Por Héctor Bernardo
El día llegó. El jueves 24 de noviembre quedará registrado como el día que el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) firmaron el Acuerdo de Paz definitivo. Debieron pasar 52 años de un conflicto que provocó miles de muertos y millones de desplazados, pero el día llegó. Hubo que negociar durante cinco años, pero el día llegó. Se perdió el plebiscito que refrendaba el primer acuerdo, pero el día llegó. El ex presidente Álvaro Uribe Vélez demostró que su poder y su odio siguen intactos, pero el día llegó. La paz llega lentamente a Colombia.
El presidente Juan Manuel Santos aseguro que “este nuevo acuerdo es mejor que el que firmamos en Cartagena. Es mejor porque recoge las esperanzas y las observaciones de la inmensa mayoría de los colombianos. Del 50% de los que votaron Sí y de un importante porcentaje de los que votaron No”.
El líder de las FARC-EP Rodrigo Londoño (alias “Timochenko”) afirmó: “Introdujimos importantes cambios a los textos antiguos hasta convertir el acuerdo de paz en definitivo”, y reiteró la “solidaridad con las víctimas de esta nueva guerra, así como nuestra petición de perdón para las consecuencias para ellos”.
“No más asesinatos de dirigentes sindicales, agrarios o populares, de reclamantes de tierras, de activistas sociales, de opositores políticos de izquierda. No más amenazas ni hostilidades.”
Timochenko también reclamó: “No más asesinatos de dirigentes sindicales, agrarios o populares, de reclamantes de tierras, de activistas sociales, de opositores políticos de izquierda. No más amenazas ni hostilidades”.
“Es inaudito que a estas alturas sigan cayendo guerrilleros de las FARC con extraños argumentos, que las denuncias por violaciones a los derechos humanos sean pan de cada día, que de todas partes broten quejas de comunidades por los planes de ocupación militar, por operaciones de erradicación forzada de sus cultivos, pese a lo pactado. Asombran al país el desalojo violento del Campamento por La Paz, de la plaza de Bolivar, la indolencia del Gobierno nacional frente a los asesinatos de dirigentes campesinos y dirigentes de La Marcha Patriótica”, señaló el líder de las FARC-EP.
Por su parte, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, principal referente de los opositores al acuerdo, volvió a rechazarlo. Uribe no pretende un acuerdo de paz entre dos fuerzas que no lograron vencerse por las armas, lo que busca es una rendición incondicional de una guerrilla que no fue derrotada, que sus líderes vayan a la cárcel y que ningún miembro de este grupo pueda participar en política. Uribe hizo y seguirá haciendo todo su esfuerzo para que el acuerdo fracase y la guerra continúe.
El acuerdo es el primer paso en un camino que incluye la refrendación del Congreso de todo lo firmado, el traslado de los miembros de las FARC-EP a zonas seguras, el desarme total de la guerrilla, cuyas armas serán entregadas a un equipo de las Naciones Unidas, y un largo proceso de reinserción en la vida política y en la vida cotidiana de Colombia.
El pueblo deberá ser el principal custodio de la paz. El camino es largo y difícil, pero no se puede permitir que se pierda lo que tanto esfuerzo y lucha costó. Colombia, el día llegó.