto de los instrumentos de dominación hemisférica.
Nada de lo anterior aparece en la agenda de la cita de Los Ángeles.
El tema de los movimientos migratorios de la región está íntimamente relacionado con el desarrollo y, sobre todo, el subdesarrollo. Tiene un vínculo estrecho con el modelo global capitalista y el avance del neoliberalismo, cuyas políticas económicas generan mayor marginalización, inestabilidad social, desempleo, carencia de servicios de salud, sistemas de educación incosteables e insuficientes, y rupturas del tejido social de las comunidades.
Segmentos crecientes de la población continuarán buscando la satisfacción de sus necesidades y sus sueños de prosperidad en las economías avanzadas del norte. La realidad actual confirma la vieja idea de que, si el desarrollo no comienza de una vez a drenar hacia el Sur, el subdesarrollo avanzará a mayor velocidad hacia el Norte.
Las fórmulas represivas, como las que se pretenden en el documento impuesto por los Estados Unidos para la reunión, no son la respuesta. Permiten mitigar temporalmente los flujos migratorios descontrolados, pero no resuelven la multiplicidad de causas y condiciones que provocan la emigración irregular.
En el caso de Cuba, el Gobierno estadounidense ha aplicado durante cuatro años una política orientada al estímulo de la emigración irregular. Como norma, le da entrada a los que por vías irregulares llegan a sus fronteras, los privilegia con la posibilidad de obtener residencia permanente en virtud de fórmulas legales establecidas solo para los cubanos, cerró las vías legales para emigrar y mantiene una política de guerra económica dirigida a deprimir el nivel de vida de la población. Es lo que puede llamarse una receta perfecta para promover la migración irregular.
No se prevé, sin embargo, una discusión a fondo sobre estos temas en la cumbre de estos días, y, naturalmente, no debe esperarse resultado efectivo alguno para un problema que seguirá pesando sobre nuestras sociedades y sobre las relaciones hemisféricas.
Tampoco se espera una discusión productiva sobre la transferencia de tecnología, sin la cual es muy difícil esperar un impulso al desarrollo de la región.
El incremento de la conectividad y de acceso a internet en todas las comunidades es positivo. Pero si este esfuerzo se limita a la promoción de mercados cautivos para la publicidad comercial y la orientación y estímulo del consumo incesante, su beneficio para América Latina y el Caribe es nulo. Ganarán, por supuesto, las grandes empresas comerciales.
Si se dirige a establecer plataformas tecnológicas que ayuden a sembrar en las comunidades, particularmente en los jóvenes, las ideas generadas en laboratorios ideológicos de los Estados Unidos para promover conductas y visiones del mundo que estimulen la apatía política y la enajenación social; incentiven el egoísmo, promuevan el racismo, el narcisismo y la agresividad, el resultado será extremadamente peligroso. Lo será también si se destina a promover la mentira, la banalidad, la politiquería deshonesta, la calumnia y el sicariato informativo.
Si lo que se busca es mayor influencia y más control sobre nuestras sociedades por vía del monopolio en muy pocas manos de las plataformas tecnológicas de la información, el fin evidente es la consolidación del dominio hegemónico e imperialista con nuevos métodos.
Uno de los tópicos más reiterados de los voceros de los Estados Unidos al promover la cumbre de estos días es la supuesta defensa de la democracia, la que engañosamente equiparan con la promoción del capitalismo, como si fuera lo mismo, cuando en realidad son conceptos contrapuestos.
Nada en la historia pasada y reciente de los Estados Unidos, ni en su conducta actual en el hemisferio hace suponer que la democracia o el respeto a los derechos humanos sean prioridades verdaderas de su política exterior regional. Cuando así declaran, actúan con deshonestidad y lo saben.
Tomando como referencia solo los últimos cincuenta años, ha sido notorio el absoluto involucramiento y contubernio de los Estados Unidos con los regímenes más sangrientos y represivos que ha conocido este continente, con los que con mayor desvergüenza han practicado el asesinato, las desapariciones, las masacres, la tortura y las ejecuciones extrajudiciales.
Es un error y un acto de desprecio inaceptable suponer que nuestros pueblos no tienen memoria.
Pero más importante aún es que el Gobierno de los Estados Unidos carece de autoridad moral para hablar de democracia, cuando no es capaz de defenderla o promoverla en su propio territorio y para sus propios ciudadanos.
No es honesto hablar de la defensa de principios democráticos cuando en virtud de leyes federales recientes el sistema político estadounidense permite financiar sin límites las campañas electorales y la gestión de los políticos, comprarlos, o, lo que es lo mismo: comprar gobernantes.
No es sincero predicar la democracia en la región cuando aumentan las legislaciones en numerosos Estados de ese país que restringen el derecho al voto y la posibilidad de ejercerlo, especialmente si el elector es de bajos ingresos, pertenece a alguna de las llamadas minorías étnicas o vive en barrios considerados marginales.
Es difícil ser promotor de los derechos humanos a nombre de un Gobierno que no es capaz de asegurar el derecho a servicios esenciales de salud en el país más rico y poderoso del planeta; que no cuenta ni se ha propuesto contar con las herramientas políticas y jurídicas que impidan las ventas indiscriminadas de armamento de guerra a la población, con el costo consecuente y creciente en vidas inocentes, entre ellos, niños, para los que se convierte en un peligro ir a la escuela.
La promoción de la democracia y los derechos humanos son solo quimeras en un sistema político en el que el interés de los productores y comercializadores de armas de guerra tiene prioridad sobre la vida de los niños, del derecho a la salud y a la educación.
No es honesto pregonar los derechos humanos cuando ese Gobierno permite el crecimiento del racismo, junto a las corrientes de intolerancia y supremacía blanca; cuando los índices de abuso policial y judicial contra los afrodescendientes siguen siendo la norma.
Tampoco lo es cuando el encarcelamiento o la detención de niños y adolescentes alcanzan cifras inaceptablemente altas. Según datos de la Asociación Americana de Libertades Civiles, cualquier día del año al menos 60.000 niños y jóvenes menores de dieciocho años de edad se encuentran encerrados o detenidos en cárceles o centros juveniles de detención.
Según la Iniciativa de Políticas de Prisión, muchos de ellos ni siquiera han cometido delitos y miles permanecen tras las rejas por infracciones no penales. Los Estados Unidos son el único país del hemisferio donde se condena a menores de dieciocho años a penas de cadena perpetua sin libertad condicional.
Con esta deplorable trayectoria, el Gobierno estadounidense se atreve a alegar que el criterio para invitar y excluir a países del hemisferio de la reunión cumbre fueron los estándares de democracia y derechos humanos. El pretexto constituye un insulto a la inteligencia y al sentido común de los demás.
Con el diseño previsto y los documentos preparados, ya se sabe que en el encuentro no se va a discutir o aprobar nada sobre la desigualdad económica y social de la región; sobre la marginalización, incluso dentro de los propios Estados Unidos. Se conoce que no se tratará el creciente problema de la judicialización de la política para sabotear la voluntad popular y a los Gobiernos electos con el respaldo de los sectores más humildes, ni se tratará el esfuerzo corporativo de las grandes transnacionales para corromper a los Gobiernos de la región.
No se profundizará en las razones por las cuales tanto los Estados Unidos como América Latina están entre las zonas más perjudicadas por la covid-19.
Ninguno de los documentos presentados por el Departamento de Estado se propuso avanzar con acciones prácticas en la lucha contra el racismo, a favor de los derechos de la mujer y los niños, y para paliar la situación incierta de los migrantes.
El problema del progresivo cambio climático y los desastres naturales que tanto amenazan a los países de la región quedarán sin medidas prácticas. El terrorismo, incluyendo el terrorismo de Estado, y la manipulación del tema con fines políticos no son puntos de la agenda. No se confirmará el derecho argentino sobre las Malvinas, ni el derecho de Puerto Rico a la independencia.
En los documentos a aprobar no habrá pronunciamiento alguno contra las medidas económicas coercitivas unilaterales y su uso contra países de la región como arma de presión política.
Tampoco se ratificará en ellos el reclamo unánime de la región, con el respaldo casi absoluto de la comunidad internacional, a que se ponga fin al bloqueo económico criminal que sufre el pueblo cubano desde hace 63 años.
Sin embargo, no se podrá silenciar la voz de Cuba, ni la solidaridad con Cuba. Sabemos que el repudio al bloqueo económico se escuchará allí y que el Gobierno de los Estados Unidos tiene clara conciencia de que ese sentimiento se comparte de un extremo a otro de este hemisferio.
Desde hace meses se hizo evidente que se perderá la oportunidad de aprovechar la presencia en Los Ángeles de los mandatarios regionales para discutir de verdad sobre muchos problemas que pesan sobre nuestras sociedades. Pudo haber sido de otra manera.
El Gobierno estadounidense, con su enorme poderío económico y tecnológico, con su gran influencia, pudo haber hecho un aporte trascendental en esa dirección. Se requería, por supuesto, una dosis de humildad, de autocrítica, de reconocimiento a las cicatrices que marcan nuestra historia; un mínimo de solidaridad y menos egoísmo, y un reconocimiento sincero de que los tiempos han cambiado.
La comunicación y la interacción interamericana son necesarias. Tiene que haber espacios de diálogo y cooperación entre los que habitamos al sur del río Bravo y las naciones del norte. Pero ha de ser con respeto. El benemérito de las Américas, Benito Juárez, lo expresó con genial síntesis en 1867, y cito: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz». Fin de la cita.
Los latinoamericanos y caribeños no nos consideramos patio trasero ni patio delantero de nadie. Es una noción que nos ofende y la rechazamos. Al constituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC, los países de nuestra región reafirmamos el apego irrestricto a la defensa de la soberanía, la independencia y la autodeterminación.
Al promover la necesaria unidad e integración regional, enraizamos el compromiso de respetar la diversidad entre nosotros. En esta región compartimos países grandes y pequeños; los que son ricos en recursos naturales y los que carecen de ellos; los que exportan hidrocarburos o energía eléctrica y los que la importan; los grandes productores de alimentos y los que necesitan del comercio exterior para satisfacer sus necesidades. Además, están los pequeños países insulares que merecen un trato preferencial y diferenciado en la conducción de sus relaciones económicas internacionales.
Tenemos en algunos casos profundas diferencias ideológicas, lo que no ha impedido el desarrollo de relaciones, e incluso de la cooperación, tanto para resolver graves conflictos políticos como para contribuir a resolver profundos problemas sociales y prestar servicios a las poblaciones más necesitadas. En 2014 asumimos en La Habana, por unanimidad, el compromiso con la Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
Con esta vasta, rica y compleja región podrían los Estados Unidos cooperar y unir esfuerzos para enfrentar los grandes desafíos del mundo actual. Pero tiene que ser con absoluto respeto a la igualdad soberana.
Los tiempos han cambiado y Nuestra América no acepta la imposición de los intereses del imperialismo, como no acepta que se nos utilice para los conflictos de los Estados Unidos con quienes identifica como rivales estratégicos en otras partes del mundo.
Nuestro pueblo tiene razones para preguntarse: ¿Por qué le prestamos atención a un evento que apunta a tener resultados de escasa trascendencia, con grandes ausencias entre los asistentes y del cual los Estados Unidos decidieron excluir de antemano a varios países de la región?
El problema es que no podemos desconocer un esfuerzo adicional, aunque fallido, de reeditar la Doctrina Monroe, ni podemos dejar de denunciar la farsa de convocar una vez más a los países de la región para un espectáculo de tinte neocolonial. Los Estados Unidos tienen la capacidad de impedir la presencia de Cuba en Los Ángeles, pero no tienen el poder de callar nuestra voz, ni de silenciar la verdad.
Nuestro pueblo ha estado al tanto de estos temas. Está informado como pocos y comprende la situación actual del hemisferio. Es partícipe de la política exterior y es el garante de la soberanía nacional y la independencia frente a la ambición hegemónica estadounidense. Tiene, además, una vocación solidaria internacional y un derecho ganado a estar al corriente de los acontecimientos de la región.
Sesionará también en Los Ángeles, los días 8, 9 y 10, una Cumbre de los Pueblos. Las informaciones que llegan indican que se tratará de un verdadero escenario de debate y confrontación de ideas, con una agenda amplia y apegada a las inquietudes más urgentes de la región en su conjunto, con la participación de organizaciones sociales, sindicatos, grupos juveniles, asociaciones comunitarias y personas con profunda conciencia social en general.
Todo anuncia que allí ocurrirá el verdadero evento político trascendental y es en ese en el que lamentamos la imposibilidad de tener una participación presencial significativa. Sabemos que la contribución de los cubanos hubiera sido un aporte importante y también sería una experiencia para ustedes al escuchar los problemas y los enfoques de los miles de participantes tan diversos que acudirán al foro.
En un momento como el que viven hoy los pueblos de América Latina y el Caribe, es juicioso volver a José Martí. Su ensayo imperecedero titulado Nuestra América tiene una vigencia que asombra. En él plasmó el apóstol enseñanzas para todos los tiempos. Dijo Martí:
«El deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada solo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe».
Muchas gracias.