Por Carlos Leavi*
El 22 de abril de 1985 comenzó el denominado “Juicio a las Juntas Militares”, que es en realidad como lo expresan los decretos, sólo a los comandantes. El juicio, uno de los primeros orales y públicos en Argentina, tuvo además características particulares al ser el propio país y su justicia quien juzgaba a los militares y no otros países, como en el caso de Núremberg. Conocido también como “Causa 13”, fue ejercido por Tribunales Civiles formados a tal fin, pero bajo el Código de Justicia Militar. Este código enmarcó en gran medida la escena, su configuración entra dentro de una lógica política que no será la de los organismos de derechos humanos, sino la de la “teoría de los dos demonios”.
Esto se expresó concreta y materialmente en la ausencia de querellantes en el juicio. La acusación estaba a cargo de los fiscales. En tanto, las víctimas aparecían sólo como testigos, y en un contexto discursivo y jurídico donde sus subjetividades se presentaban escindidas de sus espacios colectivos. Sus militancias, sus compromisos políticos no podían ser expresados, porque incluso podían ser juzgados por estas acciones y prácticas. La “teoría de los dos demonios” funcionaba como un condicionamiento determinante respecto de qué decir y cómo.
Esta situación restó protagonismo a las organizaciones de DD.HH. que venían denunciando la situación desde hacía años. Un ejemplo singular de esta situación ocurrió cuando los fiscales le pidieron a Hebe de Bonafini, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que se sacara el “pañuelo” si quería estar en el juicio. A esa altura, como los “30.000”, el “pañuelo”, primero usado como si fuera un pañal, ya implicaba un valor simbólico y político que expresaba una “arena de luchas”, y se había constituido como un significante que de alguna manera rompía, incomodaba las lógicas, prácticas y discursos que en aquel juicio se configuraron. Por esto, fue la figura de los fiscales, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, lo que centró la escena de la acusación. El máximo de visibilidad y síntesis de este juicio se llega con la frase de la CONADEP, en boca del fiscal Strassera cuando expresa en su alegato: «Nunca Más».
Respecto de su visibilidad, prácticamente no hubo acceso a los relatos de los testimonios. La televisión sólo podía mostrar tres minutos por día y sin voz, sin sonido alguno. Era como asistir a un corto de cine mudo. Saliendo de un período que había clausurado tanto la palabra, ni los medios públicos estuvieron habilitados para restituirla aunque sea a partir de sus declaraciones.
La mayor parte de las coberturas, como los testimonios, pusieron eje en las características de las detenciones, torturas y represión. Este es un punto donde es importante comparar la situación de los testimonios de la Causa 13 con el juicio al ex jefe policial de la dictadura, Miguel Osvaldo Etchecolatz, en particular, y con los juicios actuales en general, en relación con la posibilidad actual de “poder hablar”, donde surgen historias de militancia y organización política, referencias laborales, afectivas.
El paradigma de los “dos demonios” obturaba la posibilidad de hablar sobre sus actividades políticas. Incluso hubo casos de detenciones posteriores por declaraciones en el Juicio. Los testigos afirmaron varias veces, como lo recordaba Adriana Calvo, que “volvieron a sentirse interrogados”.
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Rozanski: del periodismo al tribunal
Hay un dato, una situación subjetiva que resulta sustancial respecto a cómo se cubrió periodísticamente el juicio a los comandantes en 1985. Como la televisión sólo podía emitir hasta tres minutos del juicio, pero sin sonido, uno de los columnistas de Canal 13 que daba los informes desde afuera de los Tribunales para Telemóvil‖ –que conducía Ramón Andino– era Carlos Rozanski. Ese joven abogado sería, en 2006, el presidente del Tribunal Federal Oral N° 1 de La Plata, que juzgaría a Etchecolatz.
Rozanski nos cuenta: “Yo asistí a las audiencias de Causa 13, en el llamado Juicio a las Juntas, porque siendo abogado comentaba en televisión en vivo al mediodía las características y mi mirada sobre cómo se iba desarrollando el Juicio”. Los comentarios los hacía desde el canal, porque no se podía grabar en las audiencias.
“Esto me permitió una vivencia muy particular de lo que fue esa causa. No es lo mismo leerlo en los diarios que estar ahí sentado, presenciar las audiencias y después comentarlo por televisión. Porque, más allá de los datos objetivos, estás transmitiendo desde tu propia subjetividad. Y nunca imaginé que veinte años después iba a estar a cargo de un juicio juzgando los crímenes cometidos durante la dictadura”.
“Desde mi experiencia, ese juicio en particular (el de los comandantes) venía muy cercano a lo que había pasado, y cómo el proceso de Terrorismo de Estado marca a la sociedad durante muchos años después, quiere decir que esa marca era muy reciente. Habría que preguntarse si acaso los testimonios treinta años después eran más ricos, no sólo por tener mejores condiciones para hablar, sino también por estar más alejados en el tiempo de aquella experiencia de Terrorismo de Estado…”
Desde esta singularidad, situada entre lo jurídico y lo comunicacional, tanto mediáticamente hablando, como puesta en común de un acontecimiento que podía verse pero no escucharse, que debía ser relatado, aparecen las condiciones, esta mixtura entre condiciones subjetivas y contextos históricos, desde las que se construirán las escenas de un tribunal: el Federal Oral en lo Criminal N° 1 de La Plata con Carlos Rozanski como presidente.
Es paradigmático, además, que este tribunal es en la actualidad el que más juicios ha desarrollado en todo el país, y que haya sido el primero en generar una condena en el marco de un genocidio a los responsables de los crímenes en la última dictadura cívico-militar.
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* Docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Fragmentos del capítulo “La larga noche de la impunidad. La justicia en la postdictadura”, del libro Los sentidos de la justicia. Juicios, testimonios y desapariciones, de Carlos Leavi (EDULP, 2014).