«Hubo una comunicación telefónica de un alto jefe del ejército brasileño con uno del argentino en la cual el brasileño le informó que habían tomado la decisión de soslayar al presidente Bolsonaro en todas las decisiones importantes», sostuvo el periodista Horacio Verbitsky en declaraciones a El Destape Radio.
El periodista señaló que en la conversación entre los dos altos jefes militares se aclaró que esta decisión «no equivalía a la deposición del presidente, pero sí a su reducción a una figura del tipo de un monarca constitucional sin poder efectivo».
La información aportada por Verbitsky se da en el marco de los rumores que señalaban que el general Walter Souza Braga Netto, jefe de la Casa Civil, habría sido designado por el mando militar para tomar de hecho el poder político del gobierno de Brasil.
Pocos días atrás, en declaraciones a Contexto, Celso Amorim, quien fue ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Lula da Silva y ministro de Defensa del gobierno de Dilma Rousseff, señaló: «Brasil parece acorralado entre la actitud insana de Bolsonaro y los militares que exaltan el golpe».
Amorim remarcó que el 31 de marzo, día en que se cumplió un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1964, «por primera vez hubo un comunicado conjunto del ministro de Defensa y de los tres jefes militares, de los comandantes de las diferentes fuerzas, afirmando que el golpe militar fue un marco importante en la democracia brasileña».
«Muchos miembros de las Fuerzas Armadas han buscado marcar una distancia en relación con Bolsonaro, en especial en el tema de la pandemia. Dado que los generales tienen que cuidar a los soldados que están en los cuarteles, y que también es cierto que las Fuerzas Armadas tienen una cultura de ayudar a la población en situaciones de emergencia, buscaron alejarse de Bolsonaro sin criticarlo explícitamente, pero sí implícitamente. Incluso ignoraron las orientaciones de Bolsonaro y siguieron las del Ministerio de Salud y de la Organización Mundial de la Salud», sostuvo el exministro brasileño.
Durante la última semana, varios jefes militares reivindicaron el golpe de Estado de 1964, lo que, en el marco de las crecientes críticas al manejo que Bolsonaro tuvo de la pandemia, se leyó como un mensaje de que podrían volver a tomar el control político del país.
Según consignó el periodista Darío Pignotti en un artículo publicado en el matutito Página/12 días atrás, «el diario Valor Económico, portavoz de las elites financieras y empresariales, publicó un artículo de la bien informada y respetada periodista Maria Cristina Fernándes sobre el malestar creciente con el excapitán-presidente. El título de la nota es directo, ‘La carta de renuncia’ y se basa en una constatación observada en los últimos días cuando el rechazo al ocupante del Planalto subió hasta los balcones de predios ubicados en barrios elegantes como Higienópolis en San Pablo o Leblon, en Rio de Janeiro desde donde bajaron cacerolazos iracundos».
«Es un dato nuevo, alimentado por el comportamiento alocado del presidente ante el coronavirus. Esta indignación su suma al clima de resistencia al tirano que ya campeaba desde hace tiempo entre trabajadores sindicalizados, estudiantes universitarios, la militancia de los partidos democráticos y populares junto a los movimientos feminista y LGBT. No se puede decir que el descontento de derecha va a confluir inexorablemente con el de izquierda, pero sí que el ‘ya basta’ ha ganado un volumen considerable. Maria Cristina Fernándes informa que la decepción habría llegado hasta ciertos sectores del generalato, un grupo de poder fortalecido gracias al deterioro democrático, dotado de un poder de veto relevante», señala Pignotti.
Casi al mismo tiempo, Marco Aurélio Mello, el juez del Supremo Tribunal Federal (STF), pidió a la Fiscal General suspender al mandatario por 180 días, por haber tomado medidas que pusieron en riesgo la salud de los brasileños frente a la pandemia.
Los militares han tomado cada vez más control del gobierno y la conducción del Ejército toma cada vez más distancia y aísla a Bolsonaro –y a sus hijos, sobre los que hay grandes críticas–. La Vicepresidencia de la nación y ocho Carteras se encuentran en control de los militares, entre ellas, el Ministerio de la Casa Civil, el Ministerio de Secretaría General y el de Seguridad Institucional.
Tras aparecer los rumores de condicionamientos por parte del Ejército, para buscar sostenerse en el poder Bolsonaro se reunió con el general retirado Eduardo Villas Boas –de gran influencia en una parte de la Fuerzas Armadas–, quien declaró públicamente que «nadie tutela al presidente» brasileño. Las declaraciones de Villas Boas solo confirman que se ha desatado una fuerte interna entre los militares y el mandatario.
Las críticas contra Bolsonaro aumentan. Los cacerolazos se incrementan en Rio de Janeiro, en Brasilia y en todo el país por la falta de acciones para combatir la pandemia. La pérdida de capital político es más que evidente. La interna con los jefes militares es cada vez más fuerte. La pelea con los medios que lo llevaron al poder, en especial la Rede Globo, es indisimulable.
Por el momento, el mandatario brasileño mantiene el apoyo de los sectores más fanatizados, los evangélicos, los líderes policiales, los soldados y los cargos más bajos de la milicia y una parte de la conducción militar.
La izquierda y el progresismo brasileño parecen ser meros espectadores del conflicto.
Si Bolsonaro terminará como un simple títere de los militares que lo ayudaron a llegar al poder o logrará imponer su conducción, solo el tiempo lo dirá. Tampoco está claro cuál es el actual rol del vicepresidente, el general Hamilton Mourão, a quienes muchos señalan como un cuadro político marcadamente superior a Bolsonaro.
Lo que es indiscutible es que desde el golpe contra Dilma Rousseff Brasil no ha podido recuperar su democracia, y ese destino parece cada vez más lejano, más borroso en el horizonte.