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Ampliando grietas del pasado

Por Ignacio Martino

¿Militares/guerrilleros? ¿Guerrilleros/militares? Caer en una dicotomía que iguale a ambas partes podría llevarnos a una visión cegada, a una equiparación de fuerzas difícilmente aplicable, que conduzca –indefectiblemente– a la peligrosa reavivación de la “teoría de los dos demonios”. Esta postura, originada a mediados de los setenta, pretende justificar la violencia sistemática propinada en la Argentina durante la última dictadura militar (1976-1983) desde un hipotético enfrentamiento mano a mano entre dos “bandas” o “demonios”: las organizaciones guerrilleras (fundamentalmente Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo) y las Fuerzas Armadas.

En este contexto, cabe indagar en el rol desempeñado por los medios, tanto en aquellos años como en la actualidad. Si nos remontamos a la década del setenta, el papel mediático era claro y directo: reproducir sistémicamente el discurso oficial, descartando las voces discordantes a través de la censura, la detención, la desaparición y/o el exilio forzado de periodistas, intelectuales, artistas y estudiantes. No obstante, este proceder se fue organizando lenta y minuciosamente, desde un aparato discursivo castrense y tajante, fundado en una supuesta “guerra ideológica” entre las fuerzas oficiales del Estado y los catalogados por ellas mismas como “subversivos”.

Si nos remontamos a la década del setenta, el papel mediático era claro y directo: reproducir sistémicamente el discurso oficial, descartando las voces discordantes a través de la censura, la detención, la desaparición y/o el exilio forzado de periodistas, intelectuales, artistas y estudiantes.

imagen para npta (1)Por eso, conviene preguntarse: ¿siempre que hablemos de posturas con ideologías divergentes debemos pensarlas en una igualdad de condiciones y realidades? No se trata aquí de reproducir una teoría que en este caso destaque “ángeles y demonios”, sino de evitar comparaciones que conlleven a la banalización de un hiriente período que, cuatro décadas más tarde, aún no logra cicatrizar íntegramente.

Desde nuestro rol como comunicadores, y en pleno apogeo de una democracia que tanto costó alcanzar, ¿tiene sentido hablar de “guerra sucia”? ¿No reivindicamos así el binomio “terrorismo/guerrilla” tan socioculturalmente naturalizado durante los años setenta? ¿Acaso parangonar el genocidio llevado a cabo por la última dictadura con las guerrillas es la excusa perfecta para justificar el “establecimiento del orden nacional” argumentado por el terrorismo de Estado en 1976? ¿Se buscó, desde este entramado discursivo del cual los medios fueron (y aún muchos son) reproductores insaciables, pretender otorgarle razonabilidad a una época desprovista de juicio y humanidad?

El hecho de aceptar la “teoría de los dos demonios” podría llevarnos a autoimponernos la idea de que es necesario vivir regidos por un poder dominante, más que hegemónico.

El hecho de aceptar la “teoría de los dos demonios” podría llevarnos a autoimponernos la idea de que es necesario vivir regidos por un poder dominante, más que hegemónico. ¿El enunciado “guerra sucia” se apoyará en el pensamiento de que el golpe de Estado de 1976 fue la única manera de “controlar” a los movimientos guerrilleros? ¿Se buscará con esto socializar la culpa, creando un imaginario en que la totalidad de la sociedad argentina aparezca como responsable del golpe perpetrado en 1976, consensuando tácitamente la implantación de la dictadura?

Se reitera: no es la intención de este artículo cuestionar el terrorismo de Estado justificando la violencia de los movimientos guerrilleros. De ninguna manera. Lo interesante sería poder deconstruir ciertos discursos que, tras cuarenta años, aún circulan con un alto nivel de aprobación y una escasa capacidad reflexiva.