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América Latina bajo fuego: Brasil

Por Stella Calloni

¿Es por “errores” que caen los gobiernos populares y progresistas? En realidad, el mayor error que se ha cometido es no haber advertido que la “nueva” derecha brutal a la que se enfrentan es hoy como nunca fue antes la más decadente pero organizada, dirigida y financiada por Washington. Gobiernos sin poder, como lo son y lo fueron, se enfrentan nada menos que al poder imperial, que los castiga no por sus errores sino por sus mejores aciertos. El error es no haber percibido al enemigo real en período de expansión global y descarnada. No iba a dejar Estados Unidos avanzar el mayor proyecto emancipatorio de estos tiempos, cuando su plan desde principios del siglo era la recolonización continental.

La imagen de los diputados “coloniales” del Congreso de Brasil, cuando en “nombre de Dios”, de la “democracia”, del “pueblo brasileño”, protagonizaban un violento “golpe suave” votando a favor del juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff, sin ninguna acusación válida, sin ninguna prueba, dio cuenta de la guerra contrainsurgente de este período histórico.

Rousseff, espiada día a día, como lo denunció en 2013 Edward Snowden, consultor de la Agencia Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, por órganos de inteligencia de ese país, estaba siendo golpeada, desacreditada tanto por la Red O Globo, poderoso dueño mediático de Brasil, como por la revista Veja, especialista en denuncias falsas, entre otras tantas. El espionaje  es un crimen contra la ley brasileña y la Constitución, que garantiza el derecho a la intimidad y privacidad, violadas cada día por los medios del poder hegemónico.

La imagen de los diputados “coloniales” del Congreso de Brasil votando a favor del juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff, sin ninguna acusación válida, sin ninguna prueba, dio cuenta de la guerra contrainsurgente de este período histórico.

La guerra psicológica, parte esencial de la contrainsurgencia en la Guerra de Baja Intensidad (GBI) que está aplicando el Imperio en el continente, derivó en terrorismo mediático de un nivel nunca visto, mientras los millones de dólares invertidos por Washington sirven para financiar a la oposición brasileña mediante una serie de Fundaciones y Organizaciones No Gubernamentales (ONG) dependientes de las Fundaciones “madres” de ese país. Una oposición en cuyas filas se agrupa uno de los poderes económicos más corruptos de América Latina.

Esa imagen del Congreso en la noche del 17 de abril será inolvidable para nuestros pueblos, para los millones de brasileños que por primera vez en la historia, bajo los gobiernos de Inácio Lula da Silva (2003-2011) y de Dilma Rousseff (2011, reelecta en 2014 y asumida en enero de 2015), lograron sacar a 50 millones de ciudadanos de la miseria y la indigencia.

Esa imagen desdoblada estaba en las calles. Por un lado, una evidente clase alta y media y los integrantes de muchas ONG pagadas por Washington. Y, por la otra, el pueblo, los intelectuales, los trabajadores, los Sin Tierra, los que no pudieron ser cooptados por la propaganda fascista (aquella que usó Joseph Goebbels, el «comunicador» de Adolf Hitler, en la Alemania nazi) y por eso denunciaron el golpe. Detrás de los primeros está la sombra de los militares, aquellos que mantuvieron una larga dictadura desde 1964 hasta 1985, después de derrocar, con apoyo de Estados Unidos también, al presidente João Goulart.

Era tan evidente la diferencia de clases, que es bueno registrarla entre las imágenes de esta ofensiva contrainsurgente, lo que demuestra que desde el inicio encuentra resistencia en todos nuestros países.

En Brasil estamos viendo un nuevo golpe –como los de Honduras en 2009 y Paraguay en 2012–, donde fiscales y jueces actuaron junto a parlamentarios, muchos de ellos de partidos de larga tradición y responsables de todas las formas de corrupción, para destituir a un presidente democráticamente elegido por el pueblo.

Pocos han hablado de las nuevas “Escuelas de las Américas”, en este caso para entrenar y cooptar a jueces y funcionarios judiciales, a parlamentarios o a jóvenes estudiantes y empresarios, como aquellos de la ex Europa del Este que participaron activamente de los golpes suaves o blandos, de las falsamente llamadas “revoluciones de colores”, cuyas acciones se planeaban en la sala de situaciones del Pentágono estadunidense.

Y, hay que decirlo, se financiaban por medio de las mismas famosas Fundaciones y sus crías las ONG, que en estos tiempos se extienden como redes de araña invasora por toda América Latina.

La Justicia nunca se democratizó en nuestra región. Y los  parlamentarios de la nueva derecha decadente y amoral –como lo estamos viendo en Argentina, o en Venezuela, o en Bolivia o Ecuador– fueron muchos de ellos “comprados”, como sucedió y se demostró en el golpe hondureño. Es claro que tardíamente.

Denunciada Dilma por diputados tan corruptos como Eduardo Cunha, como es de público conocimiento, y jueces abiertamente involucrados con la oposición, como Sergio Moro, sin pruebas de ningún delito cometido por la mandataria, esto es de una gravísima ilegalidad e inconstitucionalidad.

El mismo Moro ordenó espionaje telefónico contra la mandataria, violando leyes, y contra el ex presidente Lula, quien fue secuestrado en su casa el pasado 4 de marzo por órdenes del mismo magistrado para una declaración forzada, lo que fue y sigue siendo ilegal. Y, para añadir irregularidades, el juez Itagiba Preta Neto, públicamente opositor al gobierno como Moro, ordenó suspender el nombramiento de Lula como ministro de la Casa Civil que había decidido la presidenta. La imagen del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva caminando esposado entre policías, sólo para humillarlo y que esa foto recorriera el mundo, es parte de esta guerra contrainsurgente. El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, negó que hubiera una “acusación bien fundada” contra Dilma Rousseff, y se habló de irregularidades. ¿Qué hará ahora? Lo mismo hizo The New York Times en una reciente portada.

Almagro es el mismo que ampara a la oposición venezolana, mayoritaria en el Congreso, que intenta utilizar a este no para debatir y legislar como corresponde sino lisa y llanamente para intentar por todos los medios destituir al presidente Nicolás Maduro, como lo han declarado públicamente, aunque no cuentan con una Justicia “injusta” como quisieran.

Ese parlamento, como el de Brasil, está en grave falta y dinamita al propio Congreso como institución de la “democracia”, lo que es necesario evaluar por las consecuencias políticas hacia el futuro cercano.

Los canales de TV del monopolio de la desinformación en Brasil, como es la Red Globo, siguen jugando su juego golpista cada día, lo cual no es novedoso si miramos su pasado.

Los canales de TV del monopolio de la desinformación en Brasil, como es la Red Globo, siguen jugando su juego golpista cada día, lo cual no es novedoso si miramos su pasado.

En abril de 2014, un documento desclasificado y divulgado por la periodista Helen Sthephanowitz, de la cadena Rede Brasil Atual, puso en claro el papel cumplido por Roberto Marinho, titular del poderoso grupo O Globo durante la dictadura militar en ese país (1964-1985). Marinho además era el hombre al frente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

Se trataba de un documento de comunicación del embajador de Estados Unidos en Brasil, Lincoln Gordon, informando al Departamento de Estado sobre sus conversaciones con el poderoso empresario Marinho.

Sthephanowitz mencionó los detalles del documento sobre la discusión de ambos –el diplomático y el empresario– en relación con la sucesión del general Humberto Castelo Branco, “el primer presidente de facto de la larga dictadura”.

La fecha del documento era 14 de agosto de 1965, cuando Gordon envió a sus jefes un telegrama clasificado como «altamente confidencial» donde decía que Marinho estaba «trabajando en silencio para lograr la extensión o renovación del mandato que sus pares le habían otorgado a Castelo Branco».

Mencionaba también en esa misma tarea al jefe de la Casa Militar, general Ernesto Geisel –quien reemplazó a Castelo Branco en la sucesión dictatorial–,  al jefe del Servicio Nacional de Información, general Golbery do Couto e Silva, y al jefe de la Casa Civil, Luis Vianna.

«De acuerdo con Gordon, el general se resistía a la idea», destaca la periodista. Según el documento, el propietario de O Globo también sondeó a Gordon sobre la posibilidad de «traer» al entonces embajador en Washington, Juracy Magalhaes, para ocupar el Ministerio de Justicia.

«El objetivo era tener a Magalhaes cerca para endurecer al régimen, ya que el ministro Milton Campos era considerado demasiado débil, según el telegrama», señaló la periodista de Rede Brasil Atual. Agregó que Magalhaes, desde la cartera de Justicia, «reforzó la censura a los medios de comunicación y pidió a los dueños de los periódicos la cabeza de los periodistas”.

De manera que el papel golpista de O Globo es una continuidad de la tarea con Estados Unidos, que decidió regresar a su patio trasero mediante el nuevo esquema de “golpe suave” imitador de las llamadas “revoluciones de colores” en Europa y de las “primaveras árabes”. Estas dieron inicio a las guerras coloniales del siglo XXI y los genocidios, que continúan en la zona de Medio Oriente, el Norte de Africa, Siria y otros países.

El terrorismo mediático de los poderosos no dudaría en apoyar una invasión militar de Estados Unidos en nuestra región, ya sea “humanitaria o en defensa de la democracia”. Y todos sabemos lo que eso significa para “limpiar el territorio” a ocupar y asegurarse la muerte anticipada de toda resistencia y así consolidar su retorno colonial. Eso si los dejamos, pero ya están viendo que no será tan fácil lo que viene.