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Con la memoria, los lápices siguen escribiendo

Por Gabriela Calotti

Detenido desaparecido en septiembre de 1976 a los diecisiete años, cuando le faltaban tres meses para recibirse de bachiller en el Colegio Nacional, Gustavo Calotti es parte del puñado de estudiantes secundarios y militantes sobrevivientes de aquellos días trágicos junto a Emilse Moller y Pablo Díaz. En cuarenta años pasó por centros clandestinos y por la cárcel, vivió el exilio, el regreso al país y el reencuentro con sus antiguos compañeros, con el deber permanente de relatar una y otra vez ante la Justicia y ante quien sea lo ocurrido para que nunca más vuelva a suceder, pese a la desaparición, hace diez años y en democracia, de Jorge Julio López, con quien compartió el cautiverio.

“Que sean 15, 39 o 42 años para mí es exactamente lo mismo, porque yo vivo con ese recuerdo todos los días. Para mí no cambia absolutamente nada. Sí es interesante que de forma periódica, bueno, una vez por año, sigue habiendo movilizaciones, es decir que esto sigue aglutinando a una parte de la sociedad que tiene memoria y que lucha por los derechos humanos”, Gustavo Calotti.

-¿Qué imágenes te vienen a la cabeza cuando pensás en el año 76?

-El año 76 fue terrible. Es el primer golpe de Estado que vivo como casi adulto, yo tenía diecisiete años y lo viví como militante. No pensé, no pensé que iba a tomar esta envergadura y que iba a ser tan feroz. Analizando después con el tiempo, uno dice, claro, eso es producto de la ingenuidad. Éramos muy jóvenes y muy ingenuos. Teníamos un mundo hecho de quimeras y de ideales. Y todo eso lo rompieron los militares y es normal. Éramos enemigos porque ellos querían otro sistema social. Eran el brazo armado de una sociedad que quiere otro sistema social.

Y como si fuera una fotografía de aquellos meses agrega: “El año 76 lo vivo con un recuerdo en el que me parece que siempre es invierno. Me parece que siempre es oscuro. Me acuerdo de ese invierno porque cuando a mí me detienen todavía era invierno. Los días eran cortos, y creo que mucha gente lo vivió de esa manera porque yo me acuerdo que las calles a las siete de la tarde en La Plata estaban vacías. No había nadie. Había miedo. Había terror. Esa es la imagen que tengo, una imagen sombría”.

-Cuarenta años más tarde, una parte de la sociedad lucha por mantener viva la memoria frente a un Gobierno que está dando un giro radical en la política de derechos humanos y, si pudiera enterrarla, la entierra.

«Estamos en pleno retroceso y en resistencia. Estamos resistiendo para que el retroceso no sea más grande, porque con este gobierno unos cincuenta represores condenados ya fueron puestos en prisión domiciliaria y vemos el avance de la derecha en la justicia, que quiere la impunidad para ciertas clases sociales. Es un retroceso y hay que resistir.”

-En cuarenta años desde el golpe de Estado, el único momento en que fue fácil fue durante los Gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. En los otros treinta años siempre fue difícil. No nos olvidemos de la Ley de Obediencia Debida en la época de (Raúl) Alfonsín, según la cual sólo se podía juzgar a los responsables, o cuando vino (Carlos) Menem con la Ley de Punto Final para dar vuelta la página y amnistió a los pocos que habían sido condenados. No hay que olvidarse de esos momentos en los cuales los organismos de derechos humanos siempre estuvieron luchando. Con esto quiero decir que volver a esta resistencia para que prevalezca la memoria y la defensa de los derechos humanos sería más o menos lo característico de nuestra sociedad y de los organismos defensores de los derechos humanos.

nestor-en-la-ex-esma-¿Quiere decir que desde la llegada de Néstor Kirchner al poder nos «malacostumbramos» en materia de derechos humanos? 

-Sí. En cierta manera nos malacostumbramos o nos malacostumbraron. Si todos los Gobiernos tuvieran la misma actitud frente a los derechos humanos, no estaríamos donde estamos.

Ejemplo de ello es el aplazamiento del juicio que debía comenzar en estas semanas en el marco de la causa por delitos de lesa humanidad cometidos por la CNU (Concentración Nacionalista Universitaria), una organización paraestatal que operó en la capital provincial entre 1974 y 1976 al amparo del Gobierno de Victorio Calabró y de la Policía bonaerense.

«El juicio por la causa de la CNU fue postergado y aplazado vaya a saber hasta cuándo”, lamentó sin poder evitar recordar el accionar represivo cotidiano de esa organización en los meses previos al golpe.

«Uno sabía que iba a haber un golpe. Era como Crónica de una muerte anunciada. Uno sabía que era una cuestión de tiempo. El golpe se venía. Pero más allá del golpe había una represión constante, todos los días con grupos de extrema derecha como la CNU. Uno vivía la represión cotidianamente, uno vivía en una situación semiclandestina, de miedo, de decir, bueno, para llegar a mi casa me tomo un micro, siempre camino las cuadras a contramano, no salgo de noche, me fijo dónde voy. Y bueno, era todo así”.

El camino del exilio

“Cuando a mí me preguntan si esto sigue siendo un tema doloroso, sí lo sigue siendo, porque uno tiene los nombres, las miradas, las cosas compartidas con gente que desapareció, con compañeros queridos, pero también está la otra parte, que también fue de extrema violencia, como fue el exilio”, responde al ser interrogado sobre los años que pasó del otro lado del océano.

“Nadie quiere irse de su país. En principio nadie quiere irse de su país. Tiene que tener un problema muy serio para tener que irse de su país, y es el caso de más de medio millón de argentinos o más que tuvieron que irse. Es muy duro, muy doloroso. La lejanía de todo, de las noticias, de la familia, de las costumbres, de los olores, de los gustos, de los paisajes”, afirma. “El exilio lo asimilo a la cárcel que a uno lo aleja de la vida misma, de la vida de todos los días. El exilio es lo mismo, es conocer otras cosas, pero en el fondo de vos tenés esa parte que está como muerta”.

-¿Es como el destierro? 

-Sí, es el destierro. Estás lejos. Estás desterrado. Nadie se va al exilio por gusto. Y creo que muy poca gente lo ha vivido bien. Más allá del éxito o no de cada uno, porque uno en el exilio sigue siendo una persona de bien, trabaja, se forma, estudia, forma una familia. Pero más allá de todo eso, es el destierro, es una condena.

Su regreso al país fue en etapas, pero básicamente en tiempos de democracia, en tiempos de cambios en la sociedad, de un renacer de la militancia, fenómeno que quedó en evidencia a raíz de la muerte de Néstor Kirchner en 2010 con decenas de miles de jóvenes que querían despedirse de aquel que les había devuelto la posibilidad de soñar.

“En materia de derechos humanos, creo que somos más fuertes. Los organismos de derechos humanos que hoy existen en el año 75 o 76 no existían. Ha habido una toma de conciencia importante”, pero “la militancia es diferente porque parece que el periodo en blanco de los años ochenta y noventa hizo que muchas de las nuevas generaciones, si bien se volcaron a la militancia, han perdido ciertos reflejos de autoprotección, de seguridad”, plantea.

-La pregunta es entonces si hay una militancia más ingenua.

-Creo que sí. Es un poco como en la época camporista, que fueron dos meses. En esa época ya estábamos ahí, tomando el poder. Creíamos que era posible. Y en estos diez años pasó algo parecido. Se volcó a la militancia mucha gente que no sabe que las cosas no son así. Que las cosas van a costar, cuestan mucho dolor, mucho sufrimiento. Que hay que tener mucho cuidado porque el enemigo siempre está al acecho.

Los servicios de inteligencia están volviendo a hacer inteligencia en las escuelas, en las fábricas… Lo de Jujuy, lo de Milagro Sala y la Tupac Amaru, no es casualidad. Los servicios están ahí, la represión está ahí. Entonces vos decís, bueno, ¿qué pasa el día en el que quieran desencadenar la represión contra el campo popular? No les va a costar nada detener a miles de personas… No sé. Me parece que está todo demasiado expuesto.

Diez años sin Jorge Julio López

“Lo recuerdo con mucho cariño y mucho dolor. Para mí fue un compañero, una persona con la cual nos unía algo muy particular como compartir el cautiverio, y creo que hay que seguir buscándolo y tomar la decisión política fuerte para que no vuelva a suceder y para encontrar los restos de Jorge Julio López. Diez años sin López son diez años de impunidad”, afirma Gustavo Calotti al referirse al décimo aniversario, este domingo, de la segunda desaparición de ese albañil militante que fue un testigo clave en el juicio que en 2006 desembocó en la condena a cadena perpetua del ex policía y represor Miguel Osvaldo Etchecolatz, mano derecha del ex general Ramón Camps, jefe de la Policía bonaerense durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983).

“Es otro hito en la desgracia como sociedad y en lo individual para él. Son diez años en donde nos damos cuenta también en cierta manera de la inoperancia del Estado. Faltó decisión política mucho más firme, pero sobre todo nos damos cuenta de que los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad, los más represivos, los más retrógrados, están siempre al acecho. Lo hicieron con López y creo que algunos sectores no dudarían en hacerlo con otras personas”, y agrega: “Estamos volviendo a la misma política económica que justificó la dictadura, con una economía agrícola-ganadera, con la destrucción de la industria y con mucho desempleo”. “Evidentemente, la represión va a tener un rol importante en la sociedad que quiere llevar adelante el Gobierno de Macri”.

El viernes, mientras en La Plata y en muchas otras ciudades se realizaban marchas para recordar la Noche de los Lápices, durante una entrevista con alumnos de La Legión que tienen una radio “les decía que en todos los procesos históricos las conquistas se han ganado con lucha, con militancia, se han ganado en la calle, en las fábricas, en las escuelas, en las Universidades, en el campo… Acá nadie te regala nada”.

“Si vos querés que tu país cambie, que tu condición cambie, si aspirás a un mundo mejor, metete las pilas, ponete los pantalones largos y salí a la calle”, comentó este profesor de castellano que obtuvo su diploma en Francia, donde vivió el exilio. “Yo apuesto a la toma de conciencia y a la militancia y creo que una buena parte de esa toma de conciencia pasa por la educación, por eso me parece tan linda esa consigna de que ‘con la memoria, los lápices siguen escribiendo’, porque sin educación hay mucha menos toma de conciencia”.