Por José Cornejo*
Cuarenta años después del regreso de la democracia, el campo popular sigue sin resolver (o resuelve muy problemáticamente) las discusiones que se dan en el territorio de lo mediático.
El acceso al Estado se hace a través de las elecciones. Los medios hegemónicos influyen poderosamente en la decisión del electorado. Pero no responden a este, sino a intereses económicos concentrados, muchas veces fuera de Argentina. ¿Cuál es la capacidad del campo popular para construir una comunicación propia?
Subjetividad y realidad material
Un concepto clave para recorrer este análisis es que la cultura popular no es autónoma. Deriva de la ideología y, sobre todo, la propuesta cultural de los sectores dominantes. Estas son las élites de distintos campos de la vida cotidiana (política, económica, social, cultural y hasta deportiva). Siguiendo a Antonio Gramsci, esta fracción dominante busca convencer de que sus intereses son los de toda la sociedad. Pero esta imposición es opaca, los sectores subalternos reinterpretan la propuesta, con diferentes niveles de tensión.
Es la contradicción existente entre ese sentido común (la subjetividad dominante) y la realidad material (objetividad). En la campaña electoral de 2019, el Frente de Todos sintetizó está oposición con la consigna «hacele caso a la heladera y no al televisor». Existen sectores subalternos más afines a la subjetividad patronal (aspiracionales) y sectores subalternos más distantes (críticos).
Medios hegemónicos y medios populares
Estos dos ejes, la subjetividad dominante y la realidad material (objetividad), sirven para definir en qué campo se encuentran los medios. Aquellos cuyo objetivo sea la promoción de la ideología dominante son los medios hegemónicos. No hay mejor ejemplo en Argentina que La Nación +. Por supuesto, suelen tener un alcance muy vasto debido a los recursos materiales con los que cuentan, la experiencia derivada de un proceso sustentable en el tiempo y el acompañamiento simbólico de las clases dominantes (información, fuentes, prestigio).
Por el contrario, los medios populares son aquellos cuyas agendas buscan asociarse a la realidad material, que en los regímenes capitalistas tiene mucho que ver con el salario. Entonces: los intereses de los asalariados y asalariadas y sus condiciones de vida. Al contrario que los medios hegemónicos, carecen de recursos, por ello mismo suelen discontinuar sus procesos productivos, requieren constantemente del esfuerzo voluntario de sus integrantes y las élites suelen ignorarlos incluso en la provisión de información o fuentes. Las experiencias de comunicación popular exitosas, o al menos sustentables en el tiempo, han comprendido que deben asociarse a espacios políticos más sólidos. En general, a algunas de las terminales del peronismo. Y con mucha dificultad, el peronismo (entendido como fuerza electoral) empezó a entender que necesita actores que lo representen en el campo de lo comunicacional.
Esta clivaje hegemónico/popular no es tajante. Como señalé al principio, la cultura popular es cultura dominante resignificada. En el aspecto mediático, la agenda popular está obligada a retomar la agenda dominante. No es una cuestión de voluntarismo o alternatividad. Un medio popular debe interpelar la agenda que consumen los sectores populares, de lo contrario, está el riesgo de quedar en la marginalidad, la indiferencia del actor que busca representar. ¿Negar la cobertura del entonces candidato Javier Milei hubiera reducido sus chances electorales? ¿O era mejor entrevistarlo e interpelarlo según una agenda popular?
Existen coyunturas donde los medios populares pueden imponer su agenda a partir de un silenciamiento de los medios patronales. Así fue cuando, en 2002, los medios populares, periodistas consecuentes y sobre todo el fotógrafo Pepe Mateos hicieron públicas las fotos de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Pero nunca lo contrario: el silenciamiento coordinado de los medios populares (si acaso esto es posible) no evitará que una temática que los medios hegemónicos quieran difundir tome estado público. Otro ejemplo, el intento de ocultar el hundimiento del submarino ARA San Juan, con 44 víctimas fatales. Allí los medios y periodistas populares tuvieron un rol central.
A veces los medios populares logran problematizar la agenda hegemónica con éxito; otras se vuelven incomprensibles debido a las contradicciones mal explicadas; otras, reproducen esa agenda o, peor, la agudizan. Un ejemplo típico son los medios populares que romantizan la pobreza o incluso la ayuda social.
Insisto: los medios dominantes condicionan, imponen marcos, pero no determinan la ideología del campo popular. En esa zona gris es donde despliegan su aporte los medios populares. En términos clausewitzianos: el territorio comunicacional (el lectorado) está ocupado por los medios patronales. Ellos tienen la iniciativa (agenda) y nosotros estamos en una posición defensiva. Ceder territorio comunicacional (silencio) solo permitirá que ellos lo ocupen y ganen aún más legitimidad social.
Medios populares: ¿qué podemos hacer?
Este rol intersticial de los medios populares no solo aporta matices a la agenda. La influencia de los medios hegemónicos opera sobre la soledad del oyente/lector/televidente. El debilitamiento de los lazos sociales es clave. Si la unión hace la fuerza, la soledad hace la debilidad. El campo popular necesita reunirse, encontrarse, discutir, ver que sus dolencias son colectivas y sistémicas. Todavía no se ha estudiado el efecto de la pandemia en este aspecto.
Los medios populares, por sus propias necesidades materiales y voluntarismo, necesitan constantemente asociarse. Tejen vínculos con los entrevistados y lectores, uno a uno, cuerpo a cuerpo. ¿Son el canal secreto de esa «cultura del aguante»? Posiblemente sí, pero en un sentido contrario al que propone el licenciado en Letras Pablo Alabarces. El «aguante» es esa filosofía popular argentina en que se defienden los valores populares contra todo sentido común dominante. Es un tema para profundizar que excede este artículo. Lo que sí sabemos es que los medios populares acompañan (hacen sentir menos solo), dan argumentos, difunden al resistente.
Los medios populares existen en un lugar incómodo, un punto de tensión. Por un lado, la agenda del enemigo de clase, por el otro, la testimonialidad (y la pobreza). En el medio, las chances de investir de línea al campo popular. El ejemplo más hermoso de la última campaña fue la Fábrica de Jingles, del canal de YouTube Gelatina. Con talento artesanal, picardía criolla pero sobre todo mucho trabajo colectivo, se creó mística para una campaña electoral que pasó de anodina a épica. Ahí está la punta del ovillo del camino que debe seguir la comunicación popular.
*Director de la Agencia Paco Urondo.