Por Carlos Ciappina
En el año 2001 los Talibanes destruyeron una de las maravillas culturales universales: Las colosales estatuas de los Budas de Bamiyan. La destrucción fue total. El justificativo fue claro: por ser contrarias al Corán. Pese a que las estatuas eran 1000 años previas al nacimiento del Corán. Un tesoro cultural se perdió para siempre gracias a la intolerancia.
Miles de códices de los pueblos mayas y aztecas fueron quemados durante la “conquista”. La misma suerte corrieron estatuas y murales. Esas obras de una belleza invaluable que contenían la historia de esos pueblos, fueron considerados “sacrílegos” por la iglesia católica de entonces y destinados a su destrucción.
Durante la dictadura nazi se destruyeron varios miles de obras de arte en Alemania y los países ocupados por considerarlas “arte degenerado”. En esa categoría se incluían las obras de artistas judíos y/o de las “razas inferiores” y también todo el arte de vanguardia.
En febrero de 1992, en la muy civilizada Alemania se retiró el monumento de Vladimir Lenin y se lo enterró –luego de despezarlo en 129 trozos – en las afueras de Berlín. Eran los tiempos “del triunfo de la democracia capitalista”.
Mas cercano en el tiempo y en el espacio , la Dictadura que derrocó al primer peronismo – con su paradojal nombre de “Libertadora” se dedicó a la destrucción de aquellas obras de arte consideradas “peronistas”, entre ellas las esculturas del Monumento al Descamisado que fueron despedazadas y arrojadas al Riachuelo. La misma suerte corrieron las estatuas de Eva Perón que fueron vandalizadas y destruidas.
En un plano mas brutal aún, la última dictadura militar argentina incineró 1.500.000 libros considerados “subversivos”.
La lista de los ataques fascistas , supremacistas o simplemente fanáticos sería larga de enumerar. Y no es ese el propósito de estas líneas.
Sepan las autoridades que gobiernan la República Argentina que la destrucción de la estatua conmemorativa del gran historiador y periodista Osvaldo Bayer se inserta en esta larga lista de actos fascistoides o intolerantes.
No hay ninguna razón que pueda dar cuenta de la necesidad de destruir una estatua –con una burda retroexcavadora- de un historiador y periodista en una república que se presuma democrática y libre.
Ambas categorías , libertad y democracia han sido avasalladas y pisoteadas si la respuesta del Estado (y en este caso el gobierno de LLA) a toda obra de arte que no le resulte adicta sea la destrucción.
Las plazas, calles, monumentos, estatuas de la Argentina están repletas de Sarmientos, Mitres, Avellanedas, Belgranos, San Martín, Alberdis etc. Etc. Etc. También están presentes –en menor medida claro- estatuas, murales y nombres de plazas y calles de luchadores históricos populares , luchadoras/es sociales .
Imaginemos por un momento que cada gobierno nacional, provincial o municipal se propusiera destruir las estatuas y monumentos de aquellos/as personajes o personalidades históricas que no se correspondan con su ideario particular: tendríamos cuadrillas neofascistas recorriendo cada rincón de la patria destruyendo mucho mas que estatuas y monumentos: se destruiría una parte de la memoria histórica de nuestra Nación.
¿Qué cosas podrían hacerse antes de destruir y/o demoler una estatua?
Podría ponerse al pié una nota que explique porqué es controversial su presencia, podría proponerse trasladarla a otro lugar que el de su emplazamiento original, podría consultarse a la comunidad para que vote su desplazamiento o modificación.
La lista de opciones es variada y, en todos los casos –y aunque no nos guste o desagrade el personaje en cuestión, debe partirse de la idea de preservar el bien cultural y poder explicar su dimensión y alcance y las razones de su presencia allí.
¿Porqué el gobierno “libertario” elige la opción mas torpe –la imagen de una retroexcavadora destruyendo la estatua de un periodista e historiador remite inevitablemente a la barbarie ‘?
La respuesta es obvia y terrible a la vez: el gobierno de la LLA se autoasigna la responsabilidad de llevar a delante una “Batalla Cultural”. La terminología es de guerra y el objetivo es el de una guerra: se propone la destrucción lisa y llana de todas aquellas expresiones culturales que no se encuadren con el ideario social neoliberal y neoconservador (ambos términos no son contradictorios en Argentina). Así , la destrucción de la estatua de Bayer es no sólo una provocación calculada sino también una advertencia: estamos en una “guerra cultural” para cambiar la memoria histórica según nuestro deseo político.
El conflicto es inherente a la vida democrática. Pero la resolución de los conflictos en democracia admite las mas profundas discusiones y debates con un límite claro: los conflictos se dirimen sin violencia.
El gobierno nacional entiende la democracia exactamente al revés: hay una “guerra cultural” que debe ser ganada en toda la línea y para eso la violencia es el paso absolutamente necesario.
La misma lógica brutal se le aplica al tratamiento de los /as jubilados, los docentes y todo aquel que democráticamente exprese su necesidad o desacuerdo.
Un paso más hacia el totalitarismo.
