Por R.G.M.
“Podés ser feo o podés ser hermoso, pero no podés ser común”. Timothy Chalamet arrastra las palabras con la cadencia necesaria para interpretar sin imitar lo imposible: la voz de Bob Dylan. Y, del mismo modo, las palabras que su personaje pronuncia en los breves diálogos son buenas aproximaciones. Y es que, más que “un completo desconocido” – como bien cita el título a los versos de “Like a Rolling Stone” – el nacido en Minnesota es alguien que todos creemos conocer, pero jamás de manera completa. Y es que, desde el primer día y hasta hoy, con activos 83 años, no ha hecho otra cosa que huir de cualquier encasillamiento y categoría. “La vida no es encontrarse a uno mismo, sino inventarse”, dice a cámara el propio Bob en uno de los dos documentales que Marty Scorsese le dedicó.
No Direction Home, de cuatro horas, pretende retratar con criterio parte de sus primeros años, con contexto histórico, entrevistas y videos invaluables. La surrealista I’m Not There de Todd Haynes se entrega a todo lo contrario y apuesta al dylaniano espíritu de la fábula, trazando realidades alternativas y las múltiples personalidades con siete protagonistas (desde un niño negro hasta una actriz gloriosa como Cate Blanchett). Pero Un Completo Desconocido, de James Mangold, va en otra dirección.
Y con el precedente de la exitosa y lograda Johnny & June, sobre Johnny Cash, podría acusarse al director de repetir la fórmula del biopic sobre artistas famosos que tanto hemos visto en los últimos años. Y puede que sea cierto. Quienes acusen esta cinta de superficial, en el sentido literal de la palabra, tienen razón. Y no por las licencias históricas o los roles perfectamente reconocibles en cada personaje secundario, sino porque es verdad que ninguna relación se indaga demasiado y ni siquiera se revela ningún secreto o clave del genio retratado. Pero acaso… ¿hay alguna respuesta sobre ello? ¿Es importante descifrar el enigma del más enigmático artista de la historia?
También tienen razón quienes conciban esta película como un maravilloso viaje a un tiempo y un espacio clave en la historia del siglo pasado, con un detallado trabajo de arte y notables actuaciones de Edward Norton (como Pete Seeger) o Mónica Barbaro (como Joan Baez). Nadie puede negar el asombroso logro de montar casi una hora de canciones interpretadas en vivo por actores, actrices y músicos en pantalla.
Y es que, a decir verdad, el protagonista de la película no es Timmy ni Bob Dylan: es la obra. O ese puñado de primeras canciones que cambiaron para siempre el modo de componer a lo largo del mundo. Canciones que nunca fueron de protesta ni de actualidad, sino que su profunda poesía y su sonido, tan ancestral como disruptivo, logró capturar su tiempo y trascenderlo a la vez. Resulta casi inverosímil que Dylan haya escrito “Masters of War”, “The Times They Are a-Changin’”, “Blowin’ in the Wind” y otros, a escasos veintitantos años, mientras el mundo cambiaba y las baladas no alcanzaban para retratarlo. A Complete Unknown, casi como un caballo de Troya en Hollywood, parece un gran truco montado sobre recursos de género y lugares comunes para volver a escuchar o descubrir esas piezas maestras.
Y lo hace en tiempo presente. Que no solo es la forma más eficaz para que tomemos dimensión, pues a lo largo de la película somos testigos de la composición e interpretación de esas canciones que, extrañamente para Hollywood, suenan enteras al borde de ser un musical. El tiempo presente, a riesgo de pecar de optimismo con Mangold, es la mejor manera de contar a una persona que, en sus propias palabras, ya no es la misma cuando termina el día.
Y es que Dylan no es un músico, ni artista, ni poeta, ni bestia del rock & roll, o solo eso y el mejor en todo eso. Esencialmente, es un estado de conciencia, hablando desde un orden fenomenológico. Aun habiendo ganado un Nobel y siendo sus melodías admiradas por iconos de la música, Dylan no es tanto un ejercicio intelectual como sí una experiencia sensorial. Su obra no se puede asimilar en términos de acordes y mucho menos de palabras. Es algo que está sucediendo constantemente. Por eso sus canciones jamás suenan perfectas y terminan en fade out. O quizá, solo continúan de otra forma.
En fin, podríamos colapsar internet con pensamientos sobre Dylan y aún así no poder definirlo. Posiblemente el logro de Un Completo Desconocido sea desistir de esa ambición. ¿Es una gran película que arrasará con justicia en los Oscars? ¿Es un bodrio? ¿Es hermosa, es fea o es común? Todo y nada a la vez. ¿Hay acaso algo más dylaniano que la sensación de desconcierto? La respuesta en el viento, my friend, quizá no sea más que otra pregunta.