Por Ramiro García Morete
«Escuchate, escuchando todo. Recordame no dejes de luchar. Lo que sueñas valdrá de algo». Era enero y la nieve cubría Berlín. El estudio en el que trabajaba había quedado a su disposición. En el centro de la ciudad alemana –contará– se ubican las viviendas «tipo monoblock» y en las afueras grandes edificios con estudios y salas de ensayo. «No existe ensayar en tu garage», graficará quien durante su adolescencia tocaba punk rock desde la batería de alguna casa de Bariloche.
Era enero y la pandemia –constatará– «indefectiblemente cambio el nivel de boludeo, de joda. Y la vida se volvió más introspectiva». Unos años atrás había emigrado «cuando Macri no se había ido aún» y confiesa que hasta llegó a sentir algo de culpa. Es curioso un mundo donde el goce pude generar eso. O quizá responda sencillamente a una persona cuya sensibilidad no se acota a su talento artístico sino a las distintas problemáticas sociales. «¡Que lindo museo! ¿Cuántas bombas lo pagaron?», escribiría luego.
Lo cierto es que aquel clima había cambiado sus hábitos y a la par de sus labores de producción, la mitad de esa maravilla extraña llamada Nunca Fui a Un Parque de Diversiones se volcaría intensamente a la lectura. Desde Leonor Silvestri a Camila Sosa Villada, pasando por Foucault o Paul Preciado. Y Ioshua, con su irreverente poética gay y conurbana. Todo aquello haría algún efecto en su espíritu siempre inquieto y la escena sería propicia para darle sonido a esos pensamientos y sentimientos. Es que en ese estudio de tercer piso estaban las armas imprescindibles para liberar su propia guerrilla: una batería, un bajo, una guitarra. Todas esas «cosas más relacionadas al rock».
Tras haber edificado uno reconocido perfil desde la producción y la interpretación asociado a un «pop experimental», retomaría aquel universo que huele a espíritu adolescente pero que por oposición este mundo lo vuelve más vigente. Siendo o sintiéndose otra persona, revisitaría aquellos elementos pero les añadiría obviamente su impronta. Inicialmente, probando la grabación de baterías. Pero luego, por una necesidad urgente. Poderosas letras como «Cuidate» o «Litio Democracia Policía Nazional» exigirían ser montadas y ejecutadas de manera eficiente pero no efectista. Conciliando el sonido orgánico con notable manejo de producción, así como un sutil sentido armónico y melódico sobre tempos furiosamente acelerados, asimilaría el punk y el hardcore sin convertirlo en un ejercicio de género. Al igual que un repertorio cargado de ideología y enojo, ajeno a cierta corrección política que todxs simulamos y de la que se liberaría sin rodeos.
Ecocidio, homofobia, transfobia, persecución a los pueblo originarios, falsa democracia, el individualismo y otros ítems acabarían siendo blancos de una pluma incendiaria pero certera. Y con la capacidad de no volverse panfletaria, compensando a través del audio y sumando algunas canciones más «interpersonales» para redondear una obra que definió como un «vómito de rabia». Pero que como su voz –dulce en su fiereza– parece un flor salvaje. «Una flor se cayo al vacío. Es mi corazón que no para de llorar», canta en «Soledad». Un sistema diseñado para transferirnos su propio fracaso nos hace pensar que luchar por justicia, bregar por amor y no responder a ciertas expectativas de éxito es un salto al vacío. Fracaso es la respuesta de Antuantu, quien sabe que de caer esa pequeña flor hará un gran estruendo al estrellarse. Y valdrá de algo cuando quienes aún escuchan todo, la escuchen. Esa es la sutil diferencia entre perder y estar perdidxs.
«No son ideas mías pero sí una resignificación de ideas de años y décadas –introduce Antuantu–. La idea del fracaso en relación a lo este mundo que espera de nosotres. Un fracaso que en mi caso es como hombre, como profesional, como heterosexual y como progenitora. Esa idea de que el éxito es igual a felicidad y que hay que cumplir ciertas metas, sin darnos cuenta de que esas metas son las que llevaron el mundo a la destrucción. La carrera hacia la nada». Y agrega: «En este caso también está apuntado a la sexualidad o a lo artístico como. La música es uno de los ámbitos donde más se habla del éxito y del fracaso. Frustra a mucha gente… Me ha pasado, pero por suerte no escaló. Somos artistas en mi familia donde el éxito no se mida en cuestiones masivas y sí a nivel realización personal, poder hacer lo que nos gusta».
Respecto a la estética punk «se dio naturalmente. No es algo que yo preconcebí. Siempre nace como un impulso primitivo. Yo vengo haciendo temas más avant garde,más pop, con una sonoridad nueva. Y ya sabes como pienso esa parte de la música, desde lo artístico y la lírica. Pero en el medio me aburro». En el estudio y con todo a mano, «empecé a hacer maquetas muy crudas, practicando grabar baterías. Cada vez había más temas y dije: vamos a hacer un disco. Le puse un marco y dije vamos a hablar de ciertas cosas una decisión conceptual». Eso no solo acaeció a la obra en sí, sino a la forma de distribución donde Antuantu invita a contactarlo por redes y aportar una cifra a criterio que es destinada a causas como la resistencia de la Lof Quemquemtrew en Puel Mapu o para ayudar a trans y travestis de La Plata. «Esto no puede ser, dije: regalarlo, que se escuche una vez y que quede ahí. Me dio mucha paja y al mismo tiempo me parecía muy hipócrita hablar de un montón de cosas que y no poder generar algo más. Entonces se me ocurrió esa idea y salió muy bien. Porque también genera esa vieja situación de cuando comprabas el disco. Elegías el momento, lo escuchabas».
A la hora de ordenar los 16 tracks pensó en «un balance entre los más explícitos a nivel político, social y ecológica o identitaria… y los que tiene que ver con al relaciones interpersonales, que no dejan de ser parte del mundo. Me gusta respetar los procesos y mostrarlos como son. Hay temas que surgieron en el medio y que tienen que ver con esos sentimiento de época».
«Si te fijás –aclara– la sonoridad es punk pero hay sintes sutiles o usos de delays… también varios temas donde la armonía trasciende más a lo usual del género. ¡Es como un spinetta punk! Todo eso le da un balance más a nivel: este disco lo hizo Antu. No quería que quedara un disco punk con los gestos, porque no soy solo eso». Y eso se traduce a una calidez sonora que sin embargo respondió a procesos híbridos, ya que las guitarra fueron grabadas con preamplicador y las baterías –si bien en vivo– tuvieron algunas ediciones. Saturadores digitales, fierros de primera calidad y todo su ingenio de productora le atribuyen un audio poderoso y legible.
«Deliciosas mentiras que decimos para adornar el pasaje destruido» canta Antuantu y asume que la violencia y la bronca generada por la opresión e injusticia pueden ser fructíferas bien canalizadas. «Creo que el mundo se volvió muy tibio en el sentido de decir esas no son las formas. Incluso dentro de espacios revolucionarios, el discurso se ha vuelto no violento. O es una cosa es otra y no ver la complejidad de lo que pasa en el medio. La gente que no tiene ganas de identificarse ni con un bando ni con el otro. La verdad que con el tiempo me ha generado un montón de bronca o de resentimiento. Quizá también fue mi forma de replantearme mi parte. Porque me cuesta hacer canciones donde yo tengo la razón. Mis canciones generalmente me ponen como parte del problema. Y eso me generó conflicto porque me cuesta tener cierta soberanía sobre mi pensamiento. Y con este disco intenté jugármela: yo pienso esto y pienso que esto es como un sendero por el cual podemos cambiar algo. Aunque la contradicción de vivir es tan grande me sigo sintiendo parte del problema. La violencia tiene que ver con eso. Sentirse parte del problema y no saber como salir. Estamos hasta la manos».
(Para obtener el disco, comunicarse con las redes de Antuantu)