Por Ramiro García Morete
«Creo tener mi propia voz / Las olas dormidas en las aguas / Llevo clavado recuerdos / A mi propia sien / Escribo palabras en arenas que el mar se llevará». Tendría doce años y debía resolver un problema de Física o algo así para la industrial ENET N° 1 de Berisso, por supuesto. Más precisamente del barrio Juan B. Justo, dirá quién hoy vive a una cuadra de un canal, trabaja en la refinería de YPF y con semejante arraigo a esa patria chica se define como «un sábalo o un pedazo de junco». Lo cierto es que las hojas cuadriculadas del cuaderno con anillos espiralados invocaron sin embargo palabras que surgieron desde algún lugar misterioso. Durante muchos años conservaría esa hoja, como si fuera una llave preciada. Si bien los domingos a la mañana lo despertaba el repertorio folclórico que iba de Mercedes Sosas a Atahualpa mientras su padre preparaba el asado, no había muchos libros a la vista. Sí una guitarra, ya que su progenitor era músico (con experiencias varias en Cosquín) y le pondría la guitarra en las manos ya de adolescente, tras haber descubierto Manal, Pescado y Almendra. Pero antes estarían las palabras. No como vocablos sino como visiones. Igual que hoy, cuando el papel le sugiere tonos menores y en lo que considera «un acto mágico» llega a las canciones. Esas palabras –»que tienen cincuenta mil pieles hasta llegar a decir lo que quieren decir»– lo sumergirían en la poesía maldita Rimbaud, Artaud, Badelaire o Poe. Luego llegarían las clases de guitarra con Marcelo Aldana o esa revelación que fue Violator de Depeche Mode. Siempre convocado por la oscuridad como una fuente de belleza, no dudaría en continuar su camino solitario en el 2016 cuando Juguete Rabioso llegaba al epílogo. Entre la pulsión cancionera y la electricidad que esa oscuridad requiere, entre sangre y ojos de Lucifer, cuervos ocultos y ardientes cuchillos del deseo y demás imágenes crípticas, fue constituyendo un repertorio que en La Simple Sinfonía de Overuc (2018) partió de un tono más acústico hasta una trilogía de densidad ascendente que comienza con el flamante La pluma ensangrentada. Sin prestar demasiada atención a las modas o los mandatos, Fernando Menvielle sigue fiel a «lo que dicta el alma» y a las visiones que se proyecta en Almamosca.
«El disco comenzó a principios de este año, cuando en enero arranqué con las maquetas – dice el músico respecto a este álbum pensado como una tilogía de EP–. Son trece canciones que las tenía maceradas con la formación que tocamos ahora: un dúo con guitarra eléctrica y electro acústica (junto a Nico Avellaneda). Fuimos invitando músicos y se fue armando la banda del disco». En cierto modo, más allá del sonido «de banda» del disco esos dos instrumentos parecen definir su música: «Se puede tocar con banda y contundente y potencia. También se puede tocar con acústicas, violines, cellos. La verdad encaja muy bien. Soy extremista… me gusta la música bien podrida y también demasiado un chabón solo con la acústica y diciendo su poesía».
Precisamente la poesía parece ser esencial para su concepción creativa: «Desde chico que escribo poesía y amo la literatura. Se daba con naturalidad…me venían letras. Con el correr del tiempo fui leyendo, un poco autodidacta». Y cuenta que «esas primeras líneas ya tenían el tinte medio oscurito, Es como una naturaleza, creo que se nace con un sello de lo que puede irradiar. Yo ya sabía cómo iba a escribir. A la naturaleza nadie le dice lo que tiene que hacer». Menvielle tiene concibe casi como algo místico el proceso de composición: «Casi todas las canciones mías son poesía. Está la hoja y yo con la guitarra en la mano. Mágicamente se van a acordes menores. Y ahí voy a componiendo al melodía. Agregando o tachando, el poema entra en la canción. Es bastante mágico». Pero deja en claro que todo ello ocurre dentro de la cotidianeidad más reconocible: «Ojalá pudiera beber absenta y prender una vela sobre una calavera. Pero es más bien algo bastante natural que puede darse en situaciones insólitas. En cualquier lugar cae la poesía. He escrito cosas en servilletas, en el laburo, en el micro, caminado. Es como algo que hasta que no termina tenés que seguir escribiendo. Si no te duele la cabeza».
También aclara que todas esas palabras son un imaginario para hablar de emociones más terrenales: «Todo lo que escribo es algo que me ha ocurrido o sentido en algún momento. Pero lo que tiene es que está escondido en las metáforas. Una palabra tiene 50 mil pieles hasta que está ahí lo que quiere decir. Está el tema del dolor o de no llegar a fin de mes. Pero escrito de otra forma. No tan directo, porque que a mí no me sale. Me resulta difícil escribir algo como ‘Salí a la calle, llegué a la esquina, etcétera'». Y explica: «Me gusta la estética esa. La belleza en las palabras y las imágenes que arrojan esas palabras. La belleza del dark. Encontrar belleza en una gota de sangre, en una calavera con una rosa. En la niebla, en las cosas que parecen aterradoras. No son cosas feas ni negativas, sino encontrar algo de belleza, lo que irradian y lo que siento que quiero describir».
En plan reducido compartirá fecha el 28 de septiembre con Los Apóstoles y Fernando Rickard en Pura Vida. Y presentarlo este EP más adelante, una vez que haya ensayado con los músicos que grabaron en el disco: Ramiro Marchan (guitarra eléctrica), Luca Hulman (batería), Juan Melo (bajo), Nicolás Avellaneda (guitarra eléctrica) y Julián Alfaro (guitarra eléctrica).
Sobre el final Menvielle reafirma su convicción: «Uno siempre tiene que seguir los instintos de su alma. Si dicen que tienes que escribir música y poesía, hacerlo. Yo creo mucho en eso, en lo que te dicta el alma. Si vas a guitarte por lo que dice el mundo o lo social….o sea, ir a laburar, sí o sí… pero después tener que darle bola al alma. Y respecto al rock o este estilo de música, vos tenés que hacer lo que te sale. Porque en realidad siempre hubo gente iba para otro lado. Pero siempre hay gente que te escucha, que le interesa lo que hacés. Siempre hay un loco, que puede salvar lo que escribiste. Siempre tenés que pensar eso».