Por R.G.M.
“Noches en desvelo/ vino, whisky, mil enredos, películas…/perdí años queriendo explicar lo que sigo sin nombrar”, entona Catalina Dowbley con su particular cadencia, oscilando entre graves y falsetes, rugosidades y terciopelos. Como quien construye una escena de luces tenues y un halo de luz lateral cortando la humareda, paladea las palabras como el penúltimo sorbo de una noche larga que concluye en bata, rímel y tacones. Dicha teatralidad no surge de la parodia sino desde la expresión sincera de alguien puede reírse de sí mismo…después de llorar. Y la elegantísima producción musical acompaña con criterio una propuesta breve pero personal.
“¿Quién se quiere enamorar?”, se pregunta en “Música infinita”, tras una hermosa intro de piano y un pulso ligeramente abolerado que sugiere línea directa con el Fito de los `80 y se confirma en un verso. “Y escribo para dejarte ir y también para que no te vayas”, remite a aquel e consejo de Henry Miller sobre la mejor forma de olvidar a una persona: conviértela en literatura.
En “Animal”, sube la intensidad y el tempo se vuelve marchante, casi western. Entre theremin y pizzicatos, la atmósfera es sugerente, oscura y elíptica: “Nunca decís nada de lo que querés decir”.
Tras el pasaje de “MyP” y el insert de Cecilia Roth en Martin Hache que da nombre al EP, llega la bella canción mencionada al principio de estas líneas: “Dirty Romantic”. Con melancolía, Dowbley confiesa: “Al final me cansé de imaginar un lugar donde escapar”. O quizá no sea un lamento sino un alivio. Y es que en este mundo “áspero y crujiente”, la chica sucia y romántica, moderna y pragmática, le entregó su corazón a quien mejor sabrá corresponder: la canción.