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Adónde va Argentina bajo el dominio de Trump y Milei

El gobernante de Estados Unidos inició su segundo mandato hace apenas veinte días y el argentino asumió hace catorce meses. Ambos provocan tremendas convulsiones en sus respectivos ámbitos de decisión y defienden idénticos intereses. Elogiar el "nacionalismo" trumpista confunde su carácter imperial.

Por Miguel Croceri (*)

Aviso a las/los lectoras/es de este artículo: el interrogante planteado en el título no tendrá una respuesta en el texto. Está formulado con el fin de plantear un asunto trascendente para el destino colectivo de la Nación, lo que equivale a decir que es trascendente para el presente y futuro de la vida individual, familiar, laboral, económica, etc. de las personas comunes del pueblo.

El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos (EU) es el factor determinante y a la vez un indicador clave de que se está produciendo, a escala mundial, una transformación económica y geopolítica de dimensiones desconocidas.

Y el servilismo del régimen encabezado por Javier Milei -ultrajante y humillante para nuestra Patria- frente a los intereses estadounidenses y del imperio trasnacional capitalista en su conjunto, generan un profundo enigma histórico respecto de hacia dónde marcha nuestro país bajo el dominio de ambos jerarcas de ultraderecha.

El segundo mandato presidencial de Trump comenzó apenas 20 días atrás, mientras que Milei está en el gobierno desde hace 14 meses. Los dos han provocado tremendas convulsiones en sus respectivos espacios de decisión e influencia, que para el estadounidense es todo el mundo, y en el caso del argentino es el propio país pero con repercusiones internacionales.

En un cortísimo tiempo el norteamericano desató una guerra comercial contra China que tendrá alto impacto en la economía mundial; inició una feroz persecución y deportación de migrantes, especialmente de origen mexicano y centroamericano; extorsiona con sanciones económicas a sus socios comerciales y vecinos Canadá y México; amenaza con la fuerza militar a Panamá -país ya invadido y bombardeado por EU en 1989-; también amenaza con anexionar Canadá para que sea parte de Estados Unidos; igualmente amenaza (perdón por la reiteración del término) con asaltar el territorio autónomo de Groenlandia, que está bajo jurisdicción de Dinamarca, país integrante de la Unión Europea.

Y asimismo amenaza, junto a Israel, con terminar de consumar el genocidio y la horrorosa «limpieza étnica» contra el pueblo palestino mediante la expulsión violenta de más de 2 millones de personas que habitan el territorio de Gaza (cabe recordar que otra parte de la población palestina, más de 3 millones, habitan el territorio de Cisjordania); y finalmente (solo un «final» para este listado mínimo), mediante el retiro de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS) -decisión copiada de inmediato por el mileísmo- y el consecuente desfinanciamiento de la entidad, comenzó a destruir el sistema de legalidad internacional creado a mediados del siglo pasado tras la segunda guerral mundial, y cuyo pilar es la Organización de Naciones Unidas (ONU). Todo eso en menos de tres semanas.

El titular del gobierno argentino, por su parte, en un año y dos meses perpetró lo que él llama jactanciosa e impunemente «el mayor ajuste de la historia de la humanidad». En nuestro país la palabra «ajuste» se usa con naturalidad en los discursos económicos y políticos desde cualquier ideología, sin que mucha gente común del pueblo, y aún militantes de organizaciones populares, sepa bien qué significa. (En países de la Unión Europea se utiliza otra expresión aún más tramposa y perversa, porque tiene connotaciones morales: al ajuste se lo denomina «austeridad»).

La terminología economicista atribuye al término «ajuste» la significación, supuestamente virtuosa, de adecuar las erogaciones, gastos e inversiones del Estado para que estén acordes con los ingresos del sector público y que entonces haya una tendencia (al menos) al «equilibrio fiscal». Una meta que el actual gobierno ultraderechista proclama llevar a su punto máximo y por eso propagandiza la consigna del «déficit cero», y a su vez exalta con la violenta metáfora de la «motosierra» como método para alcanzarla.

Todo ese conjunto semántico (es decir de «significaciones») está lleno de trampas. Casi la mitad del Presupuesto Nacional se utiliza para el pago de jubilaciones, pensiones, asignaciones familiares y asignaciones universales. El costo de la actividad política, a la que Milei impuso la denominación de «casta» sin que nadie saliera a explicar cómo se compone el gasto público y obteniendo de ese modo el beneplático de una mayoría de la sociedad, se lleva un porcentaje mínimo. («El país fue destruido cuando ‘los políticos’ no existían», era el título de un artículo de Contexto en agosto del año pasado, en el cual se comentaba la devastación económica y social bajo la dictadura genocida 1976-1983. Nota del 25/08/24).

La hojarasca retórica del mileísmo y los poderes de facto que conforman al régimen gobernante, está ocultando la confiscación y expropiación del poder adquisitivo de los sueldos, jubilaciones y demás ingresos de las clases bajas y medias de la sociedad, en beneficio de los grandes poderes económicos y de las clases capitalistas privilegiadas.

Con la misma terminología se encubre el saqueo de los recursos naturales, el asalto de los negocios privados contra los bienes públicos, y la destrucción de conocimientos, mano de obra e intraestructuras estatales que se requieren para el bienestar y desarrollo humano, material y ambiental de la Nación.

Sometimiento argentino y «nacionalismo» imperial

Desde que a mediados del siglo XX se consolidó la preeminencia de Estados Unidos como superpotencia mundial, jamás hubo en nuestro país un gobierno como el actual que humillara de forma tan alevosa a los intereses nacionales y al decoro y dignidad de la Patria, mediante el sometimiento al poderío estadounidense y de su aliado Israel.

El antecedente es la estrategia igualmente servil al imperio perpetrada en la década de los años ’90 por Carlos Menem. En una decisión atroz, atentatoria contra la paz mundial y la seguridad de Argentina, aquel presidente involucró a la Nación en las guerras de Medio Oriente cuando en 1991 decidió apoyar la ofensiva militar de EU contra la República de Irak. Repitió la misma posición en otras ocasiones durante su gestión (Información del diario La Nación, nota del 07/02/1998), aún cuando nuestro país ya había sufrido dos ataques del terrorismo internacional vinculados con los conflictos en aquella región: uno contra la embajada de Israel en Buenos Aires en 1992, y otro contra la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) en 1994.

Sin embargo Menem no llegó a los extremos de agresión discursiva con los cuales Milei ha justificado la masacre de Israel en Gaza. En marzo del año pasado, en medio del repudio internacional por la matanza de población civil palestina, el mandatario llegó a decir que «Israel no está cometiendo ni un solo exceso» en territorio gazatí, y que en cambio «todo lo que está haciendo» es realizado «dentro de las reglas del juego». (Así lo expresó en una entrevista para la cadena televisiva CNN en Español, en cuyo sitio web se puede recuperar el video de un minuto con tales declaraciones. Posteo del 26/03/24).

Hoy en Argentina son habituales los comentarios públicos que critican al mileísmo pero al mismo tiempo elogian al trumpismo, porque este último es «industrialista» y lleva a cabo políticas «proteccionistas» de las fuentes de trabajo y la producción en su país, y por lo tanto es «nacionalista». Mientras que la versión ultraderechista local sería todo lo contrario. Ambas afirmaciones son ciertas.

Pero el error conceptual de comparar al gobernante norteamericano con el argentino, y de remarcar diferencias profundas en el modelo económico, ignora que uno y otro dirigen naciones rotundamente distintas en cualquiera de los aspectos que se tengan en cuenta para analizarlas, y que los dos se complementan para defender idénticos intereses.

Trump preside el país que es sede y epicentro -al menos hasta ahora- del sistema de poder mundial más gigantesco de la historia de la humanidad, y por su parte Milei gobierna una Nación importante por factores tales como su ubicación estratégica, extensión territorial y riqueza en recursos naturales y humanos, pero sometida (precisamente) a los intereses del capitalismo trasnacional.

Uno es el jefe institucional de un país imperial, y el otro conduce un país de la periferia del mundo -no en términos geográficos sino por su escasa capacidad para influir en las grandes decisiones internacionales- justamente con el propósito de profundizar la subordinación nacional a ese imperio.

Cada cual cumple su función como parte de una misma estructuración de poderes a escala universal, ejemplificada hasta niveles alevosos por sus respectivas y coincidentes alianzas con los máximos oligarcas planetarios del tecno-capitalismo global -que algunos/as pensadores/as proponen denominar «tecno-feudalismo»-, como Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg.

(Cuando estaba por empezar el nuevo periodo trumpista, la revista Forbes actualizó la información sobre las fortunas apropiadas por los jerarcas tecnológicos, cuyos niveles de acumulación de capital no tienen ni el más remoto antecedente en ninguna época de la historia. Nota del 17/01/25).

Con Estados Unidos bajo el mando de Trump, la humanidad afronta una etapa de daños y riesgos aterradores. Y Argentina, con Milei en el gobierno, no solo carece de las defensas mínimas para intentar salvaguardar los derechos e intereses de su población, sino que es cómplice de los peligros que acechan al mundo y a la propia comunidad que habita -habitamos- el suelo patrio.

Por ahora, y aunque se pueden hacer infinitas conjeturas y prognosis, nadie sabe qué calamidades le deparará a nuestro país semejante contexto internacional y nacional. El régimen extremista local mantiene un apoyo social considerable, que será puesto a prueba en las elecciones legislativas de este año.

En las imponentes movilizaciones del sábado 1 de este mes, convocadas inicialmente por colectivos que representan a la diversidad sexual y realizadas en ciudades grandes, medianas e incluso chicas de todo el territorio nacional -no solo en Buenos Aires, como oculta y miente el porteñismo mediático-, se manifestó gran parte de la ciudadanía, huérfana de conducción política.

Traducir esa fuerza multitudinaria y heterogénea en un resultado electoral capaz de modificar la conformación de los poderes públicos y de alterar el clima político imperante, es un desafío colosal para aquellos sectores que se oponen al rumbo auto-destructivo por el cual transita hoy la sociedad argentina.

(*) Publicado anteriormente en www.vaconfirma.com.ar