Jeans para hombres con los bolsillos gastados, zapatillas de marca restauradas y teñidas de distinto color al original o, incluso, controles remoto para televisores viejos son algunos de los productos que pueden encontrarse a través de las casi cien mantas que componen la feria de la Plaza San Martín de La Plata. Lo variopinto de este mercado a cielo abierto comparte, no obstante, un elemento en común: ningún producto suele superar el costo de cien pesos.
La imagen de este mercado de pulgas itinerante, expandido este último año ante la necesidad de personas avasalladas por la crisis económica, no coincide con la presencia del Estado a pocos metros de distancia, erguida entre los palacios de la Legislatura y Gobernación.
“Nosotras antes comprábamos para llenar el ropero. Ahora ya no compramos más. Ahora vendemos”, comenta con ironía Sandra, quien acomoda los carteles de precios sobre los pulóveres y polleras que ofrece a no más de cincuenta pesos.
Ella, como varios de los puesteros, utiliza la feria como recurso de supervivencia para contrarrestar la difícil situación económica que vive el país, agravada además por la presencia persecutoria de la Policía.
“Vendemos cosas usadas, no estafamos a nadie. Generalmente, cada tanto viene Control Urbano o la Policía y nos quiere correr como si fuéramos delincuentes. Pero, bueno, acá está Cambiemos y no se llevan bien con la gente pobre o necesitada”, agrega.
“Todo por veinte pesos”, se lee, escrito en birome, sobre una caja de cartón que contiene decenas de prendas, apiladas unas sobre otras. Bufandas de lana, remeras para mujer o botas de cuero se exponen junto a juguetes de Disney desgastados; cada artículo lleva una etiqueta improvisada con precios que varían desde los cinco pesos, hasta una cartera de cuero o un viejo abrigo de invierno que puede cotizar los doscientos pesos.
Bajo un árbol, una mujer usa un cascote para que el viento no vuele un cartel que coloca junto a su manta: “Vendo ropa y también cambio por mercadería, hasta cien pesos. Zona de Tolosa, consultar por whatsapp y facebook”.
Si bien el rubro mayoritario está en la indumentaria de hombre, mujeres y niños, cada manta arroja una “sorpresa” que desencaja: entre las camperas de nylon y remeras, se puede encontrar un DVD de una película de terror o, entre botas de cuerina y mocasines antiguos, una edición amarillenta de Pensar la dictadura: terrorismo de Estado en Argentina” , con el sello de impresión del Ministerio de Educación.
Alrededor de las mantas pasan los vendedores de sándwiches de milanesa y de empanadas. Saben que los manteros necesitarán comer en algún momento entre la una y las cuatro de la tarde, horario estipulado por montar el mercado los días lunes, miércoles y viernes. Un vendedor compra un budín y, mientras cuida su puesto, le da de comer a su hijo, sentado a su lado en un cochecito de bebés.
Una feria en crecimiento
Hace poco más de un año atrás, la venta ambulante en Plaza San Martín ocupaba sólo la vereda del lado izquierdo. Dos años antes, apenas reunía a un puñado de manteros junto al sector de los juegos para chicos. Hoy, en el 2017 de los despidos, de la inflación y el “sinceramiento” de las tarifas de luz y gas, la feria se convirtió en un minimercado de ramos generales.
“Venís, ponés tu manta y listo, vendés. Nadie te pide un centavo a cambio, la gente se organiza para que haya lugar para todos. Sólo hay buena voluntad detrás de esto”, dice Marco Antonio, colombiano de cincuenta años que alterna su puesto de Plaza San Martín con la feria que se monta en Parque Saavedra.
El vendedor explica que hay una comisión que se encarga de coordinar el espacio, distribuir los puestos, que las vendedoras de ropa y adornos no se amontonen con los artesanos. Incluso median cuando las fuerzas de seguridad intentan correr a alguno de los puesteros.
Como muchos otros, Marco Antonio es un migrante que vino a la Argentina en busca de oportunidades y hoy sólo encuentra alternativa en el “rebusque”. El palacio de Gobernación, hoy en manos de Vidal, observa desde la vereda de enfrente, desde hace un año y medio, enmudecido.
Mientras tanto, los manteros no venden sólo a los estudiantes y familias que deambulan por el centro platense, sino también se revenden e intercambian entre sí. La dinámica recuerda a los tristemente célebres “Clubes del trueque”, marca de época post 2001, donde cientos de familias de los sectores medios trabajadores del Gran Buenos Aires “inventaron” un circuito de compras paralelo al sistema, con su propia moneda de cambio y su propia escala de valores, como paliativo al derrumbe económico legado por el neoliberalismo.
En tanto, en pleno escenario macrista, las consecuencias del modelo económico de la derecha vuelve a arrojar a decenas de personas al “rebusque” y a revolver entre la ropa vieja y los retazos de lo que, en algún momento, se compró nuevo en un comercio.
Pero ahora, a la hora de revender, todo sirve. Como en todo tiempo de crisis, nada se tira.