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A propósito del premio Rodolfo Walsh a Silvio Rodríguez

Por Florencia Saintout

Esta tarde, desde la Facultad de Periodismo, le entregamos el Premio Rodolfo Walsh a Silvio Rodríguez. Un premio de una Universidad pública para los que luchan, para los imprescindibles, para aquellos que, como diría Walsh, actúan comprendiendo lo que pasa en su tiempo y por eso tienen un lugar en la historia viva de su tierra. Un premio para aquellos que tienen el valor de no retirarse al mundo de los que lloran, de no desertar y asumir las consecuencias que siempre implica actuar para transformar las condiciones en que nuestros pueblos hacen la historia, no anotarse en el bando de los opresores ni de los neutrales, sino en el de los que dan batalla por los intereses de las mayorías.

un premio a los hombres y mujeres que se vuelven revolucionarios en la lucha misma, que sacuden sus ataduras mentales, sus prejuicios, sus lazos con el pasado.

Este es un premio a los hombres y mujeres que se vuelven revolucionarios en la lucha misma, que sacuden sus ataduras mentales, sus prejuicios, sus lazos con el pasado (así, decía Walsh, que se volvían revolucionarios los combatientes en la Revolución Cubana). A esos hombres a los que se traga la insuperable experiencia colectiva de un pueblo en revolución. A los que saben que la revolución la amasamos nosotros mismos, que está en nosotros, porque comprenden, como dijo Silvio, que ser revolucionario es decidir que “todo lo demás es más importante que uno solo”, que solos no somos nada, que hay que unirse, porque unidos somos más fuertes.

El premio que entregamos lleva el nombre de Rodolfo Walsh. Ese hombre que supo dar batalla contra la colonización cultural y estar para ello cuando hizo falta, donde hizo falta, como cuando se fue a Cuba a colaborar en Prensa Latina, una agencia de noticias con sede en La Habana que tuvo como objetivo central dar una imagen de los países latinoamericanos que no estuviera deformada por intereses ajenos a nuestros pueblos. Contrarrestar el ataque incesante y despiadado de una prensa internacional que, en pos de los intereses de unos pocos, deformaba la realidad de Cuba lanzando una campaña de una intensidad hasta entonces jamás vista en la historia, del mismo modo en que lo hacía (y lo sigue haciendo) contra el peronismo en Argentina, que tenía (y sigue teniendo) como aliados a los grandes diarios comerciales.

Rodolfo Walsh fue también ese hombre que luchó, junto a otros compañeros latinoamericanos, para que Cuba no quedara aislada en el campo de la información, y que desde esa agencia se adelantó a la CIA y descubrió que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados cubanos en Guatemala para invadir Cuba, en abril de 1961, por Playa Girón. Para eso vivió junto a sus compañeros al pie del teletipo y pasó noches insomne, aunque, con el amor por lo que hacía propio de quienes se entregan a las causas populares, dijo no recordar “un trabajo que se hiciera con tanta felicidad”. (A esa agencia Perón le entregó también su primera declaración favorable a Fidel Castro).

Ese hombre que combatió la catarata de basura informativa sobre Cuba que dura hasta hoy.

Ese hombre que combatió la catarata de basura informativa sobre Cuba que dura hasta hoy –dijo en su momento, como si viviera este tiempo–. Las falacias de los enviados especiales que viajaban a Cuba para poder decir, al menos, que habían estado en la calle Zanja, habían comido en la Bodeguita del Medio y, “con eso y algunas postales del Morro”, lograr “la atmósfera necesaria para poder mentir con la impunidad del ‘yo estuve’” ahí. De ese modo, ya entonces mentía el diario Clarín en sus páginas, a tal punto que publicó una nota –a la cual Walsh respondió– en la que se manifestaba la alarma que producía el “totalitarismo” existente en Cuba a través de un enviado especial que vio “nubes rojas en la noche cubana”. “Nubes rojas” allí donde Walsh sólo vio, asomándose a la noche de La Habana, lo mismo que veía siempre: “una ciudad fácil de ser amada”.

Ese hombre que advirtió tempranamente que la Revolución Cubana se ubicaba históricamente “en la línea de los grandes movimientos nacionales y populares”, que seguía una línea que se expresaba en los grandes movimientos de masas que tenían lugar en nuestros países latinoamericanos, como el peronismo –Walsh también incluye entre esos movimientos la Revolución Mexicana, el aprismo peruano, el gaitanismo colombiano, la Revolución Boliviana y el varguismo–. Que advirtió que esa revolución se propuso y consiguió “convertir una mezcla de factoría y garito, que era Cuba, en un país”, del mismo modo en que aquí lo hizo el peronismo, primero con Perón y Evita, y luego con Néstor y Cristina (tenemos Patria).

Ese hombre que, como Silvio, supo que cuanto “más hondo se mira y más callado se escucha, más se empieza a percibir el sufrimiento de la gente, la miseria, la injusticia, la crueldad de los verdugos” y “entonces ya no basta con mirar, ya no basta con escuchar, ya no alcanza con escribir”.

Hace unos días, la TV Pública transmitió el documental Silvio Rodríguez, Ojalá. Sobre el final, él dice: “a veces hay que tener valor para darle una patada a lo que los demás piensan de ti y asumir las consecuencias. Yo no soy eso, el que no me quiera ver, allá él… ‘escucha mis canciones y sueña con ellas’”. Esa frase me recordó lo que Cristina –esta presidenta que lucha y que también recibió el Premio hace poquito– dijo el 25 de Mayo en la Plaza: “No ha sido fácil porque no nos lo han hecho fácil. No me quejo, porque cuando venís a cambiar el statu quo no esperes caricias, aplausos, sino palos, difamaciones y calumnias”; quienes tienen “legítimas aspiraciones de conducir el país, que siempre piensen que va a ser difícil cuando intenten defender los intereses de las mayorías”.

Silvio, así como Rodolfo supo escuchar al fusilado que vive, supo escuchar a ese policía, a ese capitán que un día, como él mismo cuenta en el documental, le tocó la puerta y le dijo que quería que hiciera un concierto en el barrio en el que él atendía. Y, una vez allí, supo mirar hondo y percibir la lucha de esa gente, de esos barrios, para muchos invisibles, y supo también que ese era el camino, que tenía que seguir cantándoles a los barrios.

como dijo nuestra querida Presidenta en la inauguración del Centro Cultural Néstor Kirchner, la cultura es algo que se hace con los otros, que se construye en una tarea colectiva.

Y en su estatuto de inmenso comunicador popular, lo hizo con la convicción de que cantarles a los barrios es algo muy distinto, cualitativamente distinto, de creer que se va allí a llevar la cultura. No sólo porque como músico popular siempre estuvo ahí, con su pueblo; porque haber ido con su música al barrio fue ir adonde siempre ha estado, allí a donde pertenece. Ante todo, porque no hay comunicación popular sin reconocimiento de la igualdad cultural y comunicacional del otro, porque sin eso, sin el reconocimiento de que la cultura “ya está allí”, como dice Silvio, “en la manera de caminar, de bailar, de mirar o de hacer el amor, en todo lo que genera la gente en su relación con los otros o el entorno, o con el mundo”, sin la transformación de esa imagen peyorativa del pueblo que supone que este carece de cultura o se asimila a su supuesta degradación, no hay lugar para su participación en la lucha por la emancipación. Porque, como dijo nuestra querida Presidenta en la inauguración del Centro Cultural Néstor Kirchner, la cultura es algo que se hace con los otros, que se construye en una tarea colectiva y, por tanto, es un trabajo y no sólo divertimento, como quieren hacer creer los que apuestan a la dominación de nuestros pueblos y a apropiarse también de su historia. Y, tal vez por eso, tanto Silvio como Rodolfo no sólo se supieron siempre personas antes que un artista y un periodista, sino, además, personas que pertenecen a un colectivo en el que tuvieron el violento oficio de hacer canciones y de escribir para sus pueblos, y no para las discográficas ni para los dueños de todas las cosas.

No fue ese, el de cantarles a los barrios, por supuesto, ni el primero ni el único frente en el que Silvio luchó. Como Rodolfo, supo estar con urgencia donde le dictó el corazón: en la guerra de Angola, cantando en los frentes de combate; en un barco pesquero en el que convivió meses con pescadores casi analfabetos; en las cárceles; y, por supuesto, en el frente de combate de la Revolución Cubana, de ayer a hoy. Pero también estuvo en el frente con los que luchaban contra las dictaduras en nuestra América Latina; ocupando, como comunicador, con su música, un lugar en la batalla que libraron en este país –en el que fue prohibido y una canción suya podía costar la vida– nuestros 30.000 compañeros desaparecidos; haciendo posible que se cantaran las utopías, los sueños de una patria que entonces sólo con la imposición del silencio, del terror, del secuestro, de la tortura, pudieron imponernos como imposibles.

Silvio, el que siempre miró hondo y escuchó como Walsh, sabe al igual que él que “ya no basta con mirar, ya no basta con escuchar”, ya no alcanza con hacer canciones que la gente cante.

Por eso Silvio, el que siempre miró hondo y escuchó como Walsh, sabe al igual que él que “ya no basta con mirar, ya no basta con escuchar”, ya no alcanza con hacer canciones que la gente cante.

Y por eso estará aquí, esta tarde, otra vez en el frente, en este momento en el que vuelve a resultarnos imprescindible, en este momento en que Rodolfo vuelve a demandarnos dar la batalla más profunda contra la colonización cultural, cantando en Villa Lugano, en el lugar de los humildes, de los olvidados, en este acto social coherente con la causa por la que luchó Walsh, actuando como él, como Fidel, como Néstor y Cristina, sobre esta realidad concreta de nuestra tierra en la que aquellos sueños –los de los 30.000, el que vino a proponernos Néstor– vuelven a cantarse con la cadencia que tienen las certezas.


 

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