Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Una cena suspendida con Diana Sacayán

Por Flavio Rapisardi

Hace unas semanas volvimos hablar y le dije: “¡Che, la última vez que supe de vos fue cuando estuviste en Perio criticándome en una charla que organizó una organización estudiantil!”. Del otro lado se escucho una carcajada. Diana era así. Hizo de la crítica su estilo. A veces la pegaba, a veces no. Como cualquiera de nosotr*s, salvo que ella, me lo dijo en una charla que tuvimos con Silvia Delfino, creía en la crítica individual, lo que no le impidió converger en acciones.

La conocí en los duros años noventa, en el despacho del legislador porteño Patricio Echegaray, del Partido Comunista en Izquierda Unida. En aquella época, con el peronismo arrodillado a la derecha, much*s compañer*s encontramos en el espacio que el PC abrió en la izquierda y el movimiento piquetero un lugar de resistencia para quienes no teníamos en casa fotos de Menem y que nos oponíamos a su política antes del terrible indulto. Allí nos juntamos, allí trabajamos armando marchas, iniciativas (Ley de Unión Civil, oposición a la regulación de la venta callejera, reglamentación de aborto en caso de embarazos incompatibles con la vida). Quien dice que en los noventa no había política estaba mirando otro canal o estaba en algún auto menemista de vidrios oscuros.

Cómo no recordar que Diana se acercó al despacho de Patricio Echegaray, donde también trabajaba Lohana Berkins, que junto con Beatriz Rajland formábamos un equipo que dio pelea por varias de nuestras conquistas. Al comienzo era tímida. Yo la conocía como “la compañera de La Matanza”. Ella me miraba de reojo, me estudiaba, hasta que un día nos sentamos a charlar y, entre mate y mate, conocí su historia.

Nos hicimos amigos, hicimos política juntos, piqueteábamos en el Movimiento Territorial Liberación. Y cuando Izquierda Unida conformó listas, varios fuimos candidat*s: Lohana y yo a diputad*s por Ciudad de Buenos Aires y Diana a concejal por La Matanza.

diana sacayánDiana la peleaba. Vivía en una habitación al fondo de su casa. Con ella recorrí La Matanza, conocí compañeras y compañeros de su mano. Entre ellas a Noelia, una Mai de Santo trans que aún la sigue peleando en un territorio nada fácil a pesar de estos años de derechos. En plural, porque Diana, abolicionista sin fisuras, nunca abandonó luchas: contra el CEAMSE, junto con l*s desocupad*s. En muchas luchas coincidimos. En otras no. Sobre todo en su simple deambular en una provincia con una “maldita Policía” y un “servicio penitenciario nefasto”. Diana fue detenida y encarcelada por resistirse a un arresto por sólo estar caminando las calles de La Matanza. La tuvieron meses en una comisaría escondida en una zona semi rural. Allí fuimos varias veces a verla, y nunca nos dejaban estar con ella. A través de una reja mateábamos y pensábamos cómo seguir la lucha. L*s abogad*s de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre se hicieron cargo de su defensa. Con ell*s litigamos hasta que logramos su condicional. El juez, patriarcal, fascista y perfecto discriminador como gran parte del Poder Judicial de este país, pidió un domicilio en Capital y una persona que pudiera estar con ella. No lo dudé: Diana cambió su dirección a mi departamento. Dios nos crió y la lucha nos juntó. Luego, los armados nos alejaron. Pero nunca dejó de existir entre nosotr*s un abrazo cuando nos encontrábamos y un inolvidable: “Yo te quiero, loca”, que me decía como elixir del mutuo perdón.

Luego de aquel primer contacto de hace unas semanas, en el que se me rió cuando le avisé que sabía que me había criticado en mi propia Facultad, volvimos hablar y le dije que frente a este cambio de Gobierno debíamos volver a cerrar filas y que se reuniera con Igualados, el think tank de la Fundación DAR que está pensando políticas de la diversidad. Y su voz volvió a ser la de la Diana dulce, tan distinta a la que usaba cuando tenía un micrófono, y se entusiasmó con su proyecto de cupo.

Hoy me enteré que Diana fue asesinada. Brutal y asquerosamente asesinada. ¿Crimen de odio? ¿Alguna relación con su crítica a los narcos protegidos por la Policía Metropolitana de Maurizio Macri? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que tu muerte, Diana, no quedará impune.

Porque, como bien dijo el secretario de Derechos Humanos bonaerense, Guido Kibo Carlotto, la muerte de Diana es un femicidio. Tan es así, que el Consejo Nacional de las Mujeres que conduce Mariana Gras reeditó el Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia Contra las Mujeres 2014-2016, que establece claramente, para horror del feminismo caduco y colonizado, que, en cumplimiento con la Ley 26.485, el “término ‘mujeres’ en el presente plan, se concibe como un concepto amplio y abarcativo de todo tipo de dimensiones constitutivas (nivel socio-económico, etnia, orientación sexual, edad, origen, discapacidad, entre otras), su finalidad es evitar las restricciones y discriminaciones que se producen al interior de las identidades rígidas. Del mismo modo, se pretende intervenir sobre los efectos de estas dimensiones en los niveles de vulnerabilidad resultantes en contextos de violencia de género (interseccionalidad)”.

Diana, la década ganada fue también tu obra. Y por eso y porque la igualdad y la justicia es lo que nos unió siempre y volvió a ser la excusa para que este jueves nos juntáramos, y aunque ahora tenga que tachar extrañamente una cita bajo un dolor insoportable, te juro que mañana este dolor será amor de lucha.