Por Antonella Ponzo
Existe un debate histórico dentro del movimiento feminista en torno a la prostitución que genera enfrentamientos y mucha tensión cada vez que se intenta hablar del tema. Es que, según la visión de cada postura, se ven implicadas situaciones delicadas o realidades que mueven a tomar esa postura.
La pluralidad, el conflicto y la discrepancia no son elementos negativos dentro de los colectivos sociales y políticos. Son fundamentales dentro de una lucha colectiva para poder construir desde la diferencia y el debate. En relación con la prostitución hay dos realidades que se enfrentan y deben ser atendidas con urgencia debido a que son las compañeras del movimiento feminista las que están siendo vulneradas. Por un lado, las víctimas de trata y explotación sexual y, por el otro, las Trabajadoras sexuales que continúan sin el reconocimiento de su trabajo y, por lo tanto, sin derechos laborales.
Si bien para poder debatir acerca de trabajo sexual es necesario entender que no hablamos de trata cuando hablamos de trabajo sexual, es una arista que posiciona a muchas compañeras en el lugar de abolicionistas. Para más claridad sobre el tema, hablamos con Sofía Tramazaygues (Trabajadora Sexual y referente de AMMAR). Ella define a las trabajadoras sexuales como «aquellas personas mayores de edad que dan su consentimiento para dar un servicio sexual o erótico. Trabajo sexual es todo lo que sea trabajar con tu capital erótico». Para ella, «ser puta, es ser trabajadora». Ofrecer un servicio a cambio de dinero, bienes y servicios. Pero reconoce que «siempre fue un insulto, y lo que hacemos es revertir la vergüenza social que te viene por ser trabajadora sexual. Nos llamamos putas sabiendo que es un insulto, como un acto reivindicatorio. Como se hace lo mismo con otras luchas».
En AMMAR están afiliadas 6.500 mujeres, trans y travestis. Esta organización social, además de funcionar como una herramienta sindical, de representación y hoy en día de refugio (frente a un contexto complejo en el cual muchas no pueden trabajar y muchas han sido desalojadas), también nuclea una lucha con un reclamo contundente: la descriminalización de todas las modalidades de trabajo sexual y el reconocimiento del trabajo sexual como trabajo.
¿Qué es lo que genera tanto revuelo? ¿Por qué hay quienes están en contra de esta causa? Una de las posturas más reproducidas dentro del feminismo es la del abolicionismo. Muchas referentes de esta posición son sobrevivientes de la trata y la explotación sexual. Alika Kinan es una de ellas. En una nota con Infobae plantea que «En la prostitución no hay derechos. Son violaciones y un pago. Punto. Aunque creas que estás al mando nunca lo estás. En una habitación de 2×2 encerrada con un hombre ninguna mujer hace lo que quiere. Se sacan los preservativos, te violan, te hacen lo que quieren por donde quieren y cuánto quieren. Eso es la prostitución y existe el derecho a que no nos pase como destino por el hecho de haber nacido mujeres pobres».
¿El trabajo sexual es un problema de violencia de género, o en realidad lo que hay que erradicar es la violencia en todos los ámbitos, es decir, un problema de la sociedad patriarcal?
Sin embargo, muchas trabajadoras sexuales plantean que no son esas las experiencias en el trabajo que ellas hacen y que muchas sí han pasado por ese tipo de violencia en noviazgos. La verdadera pregunta es: ¿el trabajo sexual es un problema de violencia de género, o en realidad lo que hay que erradicar es la violencia en todos los ámbitos, es decir, un problema de la sociedad patriarcal?
Akina también habla de la elección del trabajo sexual y comenta en diálogo con el Diario Feminista que «una elige cuando tiene elecciones reales, cuando tenés caminos que podés elegir. La pobreza conduce a las mujeres a la prostitución. No nos podemos olvidar de la pobreza, porque es la gran generadora de la prostitución como único camino. La mujer pobre que no tiene recursos». Una realidad en la sociedad: grandes niveles de pobreza, discriminación laboral, falta de oportunidades efectivas, no acceso a la educación, al trabajo, a la salud, desigualdad y muchas más. ¿Es todo esto un problema del trabajo sexual, o de un sistema capitalista? ¿La explotación, la desesperación, la búsqueda de subsistencia es algo a erradicar solo dentro del trabajo sexual? ¿No es entonces el trabajo sexual una oportunidad más de subsistencia dentro de una sociedad capitalista que nos obliga a trabajar de algo para obtener ingresos, pagar cuentas, tener techo y comida? ¿Por qué en el trabajo sexual se resaltan todas las problemáticas de un sistema que es de por sí explotador?
Sofía plantea que «el trabajo sexual es el único trabajo que si te ven trabajando en malas condiciones, dicen que hay que abolir todo este mercado entero. Lo cual no pasa en la industria textil, a nadie se le ocurre pedirle a un trabajador textil que luche contra la trata textil. No se trata de una cuestión moralista de la sexualidad y el trabajo que hacés con eso, es la falta de oportunidades que no tienen que ver en sí con el trabajo sexual, sino que tienen que ver con un sistema y un modelo que a ciertas poblaciones la vulnerabiliza y a otras no». También agrega: «Queremos trabajar bien, queremos tener derechos, queremos tener herramientas y también a la par que haya alternativas laborales para quienes no lo quieran ejercer, pero REALES y concretas, acceso a la vivienda, acceso a la salud, todo lo que hace que una persona se sienta vulnerable y tenga que salir a hacer cosas que no quiere».
«Queremos trabajar bien, queremos tener derechos, queremos tener herramientas y también a la par que haya alternativas laborales para quienes no lo quieran ejercer»
El problema legal que plantea Sofía desde su experiencia como trabajadora es que «en verdad el trabajo sexual no está tipificado, quiere decir que no es ilegal, pero todas las formas de llegar a trabajar están criminalizadas […] Ya sea una excusa de ir contra la trata o de ir por el proxenetismo o por la facilitación de la prostitución, son todas medidas que en realidad afectan a las putas». Muchas trabajadoras sexuales denuncian que las leyes solo las empujan más a la clandestinidad. Minerva Clarke (trabajadora sexual) hizo una publicación en Medium para explicar de qué se trata la Ley FOSTA/SESTA. Esta ley fue pensada para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual y su oferta en internet, pero es más el daño que genera en las trabajadoras sexuales que lo que aporta a la lucha contra la trata. Parte del error de considerar el trabajo sexual y la trata como si fueran lo mismo.
En la nota habla de lo peligroso que es confundir la trata con el trabajo sexual, ya que al tomarse medidas perjudican a las trabajadoras sexuales y «no van a dejar de ejercer su trabajo, ya sea por mera necesidad o porque sigue siendo la mejor opción para ellas, o ambas cosas. Ya tenemos unos cuantos ejemplos en la historia que nos ilustran que prohibir algo nunca es buena idea, ni soluciona un problema de raíz». Y agrega: «confundir trabajo sexual voluntario con trata es algo bastante peligroso, ya que al tomar medidas se termina perjudicando también a las trabajadoras sexuales que simplemente están intentando pagar sus cuentas, como cualquier otro trabajador». «Esto [la ley] ha provocado incluso más problemas para detectar las redes de trata, ya que la policía reclama no tener manera de seguir el rastro a las mafias si las plataformas de anuncios ya no existen. Entonces uno se pregunta si realmente esta ley busca lo que está proclamando, o no».
«condenan directamente a las personas que ejercen el trabajo sexual, con detenciones totalmente arbitrarias, con abuso de poder, con coimas policiales. esto es justamente lo que habilitan los códigos contravencionales»
La principal referente de AMMAR, Georgina Orellano, mencionó en un debate virtual de la Cátedra Abierta de Derecho Crítico que los códigos contravencionales existentes hasta el día de hoy les impide trabajar de manera segura en el espacio público: «Condenan directamente a las personas que ejercen el trabajo sexual, con detenciones totalmente arbitrarias, con abuso de poder, con coimas policiales. Esto es justamente lo que habilitan los códigos contravencionales». Pero también denuncian la criminalización dentro del espacio privado. «Quienes teorizan sobre nuestras vidas, sin vivir en carne propia lo que nosotras hacemos, cuando se habla de la modalidad privada piensan en la idea de prostíbulos, cabarets, donde alguien se queda con porcentajes de la ganancia que desarrollamos, pero esas no son las únicas formas existentes dentro del mercado sexual, que es muy amplio. Las compañeras que lo ejercen, lo ejercen de distintas y diversas modalidades, tienen un montón de experiencias», agregó Orellano.
Muchas trabajadoras, tras ser perseguidas por las fuerzas de seguridad y encontrar dificultades para trabajar por la vigencia de los códigos contravencionales, «vieron la posibilidad de agruparse entre tres, cuatro o cinco compañeras, alquilar un departamento, trabajar allí, publicar sus anuncios en los avisos clasificados y en páginas web. Pero a partir del 2008 en adelante, en nuestro país se llevaron adelante un montón de legislaciones tendientes a combatir la trata de personas con fines de explotación sexual que lo que comenzaron a hacer es coartar nuestra libertad del derecho a trabajar, condenando un montón de formas y de prácticas que muchas de nosotras desarrollamos para poder trabajar de la manera más segura. Comenzó en el 2011 con la prohibición del rubro 59 [prohibición de publicar los servicios en clasificados]. Continúa en el 2012 con la modificación de la Ley de Trata y la idea de que trabajo sexual y trata son lo mismo. Se quita el consentimiento de la persona y se nos infantiliza», afirmó.
El problema con la Ley de Trata es que todo el aparato judicial y policial considera que la decisión de las trabajadoras sexuales está coartada por la situación de vulnerabilidad. Orellano considera al respecto: «Es verdad que nuestra decisión está coartada, igual de coartada que la de un albañil que seguramente no eligió libremente ser albañil; está coartada como también está coartada una empleada de casas particulares que no eligió libremente levantarse un día y decir ‘hoy quiero limpiar baños’, sino que opta frente a ese abanico tan pequeño que tiene a su disposición cuál es el mejor trabajo que tiene o cuál es la mejor posibilidad que está a su alcance para desarrollar una actividad y tratar de mejorar su calidad de vida».
Hay una idea muy punitivista y una visión sacralizada del cuerpo femenino y su sexualidad. Mientras que para algunas cosas se pide que cada mujer sea libre de decidir qué hacer con su cuerpo, se estigmatiza y condena a quienes quieren ejercer una actividad con su capital erótico de manera consentida. ¿Dónde queda el poder de decisión?
También es un poco contradictorio por un lado querer que cada mujer decida sobre su cuerpo pero por otro decirle cómo tiene o no tiene que hacer uso del mismo cuando se trata de elegir un trabajo. En cierto punto, esta idea reproduce un discurso patriarcal, ya que deslegitima la autonomía de la mujer: no se las cree capaz de ejercer su voluntad, se las cosifica al creerlas imposibilitadas de hacerse valer. Se cae en la idea de que una mujer, en el ámbito sexual, solo es percibida como un objeto, en el sentido de que no se están reconociendo como una persona capaz de pautar sus normas. Es patriarcal y hasta contradictorio para el propio movimiento feminista. Debemos repensar las medidas de acción dentro del feminismo para darle lugar a esta problemática.