Hubo un tiempo en el que uno podía comprender la realidad del país a través de un humor que, para gran parte del país, era incomprensible: el de Cha Cha Cha. Desde el absurdo, Alfredo Casero y los suyos dialogaban con un lenguaje propio, en una era donde el tono hegemónico era encarnado a la perfección por Tinelli. Estos “locos” o “raros”, herederos del Parakultural, lograban, desde un rinconcito de la televisión abierta (los martes en América), dinamitar con talento e irreverencia el discurso del primer mundo y el uno a uno. Posiblemente, no hubiera humor más político (si es que algún tipo de humor no lo es) que el que proponía Alfredo Casero entonces.
Hubo un tiempo en el que Jorge Lanata también trabajaba en América. Y, desde Día D —con la espalda de fundar Página 12— era la voz periodística más corrosiva contra el menemato. De hecho, puede verse un hilarante sketch donde Casero encarna literalmente una rata y parodian asuntos sindicales y gremialistas, mientras Lanata entrevista y se ríe de expresiones como “Sindicato Argentino de Roedores”. Puede que, para completar el tridente, debamos mencionar a otro referente del progresismo mediático de los 90: Mario Daniel Pergolini. Porque sí, hubo un tiempo en el que no había nada más cool, progre, inteligente y políticamente bien alineado que ver Cha Cha Cha, Día D y CQC. ¿Y saben qué? No estaba mal. En esos lugares se defendía a los trabajadores, a los jubilados, a los Derechos Humanos y las juventudes. ¿En qué se han convertido? ¿Y nosotros? ¿Ellos se corrieron o fuimos nosotros? Puede que Lanata y Pergolini, con sus detalles, no hayan cambiado tanto. ¿Y Alfredo?
Desde sus inicios en los años 80, Casero se destacó por su estilo de humor disruptivo y experimental. Su participación en el programa De la Cabeza y luego Cha Cha Cha, uno de los más representativos de la televisión argentina de la época, lo catapultaron como una figura original y vanguardista del humor nacional. A la cabeza de un equipo de talentos como Diego Capusotto, Fabio Alberti o el mismo Mex Urtizberea, su impacto en pares y generaciones posteriores fue mucho más grande que los números de rating.
Su paso al drama y a otro tipo de contenidos en cine y televisión mostró nuevas dimensiones de un talento inmenso, que también tuvo éxito con la música, con hits como “Shimauta” o “Pizza conmigo”. Su ingenio e improvisación, su capacidad de abrevar una mirada crítica y política a través del absurdo, su potencia escénica, su noción innata de la cuarta pared y otros dotes lo sitúan como un artista único y personal, siempre desafiante en forma y contenido.
Sin embargo, lo que ha convertido a Alfredo Casero en una figura aún más peculiar en los últimos años no es tanto su arte, sino sus vehementes y, a menudo, desmesuradas posturas políticas. Casero no solo ha expresado su rechazo hacia el kirchnerismo, sino que ha adoptado una postura de confrontación absoluta, sumándose a quienes consideran que el proyecto político de los Kirchner erosionó las bases democráticas del país. Este enfoque no solo lo ha mantenido en el ojo del huracán mediático, sino que lo ha alejado de cualquier intento de moderación, convirtiéndolo en un actor político cuya actitud radicalizada genera tanto apoyo como rechazo.
Volviendo a lo anterior… ¿cambió Alfredo o cambiamos nosotros? Ambos, posiblemente. Cuando él asegura que sus expresiones son coherentes con su obra, cuesta estar de acuerdo… ¿o acaso Manhattan Ruiz, ese ministro despiadado, no era una crítica a Cavallo y sus políticas económicas? ¿Por qué Casero no solo pasó de correrse del llamado progresismo a ser casi una suerte de Jocker y referente cultural de la derecha o el liberalismo local? . Porque, a pesar de su autoproclamada independencia, él es consciente de su rol y su funcionalidad. ¿O no?
Quizá las razones de Alfredo sean más emocionales. Quizá hubo un momento en el que su talento innegable no tuvo correlato con una época y ese golpe al ego fue canalizado por opiniones cada vez más enardecidas, construyendo un oponente mitad imaginario, mitad real. Lo que antes era un ejercicio de excelencia para interpretar el absurdo se volvió en el absurdo mismo: Casero siendo más célebre por golpear una mesa que por sus actuaciones.
Pero qué importa lo que hizo Alfredo con su vida cuando hizo tanto por la nuestra, podríamos decir. Es inimaginable concebir el humor contemporáneo si él no hubiera sido un elemento esencial para refundar el género en nuestro país. Más allá de X y de una realidad distópica que ve desfallecer el Estado de Derecho, existe algo llamado amor. Que no alcanza para vencer al odio, pero sí para no ser corroído por él. Y somos muchos los que pensamos distinto a Alfredo, pero le deseamos una pronta recuperación para verlo nuevamente actuar o quejarse o insultar o hacernos reír. El amor por el artista sigue intacto. Y ese artista es una persona que la está pasando mal. Meterse con la salud de una persona, no sabemos qué diría el Sindicato de Roedores, pero es bastante de rata.