Dos años de pandemia, la inflación mundial disparada por la guerra en Ucrania, las consecuencias políticas y económicas de los Gobiernos del golpista Michel Temer (2016-2018) y el ultraderechista Jair Bolsonaro y su neoliberal ministro de Economía, Paulo Guedes (2018-2022), un Congreso controlado por la derecha y las propias alianzas que tuvo que hacer Luiz Inácio Lula da Silva para ganar la elección, dejan un complejo panorama para el nuevo Gobierno.
En sus anteriores mandatos (2003-2007 y 2007-2011), Lula demostró tener la cintura política y la fuerza suficiente para construir alianzas electorales exitosas que no sean un impedimento para llevar adelante un proyecto político de recuperación y ampliación de derechos.
En 2005, al igual que lo hizo el Gobierno argentino de Néstor Kirchner, en un gesto de recuperación de la soberanía política e independencia económica (un hecho fundante para poder llevar adelante programas de justicias social), el Gobierno de Lula pagó la totalidad de la deuda con el Fondo Monetario Internacional.
El líder del Partido de los Trabajadores (PT) vuelve al Palacio de Planalto en el marco de una segunda oleada de gobiernos progresistas, pero en un contexto que presenta marcadas diferencias. Lo que no ha cambiado son las enormes expectativas de saber que un representante de los trabajadores conducirá el destino de todo el pueblo brasileño.
La urgencia del hambre
Durante los gobiernos del PT se generaron 22 millones de puestos de trabajo, más de 36 millones de brasileños y brasileñas salieron de la pobreza, el poder adquisitivo de los trabajadores se incrementó, hubo mayor y mejor acceso a la salud y a la educación, se implementó el plan Bolsa Familia (similar a la Asignación Universal por Hijo, de Argentina), programa con el que se asistió a 52 millones de personas, y la mejora en las condiciones de vida hizo que Brasil saliera del mapa del hambre que registra la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Tras el golpe de 2016, las políticas llevadas adelante primero por Temer y luego por Bolsonaro generaron que, según un informe de la Red Brasileña de Pesquisa en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan), en la actualidad Brasil vuelva a estar en el mapa del hambre: más de 33 millones de brasileños sufren hambre y más de 125 millones padecen inseguridad alimentaria.
Bolsonaro eliminó el programa Bolsa Familia y lo remplazó por otro denominado Auxilio Brasil, de menor alcance.
Otros datos indican que en la actualidad el desempleo en el gigante suramericano alcanza el 11,6 %, lo que en números concretos representa a 12,4 millones de personas. A ello se suma que el 40 % de las personas que tienen trabajo (es decir, 38,6 millones de brasileños y brasileñas) se encuentran en la informalidad.
Volver a sacar al gigante suramericano del mapa del hambre y que las y los brasileros puedan comer todos los días, generar empleo de calidad, revalorizar el salario para poder enfrentar el costo de la vida son algunas de las prioridades del nuevo Gobierno.
La niñez
Un informe de UNICEF publicado a principios de 2022 señaló que «en Brasil, más de 18 millones de niños y adolescentes (el 34,3 % del total) viven en hogares con ingresos per cápita insuficientes para adquirir una canasta básica de bienes. Pero la pobreza en la niñez y la adolescencia es aún mayor. Esto porque, para entender la pobreza, es necesario ir más allá de los ingresos y analizar si las niñas y los niños tienen garantizados sus derechos fundamentales».
El estudio advierte que «el 61 % de las niñas y los niños brasileños viven en la pobreza, siendo pobres monetariamente y/o privados de uno o más derechos».
Una investigación del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) muestra que en los últimos dos años en el gigante suramericano el número de niños y niñas de 6 y 7 años que no sabían leer o escribir subió de 1,4 millones (2019) a 2,3 millones (2021), lo que representa al 40,8 % de los niños y niñas de esa edad en Brasil. Dicho de otra forma, de cada diez niños de esa edad, cuatro no aprendieron a leer ni a escribir.
La salud
Según un estudio de la Universidad Federal del estado de Minas Gerais y Fiocruz, la pandemia provocó que en Brasil más de 40.000 niños y niñas quedaran huérfanos.
Las políticas de Bolsonaro, quien definió la pandemia como «una gripecita», llevaron a que 36,3 millones de brasileños se contagiaran y 694.000 fallecieran a causa de la covid-19 (datos al 2 de enero de 2022).
El sueño de la integración
En el plano internacional, durante los gobiernos del PT Brasil se transformó en la sexta economía mundial y en uno de los principales impulsores de la unidad regional y la consolidación de un mundo multipolar.
Junto a Néstor Kirchner y Hugo Chávez, Lula fue uno de los impulsores del «No al Alca». Durante los gobiernos del PT, el gigante suramericano se sumó a los BRICS (bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), tuvo un rol fundamental en la nueva reestructuración del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y en el surgimiento y consolidación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Durante los años del Gobierno de Bolsonaro, el proyecto desintegrador se instaló en Brasil, el MERCOSUR ya no fue un punto de encuentros sino de conflictos, Brasil abandonó la CELAC y la UNASUR y se sumó a los espacios que buscaban atacar a otros países de la región, como Prosur y el Grupo de Lima.
Lula deberá volver a impulsar la integración regional en un momento clave en la geopolítica mundial.
Desde el primer minuto
En su primer día firmó trece decretos para frenar el acceso indiscriminado a las armas, detener el proceso privatizador impulsado por Bolsonaro, proteger la Amazonía y mantener los programas sociales que asisten a millones de familias que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza. Las expectativas son enormes y Lula ya empezó a dar señales para seguir con la ilusión.