Por Ramiro García Morete
“Pasarán más de mil años, muchos más/ Yo no sé si tenga amor la eternidad/ Pero allá, tal como aquí/ En la boca llevarás/ Sabor a mí”. En el centro del patio, el árbol custodia la noche como silencioso anfitrión de una casa que no es la misma. Año y medio atrás, más o menos, Nicolás y Josho -así llaman en La Rioja a los José- arribaron a un lugar muy distinto. Esa arcada, aquella barra y otros rasgos no existían. Oriundo de La Carpintería Musical, Nicolás tenía en mente algo más que un hogar. “El punto final del camino es que sea una escuela de artes y oficios abierta a la comunidad”, dirá el bajista sobre este espacio colectivo que hoy cobija clases y talleres de música, a la par de movidas nocturnas y de teatro. El nombre provendría, obviamente, de ese fruto cuyo particular sabor se expandió por todo el continente. Tal como lo hizo ese entrañable género al que se aproximaría muchos años antes tocando el contrabajo en el Septeto Monteadentro.
Fue un verano como este en el que se les ocurrió, un poco por diversión y otro por trabajo, tocar boleros. Aquel triste 8 de febrero de 2012 (día en el que Luis Alberto se marchó) estrenarían El Club del Bolero. Con la pericia de músicos de formación pero el desparpajo para eludir la sacralización del romance, el ciclo convocaría muchos adeptos en Ciudad Vieja. Muchos y variados, en edad y género (variades, entonces) como los que colman este patio para ver a la orquesta estable que reflotó aquella idea. Pero el micrófono está abierto. Porque todes cantan y conocen estas melodías indelebles tanto como sus versos de elegancia invencible. Con su cadencia percusiva, sus armonías refinadas y sus delicadas melodías, el bolero subsiste en tiempos de beat y cortejos por chat con emojis.
Casi como el amor -ese fruto delicioso que se vuelve amargo si se descuida la raíz- preserva y continúa una tradición: la inevitable humanidad. O como escribió Matías Mormandi -cuyo nombre se filtra en un repertorio que va de Chico Novarro a Ibrahim Ferrer- “vos querés liberarte del mal que el amor te da/ no quiero ser tan libre/ quiero seguir en la humanidad”.
Pasarán los años y el amor seguirá siendo todo un asunto que el bolero cantará como pocos. Y mientras tanto, en la desierta La Plata de enero, Casa Palta -ubicada en 119 N°384- ofrece cada sábado Boleros a La Palta con el sabor intacto de las canciones sin tiempo.
Casa Palta es una casa habitada y activada por músicos que ya había realizado un ciclo similar el verano anterior. “El año pasado se hizo a los tumbos -cuenta Marini-. La casa se está formando. Este año tenemos una mayor infraestructura y más experiencia”. El músico remarca que la idea es “compartir y no simplemente ver un espectáculo. Y no es necesario el conocimiento musical para subir”.
El sábado pasado la apertura estuvo a cargo de la brillante Carmen Sánchez Viamonte y luego la banda alternó interpretaciones propias con participaciones de personas que vía Instagram se anotaron con el nombre del bolero y la tonalidad.
La banda está integrada por Martin Arana (teclas y voz), Hernán Ruíz Díaz (guitarra y voz), Nicolas Marini (bajo y voz), Gerónimo Acuña (electrica y voz), Franco Acuña (percu y voz) y Santiago Oñate (batería y voz). Con un humor distendido, pero visible jerarquía musical, repasa un repertorio inmejorable para comer y beber a la luz de las estrellas.
“Me gusta mucho cantar -cuenta Marini-. Y el bolero te da una posibilidad de cantar como no cantás nunca. Ponerte en una especie de personaje romanticón. Y también que es un género que está bastante occidentalizado. Hay mucha armonía europea, de lenguaje músical. Es divertido para tocar, esos acordes, unirlos… es más parecido a estudiar jazz”. Músico de Umbra (“en el rock la búsqueda es más tímbrica y de dinámica que armónica”) ve el bolero como un género “que tiene una llegada en un lugar social que es divertida, que puede mezclar mucho quien va a ver y trocar. Estamos todos en la misma, todos conocemos, nos sabemos las letras”.
La diversidad de público “es lo que más me copa. Y desde ese lugar me gusta también que vayamos encontrando esos personajes en esa noche. Que sea una especie de experiencia. Lo veo como algo más performático que musical”.
Con el amor romántico necesariamente interpelado por la contemporaneidad, Marini reflexiona sobre algunas letras de bolero claramente machistas. “Lo que hago es no cantarlos. Si se anota alguien lo hacemos de la mejor manera. Más desde una situación permitida. Como en el folklore o tango, hay situaciones de la poesía de ese momento que es altamente machista. Siempre son boleros escritos por hombres y para mujeres desde un lugar que no es de horizontalidad. Cada vez que puedo, metemos material que habla de otra manera, es más actual”. Con producción de Mutasomos y con grilla de febrero aún por confirmar, este sábado abrirá Leticia Carelli, el 18 Labearru y el 25 Vitali-Scianzo Duo.