Por Mariano Camun
En esta era de la posverdad (“lo relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”), donde el juego de mentir es la salida más cordial a la falta de capacidad de solucionar, la estrategia que domina el poder político que gobierna es la silueta que deja el lápiz luego de ser pasado, conocida como borrón y cuenta nueva. Nunca serás culpable si la condena no encadena, y esa es la viveza de los medios afines al “cambio”: buscar la frase correcta ante la incompetencia de su decidor.
La facilidad de esquivar la responsabilidad se ha convertido en moneda corriente, en herencia pesada, en promesas de libreto ficcional, en coartadas que sólo adjudican una desesperanza más.
“La gente no come vidrio”, pero sí los limpia, los observa y en ellos ve sus miserias. Las constantes y encendidas mentiras relucidas en verdad, adiestradas por la hegemónica mediatización, no hacen más que agudizar la explosión, que tarde o temprano será la única solución.
Seguir buscando reducir la gravedad en incompetencias residuales del pasado sólo hace que el agua siga desafiando a la creciente y las cloacas intensifiquen sus bombas de intoxicación humana. No quedan cuadros que diagnostiquen la pobreza, la mentira ya está en la cabeza de los encandilados sociales, que de tanta perversión lingüística quedan sin sentidos y desnudos en la espera de su bienestar.
Ayer fueron los jardines de infantes y sus ausencias por despilfarros de arcos, redes y pelotas. Recordamos al presidente Macri decir sobre los gastos de FPT: “Cada $35 millones que destinamos, puedo hacer un jardín de infantes menos». Hoy son los desperdicios de Aerolíneas y sus inversiones que hubiesen salvado a la sociedad de las aguas turbias, inundaciones y caños de desagüe: “Con una pequeña parte de lo malgastado en Aerolíneas se podrían haber hecho hace tiempo las obras necesarias para prevenir esto”.
Y así podemos seguir esgrimiendo ejemplos que fueron bandera de las salvaciones de los votantes que siguieron entendiendo la confianza política en palabras sueltas y sin remedios.
El PRO, Cambiemos, el macrismo o el seudónimo que quieran ponerles a los encargados de gobernar nuestro país, usa la posverdad como guión político. Esta herramienta de manipulación y control social es el arte de generar ciertos consensos que logran que determinadas ideas sean aceptadas como si fueran verdaderas. A veces al gobierno se le va la mano y directamente apela a la fe: “La economía está mejorando pero no se ve en la calle”, o “Todavía hay mucha gente que no lo percibe, pero la Argentina está creciendo”. O como la gobernadora María Eugenia Vidal con el tema tan manoseado y delicado de las paritarias docentes, comparando el sueldo de un piloto de avión de 200.000 pesos y el de un docente de 33.000, cuando la verdad es que el salario docente, recién ahora y después de una lucha sostenida, es de 16.250 pesos.
Friedrich Nietzsche decía: “La verdad es la mentira más eficiente; aquella que ha logrado su objetivo, es tan profundamente mentirosa que le creemos”.
Trabajar el miedo social y las consecuencias que tendría el país si no se sigue el camino político-económico que lleva adelante el gobierno de Cambiemos remitiría a la terrible tragedia de parecernos a Venezuela: “Cuando veía las imágenes de lo que estaba pasando en Venezuela, cada vez más violencia, más agresión, más abandono, no pude dejar de pensar lo cerca que estuvimos de ir por ese camino”, arremetió Macri para seguir con su efectivo manejo del marketing político, con la finalidad de justificar el plan de ajuste.
O las ya repetidas oraciones: “hace cinco años que Argentina no crece y no se crea empleo”, “el Banco Central estaba quebrado”, “el déficit fiscal alcanzó 7% del PBI y fue el más alto de la historia argentina”, frases repetidas hasta el empacho por miles de trolls en la web; reproducidas de manera escandalosa por los aliados y referentes de Cambiemos y en cada programa de televisión donde la pauta privada llena de riqueza las lenguas afiladas con un mismo concepto, una deliberada repetición y su más ardua frecuencia.
Manu Chao, allá por el año 1998, en su excelente disco trotamundos Clandestino, delineaba una mirada que anticipaba varios conceptos de esta realidad. La canción “Mentira” vino para desentrañar este mundo anegado, esta incomprensión mundana, esta mentira llamada verdad.
Todo es mentira en este mundo,
todo es mentira la verdad.
Todo es mentira yo me digo, todo es mentira,
¿por qué será?