Por Carlos Barragán
En las últimas semanas tuve la suerte y la alegría de ir a plazas, reuniones, comidas, mateadas y charlas de vereda con muchos compañeros. Encontré, además del entusiasmo (o algo mejor que el entusiasmo, que es “lo inevitable” de seguirla peleando), que aparecen varias preguntas entre nosotros. Preguntas que básicamente son tres –ya voy a ir capturando alguna más– y que quise poner acá en papel para que entre todos podamos ir pensando las respuestas. Sé que a continuación están las respuestas mías, pero, sinceramente: son apenas mis respuestas y por eso no estoy seguro de que sean las correctas. Porque de algo sí estoy seguro, y es que esta vez las respuestas las vamos a tener que buscar y encontrar entre todos.
Pregunta 1. ¿Y Cristina por qué no aparece?
En estos días en que somos una retirada, la primera estrategia –fundamental– es reagruparnos. No podemos pedir más que eso. Repitamos juntos: perdimos, somos minoría, el gobierno lo tiene la derecha, fuimos derrotados. Y repitamos de nuevo y por las dudas: perdimos. Imaginemos la fea y gastada metáfora de la batalla perdida. Las tropas se repliegan desordenadas, de forma caótica (asumamos que nadie previó la derrota), y mientras se retrocede es inútil preguntarse qué hay que hacer para volver a la lucha. Inútil preguntarse por los errores, por lo que se debería haber hecho, y por lo que se deberá hacer. Inútil preguntarse por qué los conductores no dicen qué es lo que hay que hacer. No lo dicen porque las tropas están dispersas, los líderes también y todavía no se sabe dónde están ni en qué condiciones. Por eso, la primera acción que hay que coordinar es la de reunir a todos. Hay que llegar lo más sano posible al lugar de reunión. Y ahí ver quiénes son, quiénes ya no están, y quiénes se sumaron. Se verá cuando se logre agrupar nuevamente. Pero antes de reagruparse no hay fuerzas ni nada. O casi nada. Y vuelvo al principio: perdimos. Debemos aceptarlo y asumirlo porque esa es nuestra condición actual, por más injusta y estúpida que nos parezca. Y no es por masoquismo que hay que aceptarlo. Es porque estamos en una lucha política, y, si no somos capaces de saber en qué estado estamos, tendremos una pésima perspectiva para saber qué necesitamos hacia el futuro.
Olvidándonos ahora de la metáfora bélica –que es fea e injusta, porque acá no hay que matar ni morir–, entonces nos preguntamos por Cristina. ¿Está? ¿Por qué no aparece? Cristina está y conduce lo que se puede conducir durante la retirada. (Y recordemos que el Gobierno no da respiro y cada día inventa algo que nos lastima.) Y es obvio suponer que Cristina debe esperar a que nos reagrupemos para entonces conducir a toda su fuerza política. Para conducirnos. Que Cristina no muestre su imagen no significa que no esté, y además –creo humildemente– es una muy buena decisión no exponerse para que el Gobierno y los poderosos medios oficialistas hagan con su presencia lo que más les convenga.
(Mientras escribo estas líneas, Cristina nos convocó al Congreso para ya saben qué. Nosotros no aflojamos y ella no aflojó, tal como nos dijo.)
(Mientras escribo estas líneas, me entero de que en Avellaneda se va a hacer un plenario del FpV. Digo, por aquello de la dispersión que empieza a ser reagrupamiento.)
Pregunta 2. ¿Cuánto pueden tardar en darse cuenta?
Todos conjeturamos sobre el momento en que la realidad tenga más fuerza que las tapas de los diarios. ¿Cuándo será? El poder de los medios es increíble. Pero hay que creerlo. A ver si nos damos cuenta: nos estamos preguntando si en algún momento la gente creerá más en la realidad palpable que en la realidad mediática. Lo que llamamos batalla cultural o batalla por el sentido, en lugar de volverse más sofisticada y sutil, se pone más tosca. Porque una cosa es que logren que miles crean que todo empleado estatal es un ñoqui y un militante corrupto, y otra cosa es que miles crean que mientras se empobrecen, sufren privaciones y pierden derechos fundamentales, la están pasando bárbaro y son muy felices. Esto último es lo que no podemos creer que pueda durar mucho. La verdad, todos pensamos lo mismo: que en algún momento el bolsillo se va a imponer sobre las tapas de Clarín. Que, cuando no alcance el mango, no servirá que Clarín te diga que la vida es hermosa. Y no sé cuándo vaya a ocurrir que los engañados o autoconvencidos (qué raro, nosotros autoconvocados, ellos autoconvencidos) caigan en la realidad. Ni sé cuánta incidencia tenga en la política. Lo que sí hay que tener en cuenta es que la pregunta por la realidad, por cuál será la realidad que se imponga, lleva en sí tanta pesadilla como la Matrix. Es abrumador pensarlo, pero, al margen de los errores, los poderes corporativos, las conspiraciones y las fuerzas extrañas, debemos saber que también luchamos contra la Matrix. Ese mundo virtual que al votante de Macri todavía le da esperanzas. Cuando cualquiera que mire por la ventana hacia afuera puede ver que todas, absolutamente todas las señales auguran puras desgracias.
Pregunta 3. ¿Y esto cuánto puede durar?
Hay compañeros que se preguntan eso. (Yo me lo pregunté, pero ya no.) ¿Esto cuánto puede durar? Y parece que los que arrancaron hace poco, quiero decir, esa potente militancia que llegó después de la primera vuelta, los que llenan las plazas, los empoderados, los que pelearon voto por voto y achicaron la diferencia, son los que tienen menos tolerancia al paso del tiempo cuando es malo. Muchos de ellos básicamente no soportan que Macri gobierne, no toleran que tome medidas, no “resisten” ni se “aguantan” que haya un Gobierno de derecha, por más que Resistiendo con Aguante sea un leit motiv y una fórmula que para todos es inspiradora. Me toca hablar con ellos todo el tiempo, y cuando les digo que “esto” va a durar por lo menos cuatro años los desasosiega. Y no es que uno sepa cuánto va a durar (porque no hay que descartar que Macri se canse y se vaya a vivir a una isla del Mediterráneo con el Momo Venegas), pero la realidad tiene límites bastante definidos. Y los gobiernos en nuestro país duran cuatro años. A veces doce horas menos, como cuando llega la derecha a destruir todo, hasta esa mínima formalidad. Por eso hay que armarse no de paciencia, sino de templanza y tenacidad. Los objetivos son a largo plazo, complejos, pesados, y con muchos pasos en el medio. Como nos obliga cualquier construcción. Nadie hace una casa en media hora, y nadie sale de una derrota así de grande en quince días. El trabajo por hacer es mucho, y debemos agradecer que tenemos con qué hacerlo. Está el material primordial que somos nosotros. Y Cristina. Pero ¿tenemos que aguantarnos que destruyan el país? Esa es una pregunta que se desprende de “cuánto dura esto”. Y no es que tengamos que aguantar o no aguantar. El caso es que muchas veces chocamos con lo inevitable. Despidieron a miles de trabajadores y no lo pudimos evitar. ¿Es terrible? Sí. ¿Podemos hacer algo para que vuelvan a tomarlos o dejen de despedirlos? La respuesta es No. O capaz que sí, pero en dosis homeopáticas. Lo que efectivamente podemos hacer en grandes dosis es no aflojar y seguir juntos para generar conciencia, para hacernos fuertes, para organizarnos, y volver para reconstruir. No es un plan maravilloso, no estamos proyectando unas vacaciones en la playa. Pero nos toca a nosotros, los que entendemos que la política es más que sueños, alegría y más sueños, la tarea ingrata de reconstruir lo que destruye la derecha. Nosotros, que entendemos que la política es más que mentiras y globos, debemos entender también que enojarnos con quienes votaron eso es energía tirada a la basura. Nosotros, que entendemos que en doce años se hizo mucho y que no alcanzó para construir lo destruido (ni para protegerlo), somos los que tenemos esta tarea pesada. La conciencia nos obliga, las convicciones nos empujan. Y a veces parece una maldición tener esa responsabilidad mientras miles de irresponsables votan y se quedan en sus casas a esperar que “se cumplan los sueños lindos”. Pero no nos quejemos, la experiencia de este tiempo será una de las más ricas de nuestras vidas. Y discúlpenme, pero voy a cerrar con una frase de J.F. Kennedy. Parece que el tipo dijo “no preguntes qué puede hacer tu país por vos, pensá qué podés hacer vos por tu país”. Bueno, esta noche, con este orzuelo que me está matando, propongo que cambiemos “país” por “Cristina” y nos preguntemos qué podemos hacer por ella, después de todo lo que ella hizo por nuestro país y por nosotros. ¿O acaso Cristina no es la Patria? Preguntas que nos hacemos. Porque son días de hacernos preguntas, y es muy bueno que lo hagamos juntos.