Por Ramiro García Morete
“Ya nunca me verás cómo me vieras/ recostao en la vidriera y esperándote”. Su padre llegaba hasta ahí. Alejandro tenía seis años y cuando ponía en marcha su Dodge el señor Bértora –más aficionado al jazz o la bossa– cantaba sólo ese fragmento de «Sur». Pero lo hacía con una sonrisa, la misma que tiene al recordar Elale –como le dicen–. Hoy él es padre y aprendió que, como ese tango, algunas cosas llegan hasta un lugar pero también pueden seguir por otros. Como cuando hace década y media militaba los principios del hardcore desde bandas como What’s Up in Your Mind o Elyseé, y el tango, con esas orquestas numerosas, le parecía algo viejo y ampuloso. Fuera de su comprensión, dirá.
Pero, en las medianoches de la temprana juventud, su hermano escuchaba a Dolina. Y entonces sonaba Gardel, con esas guitarras ásperas como la verdad. Elale sintió que ello sí estaba a su alcance. Y fue más allá. Como cuando en Sr. Tomate o Shaman y Los Pilares de la Creación se multiplicó como instrumentista con la trompeta o el teclado. O como cuando eso no fue suficiente y necesitó formar Batalla en el Río Negro.
Allí no sólo desplegó canciones que combinan simpleza y heroicidad, sino que empezó a aceptar su voz. A nadie le gusta su voz. Pero Elale estudió tanto que da clase. Y en el asunto de encontrar su voz reencontró el tango. No como un recuerdo polvoriento o una foto ocre de un Dodge. Lo encontró delante. Porque es verdad que el tango espera, lo hace vivito y fumando en la esquina. Fue una curva de esas que te dejan mareao y qué te importa que se rían. En el fragor de una época difícil de su vida, Elale estaba entre la espada y la pared. Sintió que algo le faltaba y que no podía quedarse ahí. Como cuando escribía ese primer verso de tango y abandonaba. Elale vio que había otros que lo hacían sin apelar al farolito y ahí se hizo la luz.
“No sé estar dentro de mí, de mi propia humanidad/ necesito que me abraces y me digas sin soñar/ en las tardes de mis días se hace noche sin querer/ esperando por tu humilde farolito de papel”. Esos versos le sonaban tangueros y no tanto. Iban más allá. Y desde entonces ya nunca se vio como se veía.
Con composiciones propias, Alejandro «Elale» Bértora se presenta en vivo a la par de planes de grabaciones. Y tararea alegre melodías tristes mientras anda su nuevo camino, porque el tango es para él no un mueble viejo sino algo así como un auto en marcha sin chan-chán que lo frene.
“De alguna manera me sentí, no más afuera del rock, pero sí más adentro del tango. Como signo de identidad no sé si llamarlo de lo argentino, sino de lo que somos. Si bien el tango debe ser la construcción más representativa de Argentina para el que lo ve de afuera, la Argentina está dividida en muchas regiones culturalmente.” Más apasionado que pretencioso, Elale gusta de reflexionar sobre los géneros y lenguajes: “La otra vez leía a Abelardo Castillo, que estaba citando a Borges y decía que un escritor argentino es el que habla con la lengua de su pueblo, no que habla sobre las cosas de Argentina. No necesariamente hay que hablar sobre los gauchos, que también son una construcción alegórica. Pero sí de una manera de hablar. En el rock se ve. Hay referentes que son muy de acá”.
Eso lo atrajo tanto como la pura satisfacción musical: “A mí me causa un poco de gracia que se referencie el tango con una cosa triste. Yo siempre rescato que tengo la referencia de ser niño y ver un señor en la vereda esperando para cruzar. Está contento, y qué hace: silba un tango. Cuando está contento, no cuando está triste. También cantar siempre es una representación y nunca el sentimiento exacto. Necesitas sí o sí despegarte de una manera de eso que estás diciendo. Por eso yo no lo veo como algo triste en sí. Más bien veo que todo el arte es triste o necesita de una falta. Tiene que haber algo que resolver”.
El músico, que da clases personales de canto, expresa: “Por lo general a uno no le gusta su voz. El timbre. Cree que el resto tiene una voz fantástica y la propia es una porquería. Pero de alguna manera uno tiene que entre aceptar y olvidar. Y hacerse cargo. Yo no puedo evitar ser un poco tanguero en Batalla en el Río Negro. La otra vez tocamos en Capital y me dijeron: está bueno, entre punk y tango. Y yo no lo había notado. De hecho, uno de mis referentes siempre fue Chary de Loquero, banda de Mar del Plata, que tiene esa cosa tanguera. No es una banda punk. Hay un barrio, una melancolía que sobrevuela. Yo lo puedo ver incluso en Poli o Shaman. No son tan excesivamente locales, pero sí puedo ver esa impronta de cantor más que de cantante”.
Acho Estol o Tape Rubín lo inspiraron a buscar un modo contemporáneo de escribir y un tono diferente a sus propias canciones de rock: “No sé si lo veo tan distinto. Porque cuando escribo trato de no agarrarme del compadrito y el farol. No hablo de esas cosas. Trato de no basarme en el lunfardo tradicional ni tratar de forzar un nuevo lunfardo… metiendo el Instagram (risas). Primero te tenés que convencer de que podés escribir un tango. Escribís una estrofa y te quedás ahí. Y luego empezás a pensar con la rítmica (tararea). Octosílabos o alejandrinos de diez sílabas. Ya empieza a sonar en la cabeza. Entonces las ideas aparecen de ese modo”.
Elale no es ajeno a la resignificación del tango a través de la lucha feminista, y apoya. Pero reflexiona: “La sociedad es machista. Y en la época en la cual el tango tuvo su máximo esplendor fue machista. Pero no sé si más que ahora. No sé si había más femicidios. Era la norma social. Hoy por suerte se está discutiendo. Alfredo Rubin dice que le rompe las pelotas el macho tanguero, que no se lo cree nadie. Hoy hay una orquesta de todas mujeres: La Empoderada. Una cosa impensada hasta no hace mucho tiempo. Antes el único lugar que podían tener era cantando”. Y remata: “No es ‘Mano a mano’ que más me guste. Yo no sé si se puede encontrar en una letra de Manzi un tono machista. Hay mucho que no lo es. Pero, bueno, siempre se identifica con lo otro. Con Edmundo Rivero y las 34 puñaladas. Las primeras bandas que toqué hacían hardcore y punk… o sea que vengo de precisamente lo contrario”.
“Es importante que abordemos al tango las nuevas generaciones. Primero, que lo desacralicemos. No hace falta ser licenciado en composición para hacer un tango. De hecho, Discépolo no lo era y componía con tres acordes de guitarra, no tenía mucha idea, pero sí tenía dentro la magia de construir una canción. No hay que tenerle miedo.”
Mientras prepara unas grabaciones con registro audiovisual junto al pianista Julián Rossini y el guitarrista Emanuel Chabión, proyecta un EP para antes de fin de año. Y este fin de semana despunta los dos vicios. El viernes a las 22 hs se presenta en Madrid (15 y 63) junto a Azotesis Tango. El sábado a las 23 hs toca con Batalla en el Río Negro junto a Tick Toper en El Vivero (dirección por inbox). Y el domingo nuevamente solo junto a Tanque y Los Incendios en C.C. El Conventillo (24 e/ 66 y 67).