Por Sebastián Novomisky*
Discutir los pilares de una nación siempre es una situación incómoda aunque desde un lugar analítico puede ser necesario. Pero cuando vemos que esa puesta en tensión de valores consolidados por una historia de luchas y reivindicaciones es debilitada en un momento en el que grandes cambios acechan a la Argentina, al menos nos permitimos dudar de las buenas intenciones de quienes las pregonan.
Ayer, el diario La Nación, continuando con una línea editorial cada vez más agresiva sobre el sistema educativo público de la Argentina, da un paso más con un artículo titulado, Educación: ¿Vale la pena ir a la universidad? , con una bajada que sugiere una posición clara: «Muchos expertos consideran que el título universitario es irrelevante a la hora de conseguir empleo».
El disparador esta puesto en el último Global Education & Skills Forum realizado en Dubái la semana pasada. Esta cumbre global sobre educación y habilidades, que la misma periodista que firma el artículo reconoce como “el Davos de la Educación”, reúne referentes internacionales sobre la temática en un programa que incluye desde conferencias a cerca de la ayuda y la filantropía de privados para financiar la educación en detrimento de la educación pública, hasta talleres para trabajar con LEGO en escuelas (si lego, esos pequeños cubos para armar), en un escenario donde la educación está articulada al mundo del trabajo por sobre cualquier otro sentido que se le pueda dar.
Esta cumbre global es organizada por la Fundación Varkey, una ONG perteneciente a GEMS (Sistemas de Gestión Global de Educación), una compañía de educación internacional que posee la red de escuelas privadas más grande del mundo, y allí por supuesto entre los participantes estuvo el ministro de Educación argentino, Esteban Bullrich.
El discurso central estuvo a cargo del director de Educación y Habilidades de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Andreas Schleicher, responsable entre otras cuestiones de las pruebas PISA. Schleicher es retomado en el artículo afirmando que: «En los últimos años, China ha venido construyendo cerca de una universidad por semana». Pero Schleicher subrayó un elemento para transformar un dato positivo en algo diferente: «Mientras los graduados sin empleo están buscando trabajo, los empleadores dicen que no pueden encontrar a la gente con las habilidades que necesitan».
El argumento que retoma la periodista es que en los últimos 15 años se graduaron 7,3 millones de chinos de la universidad. Sin embargo, en su país ahora el 30% de esos graduados no encuentra trabajo, mientras que entre los que no tienen título el desempleo apenas llega al 4%.
Por ello la salida más simple es afirmar “la creciente irrelevancia de la universidad», eso sí, si la pensamos solamente asociada al mundo del trabajo.
Pero la misma afirmación puede tener una segunda lectura, las Universidades no sirven o el problema será la falta de generación de puestos de trabajo para mano de obra más calificada. Pensar naciones – factorías puede ser una utopía para una forma de entender el mundo pero pueblos libres y soberanos requieren producir conocimiento, desarrollar nuevas tecnologías, consolidar no solo recursos, sino humanos capaces de imaginar y construir su propio destino.
En Estados Unidos el setenta y cinco por ciento del nuevo conocimiento desarrollado surge de laboratorios e institutos privados, y el otro veinticinco por ciento está en manos de las Universidades, es decir que la producción de patentes, desarrollos tecnológicos, sistemas de gestión y otras innovaciones está centralmente en manos del mercado. En Argentina y en gran parte de nuestra región esta ecuación es completamente inversa, mientras el 25 por ciento del conocimiento nuevo está desarrollado por privados, el resto surge del sistema universitario mayoritariamente público. Entonces, podemos debatir el rol de las universidades por una instantánea que nos muestra la inserción laboral de los graduados.
En un país como el nuestro en el que la Educación Superior Pública se convirtió por ley en un sistema completamente gratuito y con ingreso irrestricto en noviembre de 2015, levantando una bandera histórica de nuestro pueblo y también del de muchos de nuestros vecinos. La lucha de los estudiantes chilenos hace que notas como esta operen en horadar bases fundamentales que sostienen parte de la justicia social que una sociedad como la nuestra requiere para recomponer aquellas desigualdades sociales.
Consolidar un sentido común alrededor del lugar de nuestras universidades públicas es el primer paso (y sobre este debemos posicionarnos con contundencia), para luego avanzar en su desmembramiento o privatización. Un país que duplicó en una década los metros cuadrados disponibles para formación superior, que creó 15 nuevas universidades –pasando de 39 a 54-, con una evolución del presupuesto universitario de 2003 a 2015 de menos de 2000 millones a más de 42000 millones de pesos, todo esto sería en vano ya que no tiene hoy sentido estudiar en la universidad.
Pero la pregunta final es qué clase de sociedad queremos ser, una de productores en la cual la gran mayoría con educación secundaria se transforme en mano de obra (quizás barata luego de la mega devaluación sufrida), o un país en el que apostemos a formar seres humanos calificados, sujetos empoderados por la formación superior, no solo para ingresar al mundo del trabajo sino para ser padres, para construir nuevos emprendimientos que investiguen en universidades e institutos públicos al servicio de las grandes y profundas necesidades del pueblo.
El debate tiene perfume de pizza con champagne, atrasa casi veinte años, pero adelanta la agenda que vendrá. La historia no es circular, no se repite pero hay algo del eterno retorno que en este contexto es inevitable recordar.
*Director del Profesorado en Comunicación Social – FPyCS.