Por Carlos Ciappina
Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear.
(Anthony Burgess, Clockwork Orange)
Cuando Anthony Burgess escribió La naranja mecánica (1962) y Stanley Kubrick la hizo film de ciencia ficción (1971) seguramente nunca imaginaron que Alex (todos sabemos quién es Alex) dejaría de ser un personaje de ciencia ficción y gobernaría un país entero.
Alex es un joven de clase media media: no le falta nada salvo el cariño y el amor de sus padres. Uno hasta puede imaginar las discusiones eternas de Alex pidiendo atención y amor no correspondido. Mala cosa no llevarse bien con los progenitores, o, peor, que ni siquiera te tomen en cuenta.
Alex es un desaforado del sexo, una y otra vez tiene que demostrar su hombría y potencia con una o más mujeres (en el film, con dos a la vez, al menos). Pero al mismo tiempo tiene un conflicto con lo femenino; ese conflicto se resuelve golpeando a las mujeres y (por supuesto) abusando de ellas.
Alex tiene una pequeña banda de truhanes, brutales y desaforados como él. De estos truhanes exige obediencia total, absoluta. Toda discrepancia habilita una respuesta violenta. Con estos truhanes tiene su propio idioma: una serie de palabras entendibles solo para su grupito de seguidores. Un fárrago de frases violentas y obscenas que nada significan fuera del grupito de «iniciados».
Alex odia a los viejos, y si están en una situación de vulnerabilidad los odia más aún: encuentran un pobre viejo borracho y en vez de tenderle una mano lo castigan animalmente hasta casi matarlo.
Alex odia la cultura y el pensamiento: las dos casas en las que irrumpe (y en las que golpea, abusa y finalmente asesina) son casas de intelectuales y artistas. El odio se potencia si esas intelectuales y artistas son mujeres.
Pero, al mismo tiempo que odia casi todo lo sublime en lo humano, Alex ama a los animalitos: tiene una boa constrictora como mascota en su propio dormitorio. La única expresión de tristeza y empatía que Alex muestra es cuando sus padres le comentan que (en su ausencia) la han matado.
Alex odia al Estado. Este le ofrece solo obstáculos y regulaciones: la escuela es una molestia, su asistente social lo odia a él más que sus propios padres. Finalmente, es el Estado quien lo encarcela y lo inhabilita para elegir el bien o el mal, con un método de lavado cerebral. Pero Alex, sin embargo, mantiene en su interior (pese al Estado) el odio a lo humano y la necesidad de ejercer la violencia y cumplir con sus brutales deseos individuales contra todo y contra todos.
Y así llegamos al fin del film.
Un año de naranja mecánica.
Todos sabemos quién es Alex.