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Dos testimonios sobre la represión del movimiento obrero

Por Gabriela Calotti

Juan Antonio Neme tenía unos veinticinco años cuando fue secuestrado en su casa de Escobar. Desde jovencito había empezado a militar en la Juventud Peronista, cercano a la organización Montoneros.

Empezó en una fábrica de medias y luego pasó a una planta de la automotriz norteamericana Ford en zona norte. «Allí seguí con mi actividad sindical revolucionaria, pero sin ejercer como delegado», explicó al Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata al iniciarse la Audiencia 29 del juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en los llamados Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno de Lanús.

Neme estuvo secuestrado en Banfield y en Lanús, entre otros centros clandestinos de detención (CCD), según el testimonio que prestó de forma virtual ante el tribunal desde España, país en el que vive desde hace décadas.

Fue militando con compañeros de la Unidad Básica de Vicente López donde conoció a Jorge Lizaso, conocido como el Nono, un hombre de la resistencia peronista, a su hermano Miguel y a su pareja que le decían la China. También fue en esos años de trabajos barriales donde conoció a la doctora Marta Velasco y a Alberto Marciano.

El 26 de marzo de 1976 unos diez hombres armados, entre policías y militares, según sus recuerdos, irrumpieron violentamente en su casa en la calle Bancalari. Él estaba desnudo.

«Me ataron de las manos, me pegaron un poco y luego me pusieron una capucha. Me preguntaban dónde estaban las máquinas. Yo tenía un taller de tapicería atrás de la casa. Los llevé al taller, pensaron que les estaba tomando el pelo y me pegaron una paliza. Ahí me rompieron con los tacos de las botas los primeros dientes», recordó Neme al declarar por primera vez ante un tribunal.

De su casa, rodeada según el vecindario, lo trasladaron a la Comisaría 1ª de Escobar, donde se encontró con Marta Velasco y con Tilo Wener, ambos desaparecidos.

Allí sufrió las primeras sesiones de tortura. Al cabo de unos días fue trasladado al barco Murature, amarrado en la zona de Zárate-Campana, donde en medio de una paliza le terminaron de quitar casi todos los dientes.

Durante las semanas que pasó en varios CCD lo sometieron a torturas diversas, el «potro» y el «submarino», entre otros tormentos degradantes e inhumanos.

Le preguntaban insistentemente por Lizaso. «A Jorge Lizaso le estoy agradecido porque me salvó la vida cuando me dijo ‘si un día caes, hazte una pequeña historia y la repites, no digas todo ni niegues todo’». Así hizo este hombre que habla como un español pero nunca pidió la nacionalidad en ese país porque reivindica su argentinidad.

Durante su testimonio, Neme contó al tribunal que vio a compañeras y compañeros torturados hasta la muerte. Y reiteró la infinidad de veces que padeció él mismo la picana eléctrica. También en Banfield fue torturado y lo mismo en Lanús.

Según sus recuerdos, borrosos cronológicamente, en algún momento lo llevaron a la entonces Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

Su familia le dijo que estuvo 47 días desaparecido hasta que lo blanquearon en la cárcel de Sierra Chica, según su relato.

Neme recordó a su mamá, tucumana, cuyo pelo negro azabache se convirtió en esos meses en una cabellera canosa casi blanca. Ella también vivió momentos «muy crudos», aseguró.

En 1977 logró que lo expulsaran del país con un «documento de viaje». Subió esposado a un avión rumbo a Madrid. Recién al llegar al aeropuerto de Barajas le quitaron las esposas.

Tras un periplo por España se instaló en Holanda, donde obtuvo el asilo político. En 1978 relató lo que había vivido durante su secuestro ante una comisión de la organización de derechos humanos Amnistía Internacional (AI).

Neme, propuesto por la querella de Justicia Ya, confesó que «después de 40 años en otro país, tu vida nunca más es la misma. La tortura es terrible, pero lo más horrible es lo que he visto […] La visión de Marta Velasco, la visión de Jorge Lisazo», sostuvo este sobreviviente que concluyó su testimonio con un «¡Quiero justicia!».

Otro secuestro en la fábrica Saiar

Jorge Varela tenía 21 años, era flaquito, estudiaba y trabajaba como empleado administrativo en la fábrica Saiar, en el sur del Conurbano.

El martes 13 de abril de 1976 fue secuestrado junto a otros compañeros de esa fábrica en el marco de un enorme operativo de las fuerzas armadas en el playón de Saiar, por entonces empresa líder en calefones y termotanques.

«Ese día hubo un operativo militar extremadamente grande, muy llamativamente grande, con carros blindados, ametralladoras, inclusive en todo el barrio, en los techos circundantes. Fue un operativo de película, de guerra», explicó al Tribunal.

A través de los parlantes de la fábrica iban llamando a los trabajadores. Después de nombrarlo fue separado con un grupo en el que estaban «compañeros que eran delegados y algunos compañeros que eran activistas sin ser delegados, como en mi caso».

Recordó a Nicolás Barrionuevo, a Héctor Tomás Campdepadrós, a Francisco Orellana, a Argentino Cabral, a Marcos Alegría… y también al jefe de personal de Saiar, Juan Manuel Martínez Riviére, que «se incluyó como detenido».

Por entonces, la fábrica era el epicentro en la zona de un proceso de lucha que era ejemplo para delegados de otras industrias. «Los logros fueron desde la ropa hasta los elementos de seguridad y derechos que nunca se habían respetado. Y eso molestaba mucho» a la patronal, aseguró.

La nueva comisión interna había logrado que la empresa repartiera ganancias extraordinarias como premios a la producción.

Aquel día, los trabajadores secuestrados fueron llevados a la Comisaría 1ª de Quilmes, «y a partir de ahí desaparecimos». De allí los llevaron a la Comisaría de Temperley. «Nunca habíamos sospechado que el golpe sería con tanta saña y envergadura», aseguró al Tribunal.

Sin poder precisar fechas, Varela aseguró que tiempo después lo llevaron a la cárcel de Villa Devoto. «Lo que más nos impresionó fue vernos al espejo», afirmó. Meses después lo trasladaron a la cárcel de Caseros, que era nueva, y hacia 1979 a la Unidad 9 de La Plata. Varela recuperó la libertad al cabo de siete años en total desde su secuestro.

El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la policía bonaerense de Banfield, de Quilmes y de Lanús es resultado de tres causas unificadas con sólo 18 imputados y con apenas dos de ellos en la cárcel, Miguel Osvaldo Etchecolatz y Jorge Di Pasquale. El resto está cómodamente en sus casas.

El juicio oral y público comenzó el 27 de octubre de 2020 de forma virtual debido a la pandemia por covid-19. Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos están previstos en este juicio que lleva adelante un tribunal de jueces subrogantes que integran los magistrados Ricardo Basílico, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditi y el cuarto juez, Fernando Canero.

Las audiencias puede seguirse en vivo por diversas plataformas, entre ellas el canal de YouTube de La Retaguardia y el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información se puede obtener en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.

La próxima audiencia será el martes 15 de junio de 2021 a las 9:30 hs.


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