Por Ramiro García Morete
«Voy a crear un mundo acá…» Una vieja casa de techos altos y pisos de madera en el entrañable Mondongo cobija el encuentro de los lunes al atardecer. Entre equipos valvulares, herramientas y alguna cerveza, se toman su tiempo antes de hacer sonar esa trinidad esencial de lo que llamamos rock: bajo, bata y viola. En apariencia, se trata de un mundo sencillo. Pero como los pedales que arma y arregla diariamente Ginés, su interior contiene un universo de circuitos. Como el que conecta a la ciudad de origen. «Azul es chico y si andás en la calle te conocés», dirá. La misma que lo juntó con Mariano, cuando armaron The Windows. Se trataba de una banda tributo a The Doors en la que cantaba el incendiario Fach (hoy encargado del diseño y visuales de la banda). Allí aprendió la disciplina y el detalle de un instrumento que había llegado a su vida unos años antes, casi como una epifanía: un DVD de Jimi Hendrix que compró su padre. Hasta entonces él jugaba al fútbol, pero «lo ves al chabón con veinticinco años, tomando LSD, es el rey de la viola del universo y quedás hecho un piscuí. Te marca a fuego».
La guitarra con la que Lucía (su hermana que hoy es actriz) aprendía sus primeros acordes no era la strato que hoy tiene ni contaba aún con la disto, el delay, overdrive y demás pedales de factoría propia que hoy conecta al Vintage Electric con caja de 4 x 12. Sin embargo el sonido y la educación rockera expandida por los Beatles serían indelebles. Tanto, que muchos años después, ya en La Plata, ambos amigos aprovecharían la casa compartida entre varios y su quincho al fondo. Sumado Tomy, Mariano se recibió y decidió viajar. Con naturalidad y amistad, la batería quedaría a cargo de Marce. Cinco años, con alguna grabación y varios conciertos, pasarían desde entonces hasta la publicación de su primer EP. Ginés Cano (guitarra y voz), Marcelo Matta (batería) y Tomás Lupo (bajo y voz) logran un sonido espeso, vivo y valvular –con algún dejo de psicodelia– en Hasta el centro de la Tierra, disponible en redes y que en vivo se podrá escuchar el 27 de julio en Casa Unclán (5 e/ 63 y 64).
No es casual que el tema «Vida de chimangos» –que uno presumiría como manifiesto– no contenga letras. Como si este grupo de amigos, apasionados pero no aprisionados por el rock setentoso, tuviera el foco puesto exclusivamente en la música. Eso es lo que hay en el centro de su mundo.
«Algo que estaba pendiente era grabar», introduce Cano sobre el material registrado en agosto pasado en Boulevard 32. Fiel al estilo de la banda, se trató de toma caliente a la que después le sumaron las voces y coros. «Los temas que elegimos son los que nos representan: el sonido, lo que quiere decir la banda. Pero no los cinco años de banda. Han pasado muchas cosas. Es más que nada dejarse de joder un poco, sacar algo y pasar a otro tema».
«Nuestro sonido es ese de trío con sonido medio setentoso. Ahora no sé si tiene que ver con una decisión. Lo es en parte, pero no nos limita a eso. No significa que vayamos a hacer eso toda la vida. No nos encasilla. Sí lo sabemos y jugamos un poco con eso. Tiene que ver con ser un trío de rock», define.
Más allá de las referencias musicales a décadas pasadas, Chimango no ignora ciertos códigos de la contemporaneidad, como las comunicaciones virtuales: «Hoy en día si vos querés llegar a un lado, previo a lo musical está lo de las redes, fotos, editar videos. Objetivamente no tiene nada que ver con la música. Tener 12 mil seguidores no tiene que ver con si tocás bien. Nosotros en ese sentido somos un poco renegados. Pero no quiere decir que no nos demos cuenta. De alguna otra manera decidimos no focalizarnos en eso, pero mucho de eso hubo que hacer».
¿Qué significa tocar rock en el siglo XXI? Cano ensaya una respuesta: «A nosotros es lo único que nos sale. No es que hay otra opción. Para nosotros, y para mí particularmente, hacer una canción, tocar, tener una banda y mostrar lo que hacés tiene que ver con sacar algo que uno tiene adentro. Sacar algo que te pasa. Y después si sale con forma de música es un medio más. A otros les saldrá como un cuadro. A la vez, si sale con forma de música podés tener una viola o un sintetizador. O un pad como los jóvenes. Es una cuestión de formas, de lo que uno tiene a mano y dónde se siente más cómodo». Y completa: «El eje fundamental es crear un medio que te permita sacar algo que no sale de otra manera. Poder transmitir algo. Si llega o no depende de otras cosas».